Por Roberto Espinosa

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Vital. Imaginativo. Profundo. El humor se cuela en la voz que parpadea a través del teléfono desde Nueva York. La Juilliard School, donde se jubiló tras 35 años de docencia, recuerdos de notables artistas de la música y la danza, van apareciendo en la conversación del maestro que el 4 de junio próximo silbará 90 corcheas. Su creatividad no descansa. “Estoy pensando en hacer Manhattan Tango Show, unido con cosas americanas, una mezcla de El Hombre que amo, Hay humo en tus ojos, que son blues que se pueden transformar en tango, se pueden hacer cosas muy lindas. Canta María, María (de West Side Story, de Bernstein). Y hay una muchacha que dice: ‘Soy María, quién me llama. Soy María de Buenos Aires…’ (comienza a cantar el tema de la operita de Piazzolla) y otro se pone a bailar tap con esa música… se unen las culturas, del sur y del norte, estoy con eso… siempre estamos en proyectos, me consultan, yo encantado, eso es vida, me pongo mal si no hago algo”, cuenta Héctor Zaraspe que vio la luz en Aguilares en 1930.

- A lo largo de tu vida conociste a grandes artistas del siglo XX, como Bernstein, Balanchine, Stravinsky, Nureyev, Margot Fonteyn…

- Es tan hermosa toda la música de Bernstein… era un hombre tan extraordinario, tan exquisito… También conocí a Balanchine que me presentó a Stravinsky. El gran maestro era geminiano como yo. “- ¿Qué es lo que más te gusta a ti?, me preguntó. - Todo, maestro, especialmente Apollo, extraordinario”. A Apollo lo puso Balanchine en el teatro Colón y con los trajes verdaderos que se habían diseñado. Yo estaba muy orgulloso de saber que lo tenía a Stravinsky al lado, no podés respirar…

- ¿Qué enseñanzas te dejó el ruso Balanchine?

- Cuántas cosas uno aprendió de Balanchine… Él me decía: “no hay que hablar de uno, el trabajo que uno hace es el que habla por uno”. Lo conocí acá en Estados Unidos, maravillosa persona, yo aprendí que esa gente grande era superior, pero de una gran simplicidad. Una vez estaba por viajar a París y él estaba con Susan Farrell, me acerqué para desearle el mayor éxito en su gira. Y Balanchine se puso de pie, me dio la mano. Siempre fue un ejemplo, hay mucha gente que tiene el ejemplo, pero él tenía el virus que contagia, tenés que aprender de los grandes tantas cosas.

- A Martha Graham también la trataste.

- Mucho, qué genio. La conocí en 1970, cuando entré a enseñar a la Juilliard School, estaban ella, Antony Tudor, José Limón y entraba este polluelo, porque yo era un polluelo al lado de esa gente. Ella era muy callada, pero cuando hablaba te tenías que callar la boca e inclinarte ante ella, porque era una mujer sabia. La Consagración de la Primavera, de Martha Graham, era una cosa extraordinaria, increíble. La historia estaba bien contada en el baile, era maravillosa. Ella provocaba un silencio, tenías que observarla. Tenías que oír, mirar bien y aprender de esos monstruos sagrados. Ella hizo el baile Lucifer con Margot Fonteyn y Rudolf Nureyev, la entrada costaba 10 mil dólares, era para un beneficio. Que bailara Margot Fonteyn descalza era una cosa rara.

- ¿En qué circunstancia conociste a Nureyev? ¿Cómo comenzó a trabajar con vos?

- Lo conocí en Suiza en el 63. Fui a verlo bailar en una función porque me invitó un amigo suizo; me lo presentó el director de la Ópera de Viena. Luego, fuimos con la compañía de Antonio a bailar en el Drury Lane de Londres; el empresario de Antonio era el mismo de Nureyev y Margot Fonteyn, y los invitó a que nos vinieran a ver. Yo bailé el Espectro, de El amor brujo, y luego una danza peruana; también bailó un alumno mío, que estudió conmigo desde los 9 años hasta los 19, y Rudolf preguntó luego en la cena: “¿dónde estudió ese muchacho?, porque tiene una técnica…” Antonio me señaló a mí. Le dije: “es alumno mío desde niño. - ¿Dónde enseña? - En Madrid”. Al año siguiente, en el 65, vino con el Royal Ballet a Nueva York y fue a buscarme al estudio de Joffrey, quería tomar clases conmigo.

- ¿Era disciplinado, soberbio, sencillo…?

- Nureyev era un genio para mí, tocaba el clavicordio de maravilla, condujo la orquesta del Lincoln Center cuando estaba el American Ballet Theater bailando Romeo y Julieta, era un gran músico, tan disciplinado, tan exigente… Me pidió ser su maestro privado cuando Margot Fonteyn vino a tomar clases contigo. Desde ahí fui maestro privado de ellos.

- ¿Cómo era doña Margot?

- El espíritu de Margot Fonteyn era tan elevado que tú creías que estabas dándole clase, y el que estaba aprendiendo eras tú, porque lo que tú querías ver lindo y hermoso, ella lo hacía, trasmitía belleza, no hay nada mejor para un maestro de baile que tenerla a ella en la clase. Esa mujer era espíritu puro, maravillosa.

- ¿Cuánto tiempo tomaron clase con vos?

