> ENTREVISTA A LILIANA HEKER

Por Verónica Boix

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

En el departamento de San Telmo donde dicta sus talleres legendarios, Liliana Heker habla y sus gestos van dibujando en el aire las historias que cuenta. La escritora argentina más precoz de la generación del 60 creció hasta convertirse en una narradora imprescindible. Se la ve contenta con el Premio Nacional que acaba de recibir por su obra cuentística incluida en Cuentos reunidos, los relatos que creó a lo largo de más de 50 años de escritura.

Desde que editó su primer libro de cuentos Los que vieron la zarza la autora de novelas como Zona de clivaje y La muerte de Dios no paró de trabajar en su proyecto literario. Pertenece a una generación que conjugó literatura y compromiso social, participó en El grillo de papel y cuando prohibieron la revista se las ingenió para fundar, junto con Abelardo Castillo y Sylvia Iparraguirre, una nueva publicación, El escarabajo de oro, a la que le siguió El ornitorrinco. Las tres se convirtieron en símbolos de una época mítica.

- ¿Cómo fue la experiencia de releer todos tus cuentos para organizarlos en Cuentos reunidos?

- En ese libro están desde mi primer cuento -que escribí a los 17 años en la máquina Royal- hasta los que escribí muy poco antes de que se publicara el libro. Traté de construir otra cosa, no un recorrido cronológico de vida, sino un objeto nuevo para que cada cuento se leyera en sí mismo, y de alguna manera, el lector pudiera leerme a mí a través de todos esos cuentos que toman mundos muy diversos y tienen puntos en común. Sospecho que debe haber una coherencia interna subterránea en los cuentos.

- Los conflictos familiares, la voz de la infancia, el búsqueda personal son temas a los que volvés en muchos de los relatos, ¿Cómo fueron evolucionando esos temas a lo largo del tiempo?

- Los mundos familiares me siguen fascinando. En apariencia todo es normal, es aceptado, pero subterráneamente pueden ocurrir conflictos, crisis, quiebres. Uno tiene algo esencial, una visión del mundo y ciertas obsesiones que permanecen. Creo que eso nos pasa en general a los escritores. Solo que va cambiando la experiencia, va ampliándose el mundo narrativo, el conocimiento y la reflexión sobre ciertas cosas. Lo maravilloso de la ficción es que uno dispone de todo el universo para contar. A través de esos temas es imposible que no se filtre algo de la propia visión del mundo.

- Justamente pertenecés a una generación que tenía una mirada sobre mundo.

- Siempre digo que soy absolutamente una escritora de los 60 porque entré a la reunión en (el café) Los angelitos de El grillo de papel, y simbólicamente en la literatura, el 21 de enero de 1960. Tenía 16 años. Fue una generación muy precoz, es decir, Ricardo Piglia, Briante, Juan Martini y yo misma empezamos a publicar muy jóvenes. Y no solo a publicar, sino a tener una actitud respecto de la literatura. Era una época en que los intelectuales teníamos peso. En lo ideológico y en lo político; hubo cambios muy fuertes también en lo literario. Además éramos leídos, había un público lector. Existíamos aún antes de haber publicado. Había no solo escritores buenos sino un movimiento de escritores.

- ¿Y cómo fue la experiencia de ser mujer en un movimiento de hombres?

- Sentí muy tempranamente que pese a que a mí me resultaba totalmente natural ser mujer y escribir, para los otros sí era una situación conflictiva. El problema se despertó cuando yo tenía 24; años me hicieron una entrevista de (el diario) La razón porque querían hacer una nota sobre las mujeres y entonces el periodista me empezó a preguntar “¿Qué lee una mujer?”, “¿Cómo escribe una mujer?”. Y yo me sentí un chimpancé. Apenas puedo dar cuenta de mí misma, ¿Cómo puedo dar cuenta de todas las mujeres? Me indigné.

- ¿Por qué?

- Pienso que la clasificación de literatura femenina es irritante y discriminatoria.

No creo que haya una literatura femenina, hay hombres y mujeres que escriben. En ese momento se solía llamar liratura femenina a algo que yo no pertenecía, yo pertenecía a una generación: los escritores del 60. Muy tempranamente salí al ruedo y me tenía que imponer siendo dura con las críticas. Mis compañeros de generación estaban por temas más violentos, yo tenía temas más íntimos. Me encantaban las contradicciones de los mundos familiares, el tema de la locura. Sentía que ellos pensaban que esos temas no eran lo mismo que su literatura fuerte. Un día se lo comenté a Abelardo Castillo y él me dijo, “¿Por qué no escribís sobre un boxeador que siempre pierde?” De ahí viene mi cuento Los que vieron la zarza.

