Hace 16 años, Rosa Gómez tuvo que emigrar a Buenos Aires a buscar trabajo. Sus nueve hermanos eran demasiado para el bolsillo de sus padres. Volvió a la Banda del Río Salí, su lugar de origen, siete años después. “En Tucumán trabajé desde 2011 hasta el 2016 en blanco, hasta que me corrieron. Nunca pude volver a conseguir otro trabajo igual”, cuenta. Su calidad de vida se degradó tanto que en 2020 regresará al territorio bonaerense.
“Rosita” forma parte del 48,9% de los asalariados que trabaja en negro en Tucumán, según reveló el Indec hace una semana. Es el índice de trabajo no registrado más alto del país.
La mujer de 33 años es mamá de tres hijos. Viven en un pequeño departamento a medio terminar que está delante de la casa de sus padres. “Quería construir el segundo piso para tener más espacio, pero la obra quedó en la nada”, explica.
El espacio llegó de otra manera. En abril, su hijo más chico pasó a vivir con su ex pareja. Lo que “Rosita” gana no le alcanza para mantener a los tres.
Hasta febrero de 2016, la mujer trabajó como cartera para una empresa. Estuvo dos años con contrato temporal y tres con tiempo indeterminado hasta que recibió una carta de despido. “Fue sin causa, por un recorte de presupuesto, junto a diez compañeros”, explica.
Desde ahí comenzó a rebuscársela para subsistir. “Trabajé en otro correo privado pero en malas condiciones. Y así pasé de trabajo en trabajo”, dice.
El sueldo de moza de un bar nocturno le alcanzaba para llegar a fin de mes. Una noche, volviendo del bar a su casa, le robaron la moto. “Empecé a buscar otro laburo de día para poder ir en colectivo. Conseguí, pero ya no me alcanzaba para pagar el boleto”, recuerda.
Antes de la moto robada, junto a su ex pareja tenían un auto. Habían comenzado a pagar un plan de ahorro para cambiarlo, pero en el camino las cuotas superaron sus ingresos. Tuvieron que vender el plan y el auto.
Hábitos distintos
“Rosita” está cocinando milanesas con arroz para sus hijos. Es la una de la tarde. Recién llega de trabajar como bandejera de una cafetería del centro. Cobra $ 200 por día trabajando entre cuatro y seis horas. A veces también hace trámites para un estudio jurídico. No tiene horarios ni días fijos. Tampoco aportes jubilatorios ni obra social. Está en negro. “Antes me la rebuscaba para revocar la pared de mi casa, ahora laburo para comer”, compara.
La mujer pone a fritar las milanesas. Sus hijos hacen tiempo mirando el techo. Hace un año tenían televisión por cable e internet. Dejó de pagar cuando la boleta de luz marcó $ 5.700 en octubre de 2018. Un año antes indicaba $ 500.
“Rosita” recuerda que a principios de este año no llegaba a pagar las tarifas ni con la Asignación Universal por Hijo. Tuvo que vender dos notebooks, un televisor y acudir al bolsillo de sus padres.
En tres años se tuvieron que adaptar a nuevos hábitos. Sus hijos iban a la escuela en transporte, pero ahora van en colectivo. “Mi hijo mayor, de 11 años, maduró de golpe. Me acompaña al súper y calcula cada gasto”, relata.
Trabajar en negro le impide tener previsibilidad. “Quizás en otra provincia puedo trabajar lo mismo y ganar un poquito más”, se esperanza. Sus minutos en Tucumán están contados, otra vez, como hace 16 años.