El amor es capaz de marchitarse y crecer como una rosa en primavera, o más bien entre cientos… miles de ellas. Aunque con el tiempo las maravillosas pérgolas y las frondosas enredaderas se deterioraron, el imponente Rosedal del parque 9 de Julio fue partícipe de las más disímiles historias de romance adolescente, recorridos con las manos entrelazadas y escapadas del colegio.
Hoy, en plena revalorización y con miras a algún tipo de cerramiento para preservar su belleza del vandalismo, el jardín circular comienza a salir de su aletargamiento. Junto a la promesa de 1.900 rosas que abrirán sus pétalos en primavera vuelven a la memoria los recuerdos de épocas pasadas. Estas son algunas de las historias que florecieron en El Rosedal.
Que no se entere
Para Norma Cabral 39 años de relación no son nada, apenas un granito en el arenero del tiempo. Por eso es que ella todavía recuerda las miradas cómplices que intercambiaba, a los 15, con Carlos Alberto Molina.
Los enamorados se conocieron en 1980, cuando eran vecinos del mismo barrio en villa 9 de Julio. Pero había un impedimento para que brotara el amor. “Su hermano era uno de mis mejores amigos así que cuando nos descubrió charlando en una esquina se le partió el alma”, narra (sin culpas) Carlos al recordar las situaciones en que ambos debían escapar de los tres hermanos varones de Norma.
“Eran demasiados celosos, muy cuidas, y en mi casa no me dejaban salir -continúa ella-. Así que nos íbamos en secreto hasta el parque o el cine, mis amigas me acompañaban y estaban atentas para que no nos atrapen”.
En estas peripecias, El Rosedal jugó un papel clave y selló el pacto de a dos. “Acá nos dimos nuestro primer beso, uno intenso”, explica Norma al recorrer de nuevo los caminos de polvo de ladrillo colorado. A partir de ahí vino un noviazgo de ocho años y un matrimonio que traspasó las bodas de plata y dio fruto a dos hijos y cuatro nietos.
Por supuesto, también existieron tornados y peleas. “¿Ves que en esta foto salgo cortado por la mitad? Eso lo hizo ella una vez que se enojó. Solía decirle que los domingos me iba a pescar, pero en realidad iba al boliche”, confiesa divertido Carlos al desplegar una serie de fotografías que los muestran juntos.
Del folio, Norma saca además una imagen con uniforme escolar. “Fue de un día en que pasó a buscarme del colegio -sostiene la foto en el aire-. Al regresar, escribí esta dedicatoria en el dorso”. Se lee:
“Recuerdos solos. Recuerdos que no volverán. Días maravillosos que guardo en mi corazón. Que tal vez el tiempo los borrará”. (C y N).
Cantame la de...
La pasión es una sensación que se intensifica con los sentidos y, para los enamorados, aquel aroma a rosas del parque y el suave viento en las tardes cálidas supieron ser el complemento perfecto. A ese paisaje, ¿qué más se puede agregar sino música? Quizás, en la historia de amor de Fany Chocobar, las secretas serenatas que le cantaba Jorge Casciotta fueron las culpables de darle ritmo a lo que resultó una relación que ya lleva 25 años de casados.
La pareja se conoció en 1990 gracias a María Eugenia Galvaire, una conocida en común. “Tenía a mi madre internada en el hospital Padilla y él iba a visitar en grupo a María Eugenia porque había sufrido un accidente. Al pasar el tiempo en los pasillos yo me hice su amiga y fue ella la que ayudó al enlace”, recuerda Fany.
“Él iba a buscarme en su moto desde el barrio Ciudadela hasta Famaillá para que podamos pasar las tardes en El Rosedal caminando. Estaba re enamorada; Jorge tiene una buena voz y mientras estábamos ahí me entonaba baladas de Camilo Sesto y de Franco Simone”, acota la única espectadora de aquellos recitales.
Para completar el plan perfecto, las salidas incluían el aprovisionamiento de una lata de picadillo, galletitas y pan con mortadela o salame.
Húmedo y furtivo
La estudiante universitaria Jessica Lucero dispara una pregunta: “¿cuenta como anécdota haber tenido sexo en el rosedal?”.
Junto a las sesiones de melosos suspiros, la escultura de Juan Carlos Rosedal que preside la entrada de la pérgola también fue cómplice de las ventanas de autos empañadas por la madrugada y de cuerpos distorsionados y fusionados entre los bancos.
“Es un secreto a voces, preguntale a algún adolescente o joven y va a hacerte algún chiste sobre eso. Incluso hubo un tiempo en que veías filas bastante largas de coches. Por mi parte, una vez también tuve mi experiencia ahí. Si El Rosedal hablara, más de uno terminaría soltero”, chicanea Sergio Caje mientras es fulminado por la mirada furiosa de su novia, Jessica.
Tal vez, la culpa de tanto sentimiento, desenfreno y toqueteo esté en el origen mismo de la circunferencia floral. Quizás, en el momento exacto en que el arquitecto Carlos Thays contagió al área verde de un estilo romántico francés y sintió la imperiosa necesidad de tapizar ese sector del parque con rosas y desechó cualquier otra flor.
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