- Sin embargo, ese cuento habla del conflicto de familia y del sentimiento de fracaso, dos temas que rondan la intimidad.

- Justamente, cuando empecé a escribirlo me di cuenta de que sería totalmente inauténtica si escribía desde el punto de vista del boxeador. Un escritor no tiene que vivir todo lo que escribe pero sí ser capaz de proyectar. Yo no sabía que se siente arriba de un ring. Fue una especie de mojón para mí. Con ese cuento descubrí varias cosas. Una fue la resolución formal, contarlo a través de la familia, ir desplazando el punto de vista; y otra fue el tema del fracaso en cualquier tarea que uno se propone.

- En ese cuento, como en muchos otros, tus personajes vuelven a la infancia ¿Por qué?

- En casi todos mis personajes la explicación, o la réplica o el origen de algo que les pasa, está en la infancia. Es algo que no me propongo pero que me ocurre con muchísima frecuencia. También en las novelas Zona de clivaje y El fin de la historia, hay momentos en que el relato va hacia la infancia y encuentra el origen de algo.

- En Zona de clivaje, que se reeditó el año pasado, además de buscar en su infancia, la protagonista aborda temas muy actuales relacionados con la mujer.

- Es una de las cosas que más me alegra, la siguen leyendo nuevas generaciones y también encuentran eso que yo quería decir. Cada libro que se ha escrito en la historia de la literatura es leído de manera particular en las distintas épocas, con esta novela lo siento de una manera muy especial. El tema de la mujer que específicamente yo abordo se ha ido modificando de manera muy revolucionaria. Se me planteó el conflicto que podía tener una mujer entre su inteligencia y su cuerpo. Ese fue el disparador. Pero fueron surgiendo varios temas, el de la libertad, el de la maternidad, que para mí siempre fue un tema muy fuerte. El hecho de ser madre para una mujer parece una fatalidad biológica, pero creo que la maternidad debe ser una elección.

- Ese es uno de los planteos del feminismo. ¿Te considerás parte de ese movimiento?

- No me considero feminista. Me siento parte de las luchas que se están llevando a cabo en defensa de los derechos de la mujer, y tal vez soy, y siempre he sido, una feminista de hecho, porque nunca acepté ninguna forma de discriminación respecto de la mujer. Pero, con la misma pasión, me opuse y me opongo a toda forma de discriminación. Una vida digna para todos los hombres y mujeres, el rechazo a toda forma de explotación, una educación pública obligatoria y de excelencia, igualdad de derechos y de posibilidades, eso es lo quiero para la sociedad en la que vivo. Y, sinceramente, creo que esa concepción del mundo por la que creo que vale la pena luchar, excede el término feminismo.

- ¿Cómo se explica que des talleres de escritura desde hace 40 años, y al mismo tiempo, afirmes que no se puede enseñar a escribir?

- Un escritor aprende su oficio; si no lo descubre, otro podrá ayudarlo a hacer un cuento correcto. No se puede enseñar a escribir. Lo que es exterior es pura copia. Creo únicamente en los talleres que pueden dar creadores. Unicamente un creador se puede meter en el texto de otro y entender qué es lo que está buscando. Son cosas muy concretas que tienen que ver con lo que uno mismo descubre en sus propios textos. El escritor es lo que vivió, lo que leyó, lo que le pasa y también es la incorporación de ciertos recursos que le hacen posible decir lo que quiere a través de una ficción. Incluso tiene que sentir que esos recursos son suyos, que realmente con esos recursos puede expresarse. Los cuentos correctos no me interesan. La corrección es algo mediocre.

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PERFIL

Liliana Heker es cuentista, novelista y ensayista. Junto con Abelardo Castillo, fundó y fue responsable de dos de las revistas literarias de mayor repercusión en la literatura latinoamericana: El Escarabajo de Oro (1961-1974) y El Ornitorrinco (1977-1986). Desde 1978 coordina talleres literarios, en los que se han formado muchos de los mejores escritores argentinos de la actualidad. Su primer libro de cuentos, Los que vieron la zarza, publicado en 1966, obtuvo la Mención Única en el Concurso de Casa de las Américas, marcando el inicio de una prolongada y exitosa carrera literaria. A ese libro, entre otros, le siguieron: Acuario (cuentos, 1972), Zona de clivaje (novela, 1987, 1997 y 2010, Primer Premio Municipal), El fin de la historia (novela, 1996 y 2010, Premio Esteban Etcheverría) y Diálogos sobre la vida y la muerte (entrevistas, 2003). Casi todos sus cuentos han sido traducidos al inglés por Alberto Manguel, y muchos de ellos se han publicado también en las lenguas respectivas en Alemania, Francia, Israel, Rusia, Turquía, Irán, Serbia, Holanda y Polonia.