Juan María Segura
Experto en Innovación y Gestión Educativa
La matriz como entorno (de cosas y seres), la red como flujo (de datos y significados), la adopción como acción cotidiana (de creación de rutinas y vínculos), la adaptabilidad como ADN y los dos lenguajes nuevos como formas espontáneas de alfabetización digital, ubican a los centennials (también llamados generación Z) en una posición única frente a las TICs de cara al mundo de la robotización. La inteligencia artificial, la realidad virtual, la realidad aumentada, el machine learning, la impresión 3D, el big data y el internet de las cosas son aristas filosas de una revolución de organización de la producción que la humanidad nunca antes vivió, y que los Z están dispuestos a llevar adelante. Díganme qué lenguajes dominan, y les diré en que conversaciones participarán.
La configuración generacional y cultural así realizada para los centennials, ubica a este grupo de jóvenes en un lugar novedoso frente a la idea del aprendizaje, sea institucionalmente a través de una propuesta formal y concebida como tal, o a través de procesos más espontáneos y desprogramados. Para los Z, la experiencia de aprender es algo posible de encontrar en cualquier momento del día, en cualquier lugar físico, desde cualquier plataforma o repositorio de contenidos. Reconocen que la nube posee igual calidad de contenidos que el que pueda ofrecer la mejor oferta educativa disponible, solo que en mucha mayor cantidad, en múltiples formatos y accesible en cualquier momento con mínimo esfuerzo.
Aplomados y decididos
Esta creencia y actitud de los centennials los hace aplomados y decididos. Están habituados a seleccionar, clasificar y optar. Decidir y elegir entre incontables recursos disponibles que ofrece el mundo en red los muestra empoderados, en control de sus trayectorias, autopropulsados. Un aplomo que los presenta tan independientes y originales, como desafiantes y poco convencionales, sea frente a la moda, la cultura, la tradición o la misma idea de la sofisticación.
Los Z también son hábiles y creativos diseñadores. Diseñan sistemas e interfases para crear encuentro entre territorios y recursos antes inconexos, y con ello crean nuevos significados. Generando interfases y encuentros transdisciplinarios, desarrollan sistemas innovadores que cambian los patrones establecidos y reconocibles. Esta característica hace que sean más pragmáticos y menos idealistas, aunque a veces sean interpretados como menos respetuosos y más desafiantes.
Adicionalmente, los centennials prueban, viven en primera persona procesos de experimentación. Reconocen que el mundo está en debate, que muchas convenciones no producen el resultado esperado, que existe una crisis de significado de muchas de las instituciones y rutinas que colonizan el quehacer cotidiano, y que los guías habituales (editores, curadores, enciclopedistas, diseñadores curriculares, sacerdotes, líderes formales de las organizaciones, jefes, ‘expertos’, docentes) deambulan con sus brújulas dañadas dando órdenes y directrices sin mucha convicción. Frente a este escenario, experimentar es una forma de ‘ir a la caldera de los problemas’ y entrar en diálogo con lo nuevo e inclasificable, a la vez que ponerse en comunidad con pares experimentadores, reemplazantes naturales de los guías. El concepto de la folksonomía, la clasificación social colaborativa por medio de etiquetas simples sin jerarquías ni relaciones de parentesco predeterminadas, que aparece como una práctica contrapuesta a la tradicional clasificación taxonómica más enciclopedista, deriva justamente de la actividad de experimentar con pares (folks) y encontrar un lenguaje simple y común que describa esa experiencia.
Habituados a decidir, seleccionar, diseñar y experimentar en nuevas comunidades y con nuevas formas de clasificación, también los Z no tienen problemas en recalcular y reinterpretar lo hecho y experimentado, a la luz de lo vivido y de los nuevos datos emergidos. Al vivir en beta, en formato de prototipo, están permanentemente en diálogo con otros miembros de sus comunidades de aprendizaje y experimentación o grupos de pertenencia, echando nueva luz sobre la trayectoria y su interacción con otros sucesos, datos y áreas o disciplinas. El proceso de recalcular e incorporar nuevos insumos es abierto, honesto, sin filtros y ocurre en vivo. Pragmatismo en acción, dinámico y alejado de todo dogma. Y si las vivencias y la acción de recalcular demandan modificar los diseños, las trayectorias, modificando la ruta como lo propondría el GPS del Waze, se hace sin dolor, sin ofensa, sin siquiera ponderar la inversión de tiempo, esfuerzo o dinero ya realizada.
Encrucijada desafiante
Estas características de los Z los hace particularmente incompatibles con la organización tradicional de las instituciones universitarias, que ofrecen rutas de aprendizaje pre pensadas, rígidas, excesivamente largas y sin canales de diálogo con los problemas de entorno. Por el contrario, los centennials desean construir trayectos de aprendizaje propios, únicos, que resulten significativos en cada acción y vivencia, preferentemente cortos, y que siempre dejen abierta la posibilidad de recalcular y modificar el rumbo. Las titulaciones de las universidades como macro recorridos rígidos pensados por otros bajo un esquema ‘si-te-bajas-antes-no-te-llevas-nada’ (en referencia a la falta de titulación que la acción de interrumpir los estudios supondría), lejos está de capturar el interés que muestran los Z por estar más en control, más en diálogo, más abiertos a los emergentes.
Diseñar instituciones educativas para los jóvenes supone comprender y aceptar estas particularidades, y también comprender el contexto de época en el que estos jóvenes viven y experimentan. Los millennials hoy, los centennials mañana y pronto los alpha, son una encrucijada desafiante para los diseñadores y administradores del sistema de educación superior de cualquier país del mundo. ¿Acaso es una opción correrle el cuerpo a este debate?