Creció mucho. De repente camina y tenés que volver al trabajo. No hay quién lo cuide. No querés mandarlo a una institución, es demasiado pronto. Y te da miedo que se enferme mucho. Querés que siga en casa. No sabés cómo combinar todo eso. Hace años que en otras provincias del país los “jardines rodantes” ayudan a los padres a resolver estos miedos. En Tucumán ya funcionan dos.

Primero, de qué se trata: un jardín rodante es un espacio de cuidado, aprendizaje y estimulación para niños pequeños (de uno a cuatro años), coordinado por docentes o especialistas en métodos educativos alternativos a la educación tradicional. Para armarlo, se forman grupos de niños (ideal si son vecinos, hijos de amigas y/o de compañeros de trabajo), con un máximo de seis integrantes y un mínimo de tres, en cuyas casas se hacen los encuentros diarios. La “sede” va rotando de hogar en hogar y es la maestra la que se traslada con los materiales.

“Somos dos profesoras de Nivel Inicial. Nos recibimos en diciembre del año pasado y queríamos seguir trabajando juntas. Este proyecto se da mucho en Europa y en Buenos Aires, por ejemplo. Es una forma de darle comodidad y seguridad a los niños y a los padres. Y, a la vez, nos permite manejar a nosotras nuestros horarios. Los chicos hacen algo diferente, previo a la escolarización”, cuentan Florencia Puertas y Virginia Carrizo. Ellas formaron Las Orugas Jardín Rodante, en el que desarrollan actividades artísticas, creativas y de exploración, destacando el juego.

Cada día -añaden las docentes- ofrecen distintos tipos de actividades, como exploración con la tierra; diferentes juegos, ya sea con madera (los Montessori) o entre los mismos compañeros; lectura de libros y “trabajan” con masas y otros materiales que pueden encontrarse en una casa. Y aclaran que no son una guardería, en donde el niño generalmente duerme, sino están permanentemente motivando a los pequeños alumnos. Hacen murales o trabajan en el piso, descalzos, con alfombras y almohadones. “Estimulamos su seguridad, con actividades sensoriales: pintan con los pies, se ensucian, se enchastran. Dividimos todo eso en etapas. Por ejemplo, después trabajan sentados en bancos o cajas”, agregan. Todo lo hacen bajo la mirada atenta de algún padre -o cuidador- que presta la casa.

También en vacaciones

Otra de las propuestas tucumanas de maternales que van de casa en casa es Gestando Lazos, que nació como una “colonia rodante” en barrios de Tafí Viejo y Yerba Buena. Tuvo el mismo significado que el jardín, pero se realizó durante las vacaciones de verano. Es otra modalidad que también se repite en muchas ciudades del mundo. Después de esa experiencia, Ana Carolina Ovadilla, coach certificada en Programación Neuro Lingüística e Inteligencia Emocional, y Paula De Martino, docente de Nivel Inicial, se lanzaron a hacerlo anual.

Las dos profesionales buscaron desde el principio otorgar una enseñanza personalizada, y alejada de educación tradicional, y por ello se inspiraron en la educación Montessori. Se trata de una metodología en la que se debe “seguir al niño”, reconociendo las necesidades evolutivas y características de cada edad, y construyendo un ambiente favorable, tanto físico como espiritual, para dar respuesta a esas necesidades (información que destacan en el sitio Fundación Argentina María Montessori).

Desde el comienzo, en Gestando Lazos, tienen una guía Montessori que desde Buenos Aires capacita al equipo de docentes, coordina actividades y contiene a esas docentes “De todas formas se permite que sea flexible el encuentro, que puede durar desde una, dos o tres horas. También se puede ir dotando de casas. La intención es que sea un lugar cómodo para padres y niños, que están más cómodos y que puedan jugar y aprender en un lugar acogedor”, agrega Ana Carolina.

Sobre el costo -detallan-, es más económico o bien el mismo que un maternal. Y puede ser más bajo que el de una niñera dependiendo si precisan una sola docente o también una auxiliar.

Experiencia

Fuera de que Luján es una niña muy estimulada en el ámbito familiar, su mamá notó un avance en su conducta desde que comparte experiencias -y sus juguetes- unas horas con otros niños en el jardín rodante Las Orugas. Ahora María Elizabeth Birstok, su mamá, la ve menos introvertida y más sociable. Hasta cuenta que reconoce, cuando van caminando por la calle, las casas de sus compañeritos, donde se realizaron “las clases” semanales.

Camilo Fernández, papá de Tomás, que tiene un año y medio, cree que es una buena propuesta: su hijo puede estar en un ámbito seguro, tranquilo y con atención personalizada. “Lo veo muy despierto -añade- más estimulado. El seguimiento y el feedback es constante: siempre que hacen algo, una actividad, las seños me mandan fotos y videos y me cuentan cómo se desempeñó Tomás. Me parece, novedoso y, sobre todo, súper cómodo”.

> PUNTO DE VISTA

A convivir con pares, a jugar y a conocer

MARIANA DATO | PEDAGOGA

El niño no es un adulto en miniatura, ni la mente del niño es una mente adulta en pequeña escala. (Rousseau)

Creo que es importante tener en cuenta la máxima rousseauniana al pensar en la educación de la primera infancia. Si como mamá y pedagoga debo reflexionar acerca de las funciones y objetivos de la enseñanza preescolar, marcaría tres cosas. Es el primer espacio de socialización fuera del ámbito familiar. Allí los niños empiezan a ensayar las primeras reglas de convivencia social y se produce el pasaje de la etapa egocéntrica, como decía Piaget, hacia la relación y el reconocimiento del otro como semejante, donde empiezan a ensayarse límites, normas e intercambios que ayudan a la configuración saludable de la subjetividad. Es el espacio más propicio para el fin de la famosa expresión de Freud: “His majesty, the baby”(su majestad, el bebé). Acá el niño/a dejará de remitir todo a sí mismo y aprenderá a convivir con otros como él. En segundo lugar, es el espacio de juego por antonomasia. Allí los niños deben jugar (los artistas subliman, los niños juegan y los neuróticos reprimen, como dice Freud), porque a través de él los niños/as tramitan angustias, aprenden reglas y se insertan en el mundo y su ley, y se preparan para la vida de adulto. Hay juego social y reglado, juego cooperativo, de imitación, imaginación, entre otros. A través del juego se estimula tanto el desarrollo motor como cognitivo, con lo que su personalidad se va definiendo.

Y en tercer lugar no debemos dejar de pensar en la función propedéutica de la etapa preescolar. Esto es la iniciación a la vida escolar, a adentrarse en el mundo de la ciencia y el conocimiento. Entonces, habrá que dar lugar a herramientas y procedimientos que construyan una base sólida para el aprendizaje de los contenidos curriculares posteriores, sin por ello convertir al aula del jardín en un grado bilingüe, colmado de abstracciones, letras y números que lo alejen de sus posibilidades reales y necesarias de aprendizaje.