El vuelo en Tucumán inició su verdadero despegue en diciembre de 1919, hace justamente 100 años cuando un grupo de tucumanos compraron el primer avión y fundaron al mismo tiempo el Aero Club, pieza clave para el desarrollo de la actividad a partir de ese momento. El 12 de diciembre de aquel año nuestro diario anunciaba con entusiasmo: “nuestros pronósticos sobre el desarrollo de la aviación en Tucumán principian a cumplirse” y anunciaba la compra de la primera aeronave, un Airco.
El comprador era Nicanor Posse. “Varios amigos de este han solicitado les dé participación en la compra y se ha formado una pequeña sociedad por acciones”, decía la crónica. El precio de compra fue de 19.500 pesos moneda nacional, por entonces nuestro diario costaba 10 centavos; una plancha, 11 pesos; un juego de dormitorio completo, 300 pesos y un automóvil, alrededor de 5.000. El contrato de compra fue entre Posse y el mayor Shirley Kingsley en representación de The River Plate Aviation Company.
En una de las cláusulas del acuerdo se expresaba: “el mayor Kingsley vende un aparato Airco DH6 de dos asientos. Motor RAF de 90 HP, el que será entregado en la ciudad de Tucumán, antes del 31 de enero de 1920, puesto en condiciones de vuelo, y después de haber llegado a esta ciudad en vuelo”.
Además se informaba que la empresa enviaría un piloto y un mecánico “por cuenta del comprador”. El Airco era el mejor bombardero que se usó en la Primera Guerra Mundial. La nave llegó a nuestra provincia el 7 de marzo de 1920, tras algunos inconvenientes. El avión fue conducido hasta nuestra provincia por el teniente Mayne.
El 10 de marzo se iniciaron los vuelos con pasajeros correspondiente al debut a un periodista de nuestro diario, Eduardo Alonso Crespo, que le ganó la posición al doctor Posse por decisión del piloto inglés Holland. Pero esta historia merece otro relato.
La odisea del regreso
Volvamos a diciembre de 1919. Tras la operación con Posse, el mayor Kingsley debía regresar a Buenos Aires, lo que fue una verdadera aventura con serios problemas que podrían haber frustrado la compra.
La crónica del 13 de diciembre indicaba: “inesperadamente, pues el arriesgado aviador había guardado absoluta reserva acerca de sus posibles vuelos sobre la ciudad y de su regreso a la metrópolis ayer por la mañana -a las 4.45- Tucumán fue sorprendido por el ruido del vuelo de un aeroplano, lanzándose a la calle centenares de madrugadores, para presenciar ese espectáculo tan desacostumbrado entre nosotros” y agregaba: “entusiasmados, seguían con ávida mirada las evoluciones aéreas del avión, que dio una serie de vueltas sobre esta capital, perdiéndose luego en la inmensidad del espacio”. Aquella situación imprevista e inesperada generó una serie de ideas sobre lo que ocurría.
Todos creyeron que Kingsley, que había llegado con un Airco una semana antes, había resuelto salir a dar una vuelta por encima de nuestra ciudad, pero la verdad era otra. Luego se supo que el piloto despegó para dirigirse a Córdoba y luego seguir su viaje hasta Buenos Aires.
Desde antes del vuelo se sabía que el aviador inglés no volvería solo y que llevaría dos pasajeros, siendo uno de ellos un secreto hasta el mismo momento del despegue. Uno de los viajeros fue el periodista del diario La Nación Arturo Cancela y el otro fue el cónsul británico aquí, Charles Scholes. Según el relato el despegue fue perfecto. “La mañana estaba espléndida para un viaje de esa índole, invitando a surcar los aires en compañía de un piloto tan seguro y sereno como Kingsley”, continuaba el relato.
Sin embargo, alrededor de las 10 de la mañana se “desencadenó una fuerte tormenta, que obligó al aviador a descender en Lavalle” para evitar que la lluvia derribe la nave. Poco más de una hora después la lluvia amainó y permitió que el avión vuelva a despegar para aterrizar “con felicidad en Córdoba, a las 4 de la tarde”.
La confirmación y la preocupante situación vivida por los tres que estuvieron en el avión fue relatada por Cancela por vía telegráfica. En el mensaje se decía: “Inesperadamente el mayor resolvió el viaje de regreso. Por eso fuéme imposible despedirme de Ud. a quien agradezco sinceramente las atenciones que me han tributado. El viaje fue accidentado. Aterrizamos en Lavalle (Catamarca), en medio de un formidable temporal. Llegamos a Jesús María a las 4, siguiendo luego en tren, hasta Córdoba”.
El telegrama había llegado a la oficina tucumana a las 2 de la madrugada pero fue retenido hasta las 8 cuando abrieron al público.
Como vemos, una situación inesperada podría haber jugado en contra de aquella compra que tanto ilusionaba a los amantes de la aviación de nuestra provincia y que tanto esfuerzo pusieron en llevarla adelante. Pero la suerte, y mucho la pericia del aviador pusieron a buen resguardo a los tres que iban en el avión, la misma máquina y el contrato firmado.
El nuevo club
Mientras Kingsley sufría sus percances. En Tucumán los entusiastas del vuelo con Nicanor Posse a la cabeza decidían dar un paso adelante con la creación del Aero Club local, que se produjo en la asamblea realizada en “los salones altos del Club Social”.
Esa asamblea fue presidida por Adolfo Carranza, quien tras informar el motivo que los convocaba y tras la votación dio por constituido el club.
La primera comisión estuvo conformada por Nicanor Posse, Ubaldo Benci, Belisario López Méndez, Rafael Oliva, Benjamín López, el general Ricardo Cornell, el teniente coronel Francisco Fassola Castaño, Adolfo Carranza, Carlos Scholes (cónsul británico), Emilio Boggiatto, Ernesto Aráoz y Roberto Urie.
Otros miembros fueron José Frías Silva, Nicolás Córdoba, Carlos Hermansson y Julio M. Terán. Entre los accionistas iniciales estaban Juan B. Terán, Alfredo Guzmán, Ramón Paz Posse, Clemente Zavaleta, Adolfo S. Carranza, Ernesto Aráoz, Evaristo Etchecopar e Ignacio Toledo.