Por estos días, hace 50 años se realizaba el famoso festival de Woodstock en una granja cercana a Nueva York (Bethel), que pasó a la historia no solo por los 500.000 espectadores que tuvo, sino por lo que significó más allá de la música. Símbolo, emblema o como se lo quiera denominar.
Algunos estudiosos consideraron al encuentro como el emergente más relevante de la llamada contracultura. Más allá de la consagración del rock y de sus estrellas ya en ese entonces, debe tenerse en cuenta que las personalidades más importantes no participaron (Los Beatles, Los Rolling Stones, Bob Dylan, Led Zeppelin o The Doors). Desde Woodstock, el “negocio del rock” se instaló como industria.
El género, pues, formó parte de esa contracultura que había comenzado algunos años antes, en la Universidad de Berkeley, en las protestas contra la guerra de Vietnam y en la revuelta del Mayo Francés, entre numerosos episodios. En ese establecimiento de California surgieron las protestas por la libertad de expresión y el derecho de reunión, y contra el racismo en 1965.
Una contracultura contradictoria ciertamente: por un lado, fomentaba la experimentación artística y proponía un arte antiburgués, antisistema. Pero colaboró en establecer “otro”, cooptado por la clase dominante, las poderosas galerías de arte y las discográficas. El arte burgués en EEUU, vale aclararlo, era el expresionismo abstracto, el primer movimiento creado en el país más poderoso del mundo.
No se pretende hacer aquí un inventario de todas las tendencias que se llevaron adelante en los 60 de la mano de la contracultura. Basta con pensar en el Pop y en el Conceptual Art, como para comprender ideas que en la actualidad forman parte del arte contemporáneo: la desmaterialización y la condición efímera y transitoria, las visitas al pasado, un lenguaje contaminado, híbrido. Todo ello está incubándose en los 60, ¿era el huevo de la serpiente?
Con frecuencia se tiende a reducir Woodstock a los hippies, al “amor y paz”, al sexo-drogas-rock and y roll, a la lluvia, al barro y al pacifismo. Reiteradamente aparecen las imágenes de desnudos, como símbolos de libertad o del sexo libre; no se duda, desde ya, que fueron expresiones de rebeldía y de disputa de derechos. Pero la contracultura fue mucho más, inmensamente más, tanto en lo artístico como en lo político.
Con peyote y LSD
Para ubicar el arte hace 50 años, en simultaneidad con el festival, debe hablarse de la psicodelia que invadió todas las expresiones artísticas. En Argentina tuvo expresiones aisladas y no se conocen en Tucumán.
Hymphry Osmond creó el término psicodélico y lo definió como “el manifiesto del alma”. En cualquier fuente que se consulte, el arte psicodélico aparece también denominado como arte lisérgico, conocido en la década de los 60, cuando aparecieron las drogas alucinógenas; un tipo de arte basado en las experiencias de esas drogas, como puede ser el caso del peyote, el LSD y otras sustancias más, que alteran la percepción de la realidad y produce diversos efectos.
El consumo de peyote en el norte, y la ayahuasca en Amazonia al sur, se entendió como parte de la misma creación. The Doors, con Jim Morrison, cumplía rigurosamente el ritual en el desierto. Cuando se habla de esas características, debe tenerse en cuenta que su uso era generalizado.
Desde las artes visuales se generó ese movimiento a través de carteles de conciertos, portadas de discos, espectáculos y arte de luz líquida, con murales, cómics y periódicos clandestinos que reflejaron los patrones de color de las alucinaciones del LSD, por ejemplo. Un espiral psicodélico se pobló de brillantes luces y colores, con una intensa irradiación, encandilante; eran colores fluorescentes y vibrantes.
Relacionado totalmente al pop desde su inicio, se expresó en imágenes un tanto caricaturescas, una tipografía especial y una caligrafía ornamentada con letras gruesas y sinuosos. Pero, obviamente, estuvo vinculado igualmente al op art, manifestaciones en las que nuestra percepción pierde algún equilibrio de la realidad y se aferra a las ilusiones; repensando y desafiando las leyes de la Gestalt.
Pantalla grande
En el cine, en 1968 se estrenaba esa inmensa fantasía de “Submarino amarillo”, una película animada de Los Beatles, pop y psicodélica por donde se la vea. Se trataba de un cuento sobre la paz, amor y esperanza con canciones como “Eleanor Rigby”, “When i’m sixty-four”, “Lucy in the sky with diamonds”, “All you need is love” y la propia “Yellow submarine”. Algunos estudiosos mencionan imágenes de “2001: Odisea del espacio” (de 1968), dirigida por Stanley Kubrick. No son las únicas, hay que aclarar.
Fueron los sintetizadores en el rock progresivo (más tarde en estilos de la electrónica), pero sobre todo lo que llamamos efectos visuales, en tiempos en los que Hollywood no pensaba en ellos.
El pop- psicodélico o psicodélico-pop tuvo su expresión en este país en algunas líneas de trabajo del Instituto Di Tella: basta pensar en aquellas obras de Marta Minujín.
En la muestra denominada Argentina Lisérgica, una retrospectiva realizada en 2016 en el Museo de Arte Moderno, se incluyeron obras de Rómulo Maccio, Jorge De La Vega, Edgardo Giménez, Antonio Seguí, Víctor Magariños, María Martorell, Aldo Paparella, Martha Peluffo y Rogelio Polesello, entre otros.