Ya es tarde. El calentamiento cambiará el mundo que conocemos. Los glaciares de la Antártida colapsarán por completo. Y no hay nada que podamos hacer para evitarlo. Aún así, la humanidad debe recortar las emisiones de carbono. Amy Austin -la científica argentina que el año pasado obtuvo el Premio Internacional L’Oréal-Unesco para Mujeres en la Ciencia- piensa que se requieren cambios radicales. “No podemos poner un freno de un día para el otro. Pero es lo que hace falta”, prosigue.
Es viernes por la mañana. En el salón de conferencias de la hostería Atahualpa Yupanqui, de Tafí Viejo, se encuentran investigadores tucumanos que han venido a escuchar su disertación sobre la reforestación como una alternativa para mitigar el cambio climático, invitada por la Asociación de Biología de Tucumán. “No queda un solo ecosistema que no esté afectado por una elevada cantidad de dióxido de carbono”, les dice.
Austin es ecóloga y vive en la Patagonia. Se desempeña como investigadora principal del Conicet en el Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas vinculadas con la Agricultura (Ifeva). Además, enseña en la Universidad de Buenos Aires. Nació en Washington, Estados Unidos. Transcurrió su infancia en Florida donde su papá, un ingeniero aeronáutico, participaba en el Programa Apolo de la NASA.
Heredó la pasión por la ciencia y se graduó en la carrera de biología. A sus 20 años, una beca la trajo hasta el sur de la Argentina. Desde entonces, estudia el ciclo del carbono y los ecosistemas naturales, para entender el impacto de las actividades humanas.
- En la comunidad científica, el debate sobre las causas del cambio climático es inexistente. Quedan cero dudas respecto de que nuestras acciones están detrás del aumento de la temperatura. Pero una minoría influyente, liderada por los presidentes de Estados Unidos y de Brasil, Donald Trump y Jair Bolsonaro, considera que el calentamiento se debe a causas naturales. ¿Cómo se refutan esas ideas?
- El cambio climático es real. Y está siendo provocado por las actividades humanas. Los últimos 50 años de investigaciones muestran, claramente, nuestra injerencia en el clima global. Las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero son las más altas de la historia. Estamos emitiendo más dióxido de carbono y eso está calentando el planeta. Las predicciones son graves. Y serán peores, si no dejamos de hacer lo que hemos estado haciendo. Sin embargo, algunos bravucones como Trump siguen embarrando la cancha. Es difícil refutarlos porque, básicamente, no tienen argumentos.
- ¿Qué dicen esas predicciones? En los últimos siete u ocho meses, los expertos de Naciones Unidas han estado advirtiendo que para salvar la Tierra hacen falta medidas urgentes y a una escala sin precedentes; que en 2030 más de la mitad de la población no tendrá agua; que el aumento del nivel del mar se ha acelerado y es imparable... ¿estamos perdidos?
- No. No será el fin de la vida. Pero sí de nuestros estilo y calidad de vida, sobre todo en los países con menos recursos. Para nuestros hijos y nietos las cosas serán muy diferentes. Por no hacer sacrificios para mitigar el cambio climático acabaremos sacrificando esas generaciones. Existe un punto de inflexión del cual no hay vuelta atrás. Lo hemos pasado. El sistema climático global es complejo y se retroalimenta constantemente. Eso significa que no se puede volver al estado original.
- ¿Qué piensa del movimiento que encabeza Greta Thunberg?
- Es la esperanza. Es tarde para salvar al mundo. Pero esa niña es la esperanza. Me sorprende su intensidad; me impresiona. Greta y su generación nos están diciendo que les hemos quitado el futuro. Y aunque sea tarde, confío en que hagan algo. No se trata de pasar la boleta. Simplemente parecen ser los únicos que realmente están preocupados. Más que la negación de Trump, me preocupa la indiferencia de los adultos en general.
- ¿Cómo será el mundo dentro de unos años?
- Es difícil predecir qué pasará con los ecosistemas y cuál será la reacción de la humanidad. Lo que sí se sabe es que nuestros nietos tendrán que ajustarse a un mundo distinto. Los eventos extremos, como las inundaciones y las sequías, aumentarán. Ni todas las ingenierías y tecnologías serán suficientes para mitigar el calentamiento en los próximos 100 años, si no se empieza ahora. Ahora mismo.
- ¿Alcanza con que cada ciudadano cambie sus hábitos?
- Lamentablemente, no. Una persona puede instalar paneles de energía solar en su casa, pero de nada sirve si los edificios públicos y privados no lo hacen, también. O una familia puede reducir el uso de energía eléctrica durante un año. Pero basta un solo vuelo de avión para que se libere muchísimo más carbono a la atmósfera que todo lo ahorrado en una vivienda. Tenemos que modificar los sistemas de transporte y de energía, que están basados en compuestos carbonados. Y para eso tenemos que actuar en todos los niveles: global, nacional, provincial y municipal.
- ¿En qué consiste el ciclo del carbono?
- Las plantas terrestres, el suelo y los océanos son los principales sumideros de carbono. Se trata de reservorios naturales, que fijan el carbono de la atmósfera y mantienen un equilibrio entre las entradas y las salidas. Lo que hemos hecho nosotros, en las últimas décadas, es lanzar a la atmósfera más carbono del que esos sumideros pueden controlar. Hemos roto el balance. Con la destrucción de la vegetación nativa, los cambios en el uso de la tierra y la quema de combustibles fósiles hemos liberado el dióxido carbono que antes descansaba bajo las rocas o entre los árboles.
- Entonces, ¿plantar un árbol es salvar el planeta? ¿Es realmente la solución para mitigar el cambio climático?
- Es cierto que debemos aumentar esos sumideros de carbono. Y la reforestación masiva con especies de crecimiento rápido apareció, en algún momento, como la gran solución. Pero hoy, no parece ser lo mejor. Los últimos 10 años de investigaciones en la Patagonia nos han demostrado que los bosques maduros aún siguen secuestrado carbono. No sabemos, en cambio, en qué cantidad los implantados lo están haciendo. Además, la vegetación exótica, que crece rápido, genera consecuencias en el propio ecosistema en el que se implanta. Pensamos que la verdadera mitigación tiene que ver, en realidad, con la protección de los bosques maduros. Ese debe ser nuestro objetivo.
Dióxido de carbono: cómo afecta este gas la atmósfera
Tanto el dióxido de carbono (CO2) como el metano son gases de invernadero: atrapan parte del calor del sol cuando se refleja desde el suelo y reducen, así, la cantidad que vuelve a escapar al espacio. Ambos son fruto de procesos naturales. Y crean un efecto invernadero natural, gracias al cual el planeta está a una temperatura apta para ser habitado. Pero este calentamiento natural está siendo inducido por las actividades humanas. Durante los últimos 200 años -desde la Revolución Industrial- la cantidad de CO2 y metano de la atmósfera se ha incrementado como consecuencia de la combustión de combustibles fósiles -carbón, petróleo y gas- y como resultado de la agricultura, entre otras razones.