El último tramo del río Negro, llamado Curruleuvú (“río de los sauces”) por los primitivos habitantes pampas y mapuches, hasta que se abraza con el Atlántico, marca el límite entre la provincia de Buenos Aires y la que toma el nombre de ese río. Y justo por allí, la costa argentina, que en nuestro imaginario (al menos, el norteño) siempre mira hacia el Este, gira casi 90°, da la cara al Sur y comienza a formar el golfo de San Matías, en cuyo corazón está Las Grutas. Este giro genera un hecho muy poco frecuente en nuestras playas: la posibilidad de disfrutar de la lenta caída del sol en los brazos del océano. Y ya por eso, esta aventura vale la pena.

Pero además, a orillas de ese golfo no sólo encontrás su ya conocido corazón; también playas casi desconocidas, algunas de las cuales muchos califican de paradisíacas, además reservas de fauna típica de la Patagonia.

Recorrido

Casi desde la desembocadura misma del río, aún en el municipio de Viedma (capital provincial) el Camino de la Costa se inicia con el balneario El Cóndor, el primero de una sucesión de playas de 150 km a lo largo.

ATARDECERES SOBRE EL MAR. Dada la orientación Sur de la costa, es posible disfrutar de puestas de sol como casi en ningún otra playa de la Argentina (arriba, el faro Río Negro, de 1887).

Y apenas 28 kilómetros más adelante, se encuentra La Lobería (también conocida como Punta Bermeja): allí se encuentran la reserva de lobos marinos más importantes del norte patagónico (que alberga, además, una rica fauna avícola) y una playa muy interesante: es un escenario de restingas, es decir, una serie de diques de contornos irregulares donde, cuando la marea está baja, aparecen piletones naturales. La playa, de cantos rodados, está protegida del viento por los acantilados, y se accede a ella por una escalera de cemento o por medio de un cablecarril. Según información oficial de la provincia, cuenta con guardavidas, estacionamiento, restorán, camping y baños. Cerca, sobre un acantilado de 40 metros, el faro Río Negro -el más antiguo de la Patagonia, de 1887- protege a los navegantes de eventuales naufragios.

HACIA EL MAR. Bajadas hacia las restingas del balneario La Lobería, el primero del Camino de la Costa.

Tema aparte es la maravillosa Reserva Punta Bermeja, donde no sólo podrás ver de cerca la colonia de más de 5.000 lobos marinos sino el renovado Centro de Interpretación Punta Bermeja, destinado al cuidado de la reserva y a la educación ambiental (Ver: Reserva Punta Bermeja).

A DISFRUTAR. Las piletas naturales que se forman con la marea baja.

Desde allí, y recorriendo el borde del golfo, las tibias playas rionegrinas ofrecen desde “la movida” de Las Grutas hasta algunas cuyos centros poblados son tan pequeños que cuesta descubrirlos, como Bahía Creek y Playas Doradas (ver notas aparte), con aguas tan transparentes que hasta el buceo y el snorkel son posibles. Un paraíso argentino que pocos conocen y que te está esperando.

Reserva Punta Bermeja: allí se reproducen lobos marinos y los fósiles están casi a la mano

Está a sólo a 3 kilómetros del Balneario La Lobería y es el mayor apostadero de lobos marinos de un pelo de la Patagonia y uno de los más importantes del mundo, y el verano es época partos, así que podrás ser testigo del milagro de la vida imponiéndose a todo. Se puede visitar todos los días, de 10 a 18, y desde una serie de miradores ubicados en  la cima del acantilado (a veces, también embarcados, como en la foto), podrás ver la explanada rocosa donde las hembras paren sus crías con la ayuda de las gaviotas, que limpian las improvisadas salas se parto al aire libre. Mientras, los machos defienden con colmillos y bramidos sus harenes. El lugar forma parte del Área Natural Protegida Punta Bermeja, caracterizada por una línea de costa formada por acantilados de hasta los 70 m de altura, en cuyas paredes hay fósiles prácticamente expuestos. En la reserva funciona un Centro de Interpretación Faunística, que cuenta con una sala de audiovisuales, fauna embalsamada, restos fósiles y personal especializado.

Playas doradas: el lugar donde hasta el buceo es posible

A 32 kilómetros de la ciudad  de Sierra Grande se encuentra el balneario Playas Doradas, que se destaca entre otras  playas del golfo porque su arena está mezcladas con cuarzo y conchilla molida, lo que le da un brillo único y explica el origen  de su nombre. Las playas tiene más de 3.000 metros de longitud en suave pendiente, e invitan a largas caminatas, pero también a cabalgar o andar con bicicletas patonas. Desde la costa se puede hacer pesca deportiva (hay pejerreyes, sargos, róbalos, lenguados...), y gracias a la transparencia (hay una visibilidad de hasta 20 metros), a la temperatura y a la quietud de las aguas y a la abundante riqueza ictícola del mar, es posible navegar la zona costera y disfrutar la posibilidad de bucear en el fondo marino. Uno kilómetros al norte del poblado,  en la desembocadura del arrollo Salado, se forma una laguna transparente con las mareas altas y un banco de mejillones y cangrejos en las bajamares. Y en los extremos de estas playas existen formaciones rocosas que dan al visitante la posibilidad de observar erizos, pulpos y estrellas de mar desde un lugar de privilegio.

Bahía Creek: playa con agua transparente y tibia

El pueblo, que recibió el mismo nombre que la playa, es tan pequeño que (según el censo de 2010) tiene, oficialmente 5 habitantes. Así y todo, hay un club de Pescadores, unas 30 casas y, casi a orillas del mar, un hostel, gracias a los cuales existe la posibilidad de alojarse en el lugar. Muchas de las viviendas del pueblo cuelgan del acantilado y las calles son en barranca.
Del lado que no da al mar, la villa está rodeada por un campo de médanos vivos, y al costado de ella, siguiendo la ruta hacia la Caleta de los Loros, encontrarás la bahía propiamente dicha, enorme, con arena suave, y aguas azules y tibias (alrededor de 20 grados). ¿Por qué el agua no es fría? Porque justo aquí termina la corriente de Brasil. Según el viento, a veces hay unas olas verdes; pero la mayor parte del tiempo el mar está tranquilo. Son los días ideales para nadar y, algo raro en la costa argentina, verte los pies a través del agua.