La gallina caminaba despreocupada por el centro de la cancha de Tucumán Lawn Tennis, ajena a la euforia y al color que desbordaban de las tribunas. El andar de este espécimen de Rhode Island Red -el ave de corral más conocida del mundo, y una de las mayores productoras de huevos-, que picaba el césped en busca de algún bichito, contrastaba con la solemne rigidez que imperó cuando sonó el Himno nacional argentino, previo al arranque del partido.

Segundos antes de la patada inicial, alguien se apiadó de ella, la atrapó, y se la llevó hacia el sector de tribunas copado por la gente de Universitario. A falta de gallineros cercanos en esa parte del parque 9 de Julio, a muchos les resultó evidente que un pícaro hincha “serpiente” la había llevado para soltarla, a modo de burla al anfitrión.

Otra “gallina”, más humana, se paseaba sobre un caballo, mientras blandía una bandera blanca, azul y amarilla. Se trataba de un hincha “benjamín”, con una máscara gallinácea, que iba y venía arengando a la gente apiñada en la tribuna cabecera, donde se ubica el local. Lo mismo hacía otro fanático, dentro de un traje de “dinosaurio”, que llevaba sobre el lomo un “trapo”, como si se tratase de un abrigo.

El ingenio no fue patrimonio del local. Un grupo de fanáticos de “Uni” diseñó un disfraz múltiple de serpiente, similar a aquellos “dragones” que se ven en desfiles por fiestas chinas. Durante el entretiempo se pasearon por la cancha, para lucir su original vestimenta.

La “Caldera del Parque”, una vez más, hizo honor a su apelativo: de acuerdo al informe oficial, 6.485 personas presenciaron la gran final entre el “Benjamín” y “Uni”. Las hinchadas de uno y de otro bando se cruzaban cánticos; y ambas encendieron bengalas de humo con los colores de su equipo cuando los 30 jugadores saltaron al campo de juego.

Ejemplo

Antes, durante y después del partido, el comportamiento de los hinchas fue impecable. Sin que importe lo que defina el cruce, en este deporte pueden verse familias enteras en las tribunas. No hay violencia. Los más pequeños, con sus camisetitas, no atienden lo que sucede dentro de la cancha. A un costado, juegan su propia versión de rugby, bajo la atenta mirada de sus padres. Los adolescentes, por el contrario, no se pierden detalles: ellos, casi todos jugadores de las divisiones inferiores; ellas, por lo general, jugadoras de hockey en uno o en otro club.

El promedio de edad de los hinchas que ocupaban las gradas más altas de la tribuna principal podría rondar tranquilamente los 70 años. Casi todos, ex jugadores. El rugby genera un sentimiento de pertenencia a un club muy fuerte. A diferencia de lo que sucede con el fútbol o con el básquet, entre otros deportes, en el rugby prácticamente no se dan traspasos de una institución a otra. Y como si se tratase de algo hereditario, el nieto va de chico al mismo club al cual fue de chico su abuelo.

A excepción de las conversiones, el partido, en sí, prácticamente no aportó emociones. La fiesta, entonces, la propuso la gente, desde las tribunas. Como manda el Fair Play, los hinchas sólo quedaban en silencio en aquellos momentos en que los pateadores de cualquiera de los equipos tomaban la responsabilidad de ejecutar un penal. Durante el resto del tiempo, la pirotecnia, los cánticos, las trompetas y los bombos rellenaban el ambiente. Nada que no se sepa del rugby tucumano.