“Recuerdo que aterricé temblando y preguntándome ¿cómo he sido capaz de hacer esto?”, grafica Maite Benito Moreno la sensación que le dejó su primer vuelo en parapente, hace ya casi 30 años. Pero ya no pudo parar: “una vez que has roto el hielo ya está, quieres más. Quieres volar más tiempo, volar más alto, volar más lejos. Y a pesar de los años que han pasado, no he perdido la emoción de hacerlo”, asegura la española, oriunda de Barcelona pero residente en Madrid.
Maite es una de las apenas siete mujeres que compiten en la Copa del Mundo de Parapente que se viene desarrollando en Loma Bola, y que finalizará mañana. Entre ellas, la única representante de Argentina y de Tucumán es Shauin Kao, quien ya cosechó varios títulos en el continente. “Somos muy pocas las que hacemos esto”, reconoce Shauin, que junto a su esposo, Adrián Acosta (campeón argentino) ofician de anfitriones y hasta organizaron un asado para agasajar a los 120 competidores, provenientes de 30 países.
El pelotón femenino se completa con Patricia García Letona (México), Adel Honti (Hungría), Marcella Uchoa (Brasil), Klaudia Bulgakow (Polonia) y Rasa Grigoraitiene (Lituania).
“Es mi primera vez en Tucumán, hemos visto un poco y probado comida típica de aquí. Hasta ahorita muy bien, pero como lugar de vuelo es difícil, porque al ser suave es muy técnico, necesitas tener mucha paciencia”, califica Patricia, residente del Valle de Bravo, cerca de Ciudad de México. Patricia vuela desde hace 11 años en parapente, aunque también ha incursionado en el aladelta y el paracaidismo. “La primera vez que volé fue con un amigo que hacía tándems. Cuando yo estaba en el aire, pensaba tengo que hacer esto. Y después que ‘dónde está el instructor, que cuanto cuesta’. Empiezas con la lomita escuela y después el primer día que vuelas hay muchos nervios, pero el despegue pasa tan rápido que ni entiendes cómo llegaste al aire. No lo puedes creer. Es una sensación única”, describe.
Adel se siente muy a gusto con las costumbres tucumanas, muy diferentes a las de Budapest. “La gente es muy amable. Me estoy hospedando en una casa de familia en Yerba Buena, son adorables. Buena compañía, buena comida, buen vino”, destaca la húngara. “No recorrimos tanto de Tucumán por abajo, pero sí hemos visto mucho por arriba. Pueblos, campos, caminos, personas...estar allá arriba te da una perspectiva diferente. Todo se reduce a ese momento, lo demás queda abajo, incluso tus problemas. Ahí tienes las prioridades más claras, lo que es verdaderamente importante: tu familia, tus amigos, tus conexiones, tus experiencias”.