Ricardo Olivera no termina de abandonar la piel de José de San Martín. Aunque el sombrero de dos picos ya no cubre su frente, este profesor de 32 años todavía se divierte con la sorpresa que les dio a sus alumnos el viernes: apareció en el patio de la Escuela vestido de granadero, montado en un caballo blanco y declamando la arenga que San Martín pronunció el 12 de febrero de 1817 en Chacabuco, antes de la batalla decisiva de la guerra por la independencia chilena.
Video: un profesor personificó a San Martín y emocionó a sus alumnosUn jardín floreado y un sol cálido iluminan el patio de la Escuela Agrotécnica Mariano Ramos, en La Ramada, el martes por la mañana. Sentado allí con un mate entre las manos, Ricardo recuerda cómo nació la obra teatral: “dos profesores amigos, Carolina Mayol Ortiz y Elio Villafañe, que estaban a cargo del acto por la muerte de San Martín, me preguntaron si me animaba. Primero les dije: ‘¡no! Hasta fin de año se me van a reír’. Pero después me pareció que si yo lograba meterme en el personaje, los chicos sentirían lo mismo que esos soldados que no sabían si media hora más tarde iban a seguir vivos o no”.
Después de que Ricardo aceptó actuar, él, Carolina y Elio se pusieron manos a la obra: alquilaron el disfraz y engañaron a dos alumnos, Lautaro Siniscalco, de 14 años, y Guillian Istenik, de 18, para que les prestaran la montura y el caballo. La directora de la Escuela, Myriam Toranzo, cuenta que querían “hacer un acto distinto, que deje un mensaje, sin que los chicos se enteren. Y salió muy lindo, porque ellos al escuchar los cascos del caballo no entendieron bien qué pasaba”.
Aunque la primera reacción de los alumnos fue la risa, a medida que Ricardo avanzaba en su arenga ellos se quedaban en silencio. Y al final exclamaron con él: “viva la patria!” y lo despidieron entre aplausos. Santiago Sánchez, de 14 años, sonríe cuando se acuerda: “nos entusiasmó, nos despertó las ganas de conocer un poco más sobre historia y también hizo quedar bien a la Escuela. Nos gusta que los profesores hagan este tipo de cosas porque nos permiten confiar en ellos: sabemos que si nos pasa algo podemos contarles”.
La Agrotécnica de La Ramada se orienta al aprendizaje de oficios y la extensión comunitaria. Después de clases, los alumnos participan en proyectos de carpintería, electricidad, herrería o agricultura en el pueblo. Antes suelen pasar ocho o nueve horas diarias en la Escuela, donde desayunan y almuerzan. “Las relaciones personales que se crean aquí difieren de las de otras escuelas -manifiesta Ricardo-. Yo le tengo un cariño muy particular a esta escuela porque me formé en ella: mi vida pasa por la producción animal gracias a lo que he aprendido aquí. Cuando era adolescente, la situación de mi casa en Alderetes no era la mejor y yo podía venir porque viajaba desde allá con dos profesores. Eso hizo que esta escuela se transformara en mi segunda casa, algo que todavía les ocurre a muchos chicos”.
Mientras Ricardo camina por el patio, algunos alumnos bromean: “San Martín, ¿adónde vas?”, pero él no se molesta. “La educación tradicional era muy asimétrica en lo que hace a la relación entre el profesor y el alumno. No estaba mal, pero la sociedad y la cultura han cambiado. El acceso tan rápido a la información que permite la tecnología cambia la relación de aprendizaje. Además, lo audiovisual les va ganando protagonismo a los libros. Creo que si la educación se adapta de la manera correcta, es posible generar un ida y vuelta muy interesante y un lazo extra”, transmite.
Como debió hacerlo el Ejército de los Andes al cruzar la cordillera, la comunidad de la Escuela Mariano Ramos también afronta penurias y grandes obstáculos: los robos y la escasez de recursos a veces dificultan la enseñanza y atentan contra las perspectivas futuras de los chicos. “Ellos sienten mucho los robos porque, a través de los talleres de oficios, participan del mantenimiento de la Escuela. Cuando les roban, también les dañan las puertas, los candados, las cerraduras, las ventanas, los muebles…”, relata Myriam. Además, al establecimiento le hacen falta, de acuerdo con los docentes, un sereno y una pista de gimnasia.
Sin embargo, los alumnos no se desaniman y enorgullecen a Myriam: “los chicos que más entusiasmo muestran son los de más bajos recursos. Muchos padres son cosecheros de limón y no tienen posibilidades económicas de mandarlos a estudiar cuando salen de la Escuela. Pero aun así ellos progresan y ayudan a sus familias. Algunos se dedican a los oficios que aprendieron aquí, otros quieren ir a la Policía o la Gendarmería, o a estudiar enfermería… Esas son cosas que les atraen mucho. Y también algunos llegan a la universidad. Nuestro propósito es que cada vez más chicos salgan de aquí para graduarse en la universidad”.