- Desde el año 65 hasta el 80, en la Juilliard School me daban permiso y viajaba cuando ellos me necesitaban. Te cuento estas cosas no por ponerme corona, sino porque son regalos de la vida. La gente me pregunta qué le enseñaba. ¿Pensará que le iba a dar una clase a los alumnos? No, esas personas ya saben hacer los ejercicios perfectos, son maestros. A ellos les toca hablar de la belleza, de admirarles cómo respiran, una forma diferente de enseñar, tú aprendes de ellos porque lo que uno les dice o indica, lo hacen con una seguridad… “Lo mejor que tienen los dos es la colocación de la espalda, si la espalda está bien colocada, todo sale bien…”, les decía. Una vez en la Ópera de Viena, Constant Lambert, el director de orquesta, estaba viendo una clase mía, con la actriz Claire Sombert. Y yo caminaba en el salón de la Ópera y me decía: “Este negro de Aguilares, ¿qué hace aquí, con figuras tan grandes? ¿Qué he hecho yo?” Solo dar gracias a Dios y a los ruegos de mi madre. Son regalos de la vida. Cuando entró Nureyev al Teatro Colón, le dijo un periodista: “Usted no tiene un maestro francés, inglés, ruso, eligió al argentino Zaraspe… - Yo no elijo a los maestros por su nacionalidad, sino por su sensibilidad, su belleza, y eso al maestro Zaraspe le sobra”, contestó. A Rudolf le gustaba la pintura, dejó 81 millones de dólares para su fundación que está en Chicago y en Ginebra. Era tan bueno, tan lindo… era un intelectual, tenía una sensibilidad extraordinaria.

- Después de Nijinky, fue uno de los máximos bailarines del siglo XX… ¿La última vez que lo viste, ya estaba enfermo?

- Absolutamente. Su personalidad impactaba siempre, algo pasaba en el escenario cuando él entraba. Lo vi al salir de clase en la Juilliard y la última vez fue en el Lincoln Center, nos dimos un abrazo.

MAESTRO DE BAILE Y DE LA VIDA. Héctor Zaraspe, que vive en Nueva York, cumplirá en junio próximo 90 años. LA GACETA / JUAN PABLO SÁNCHEZ NOLI

Conmigo era una persona de un gran respeto, nunca discutí con él. Yo vivía a dos cuadras de su casa en Nueva York. Él murió en París, donde había comprado el departamento de María Callas. Con Nastasja Kinski hizo una película donde toca el violín. “¿Rudolf, cómo hiciste para tocar el violín? - Estudiarlo”.

- Habrá probado también los manjares de tu madre…

- En Buenos Aires, le dije que íbamos a ir a comer unas empanadas que mi mamá había hecho para él. Salíamos del teatro Colón y me dice: “¿Y adónde vamos? - Al hotel porque las van a llevar ahí. - ¿Cómo que las van a llevar? - Sí de la casa de mi hermana que vive a cuatro cuadras. - ¿Y por qué no  vamos a la casa de ella? - Porque es la esposa del portero y tienen dos habitacioncitas, no, no. - ¿Y dónde crees que vivíamos nosotros? Éramos seis en una habitación, en Rusia éramos más pobres que…” Al final fuimos al hotel. Sabés que cuando Mónica Mihanovich le hizo una entrevista a mi madre (ella cumplía el 14 de septiembre y se llamaba Exaltación de la Cruz Ojeda de Zaraspe), ella le dijo: “Rudolf se comió 13 empanadas. - No mamá, habrán sido tres o cuatro. - No, yo las he contado, hijo, nunca desmienta a su madre, fueron trece”. Rudolf me dijo que había una comida rusa parecida. Le envió un programa firmado por él: “A la mama Cruz con todo cariño”. A la función de El Cascanueces que hizo Nureyev, mi madre estaba invitada, al finalizar toda la cesta de flores que le regaló el cuerpo de baile, se la regaló a mi madre. Ella era muy sencilla, modesta. Y yo le decía: “Mami, no se olvide que usted es como dicen en inglés: Modesty is majesty, usted es una mujer modesta y es majestuosa, usted es una reina, mamá”. Delante de sus amigas, me decía: “che, negro, ¿cómo es eso que dicen allá en Inglaterra que yo soy? - Modesty is majesty”. Rudolf ha sido una persona de mucho respeto. Si la gente te pone en un trono, tenés que merecértelo, que estudiar, que comportarte, son cosas que tenés que aprender de la vida. Ese hombre odiaba la mediocridad, le gustaban las exigencias. Si en el arte no hay disciplina, no sirve para nada. La disciplina es la madre del arte.

© LA GACETA

Roberto Espinosa - Periodista. Autor del diccionario La Cultura en el Tucumán del Bicentenario.

Perfil

Héctor Zaraspe nació en Aguilares, en 1930. Tenía ocho años cuando se acercó a las danzas folclóricas de su país, y posteriormente, a la danza española. Una beca hizo que pudiera formarse también en ballet clásico en el Teatro Colón de Buenos Aires. Durante los 11 años que duró su estancia en España, Zaraspe dio clases a grandes bailarines españoles como Antonio Ruiz Soler, Antonio Gades, Luisillo y Luis Fuente, entre otros. Pero fueron Rudolf Nureyev y Margot Fonteyn sus alumnos más célebres. En la prestigiosa Juilliard School, donde enseñó más de tres décadas, se creó en 1998 un premio con el nombre del maestro: el Premio Zaraspe que se otorga cada año a la labor coreográfica más sobresaliente. Fue profesor del American Ballet Center e invitado del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Por la producción de “María de Buenos Aires” mereció un Grammy en 2003.