Noralía Jabif
Columnista invitada
“Mire, aunque no me crea, me da un dolor muy fuerte el tener que estar volteando todo esto. Estamos perdiendo las cosas valiosas de la ciudad. Yo también estoy trabajando en el parque y se están talando árboles”, me dice el joven que, a bordo de una máquina ¿retroexcavadora? va convirtiendo en áridos lo poco que quedaba en pie del edificio de Alberdi 150, que alguna vez fue, en distintos períodos, casa de familia (¿comienzos del siglo XX?), depósito de una empresa tucumana, sede de la ENET N 2, de la Escuela de Bellas Artes de la UNT, de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán, casa DAR-Ferullo y, en su etapa agónica y de abandono, propiedad de un sindicato hasta que el año pasado la habría comprado un particular. El rostro acongojado del obrero de la empresa de demoliciones me sugiere que esas paredes ya destruidas todavía conservaban, hasta estos días, vestigios de esa antigua belleza poblada por frisos y restos de gobelinos. Un rostro que hasta entre las ruinas, ha podido intuir huellas de la historia. De la antigua vida de la ciudad. Hasta ahora, el frente robusto y los importantes pórticos y rejas de hierro que (dicen) alguna vez fueron acceso de carruajes sobreviven. También, el pino que se yergue como una marca verde casi solitaria en una cuadra -Alberdi al 100- que haya sido hasta ahora condenada a ser casi un “no lugar”, y que podría haber tenido otro destino si a ese edificio lo hubiera comprado, arriesgo, la UNT cuando todavía nadaba en las mieles de Minera Alumbrera. Activistas del patrimonio abstenerse, porque ya es tarde.
Esta es una reflexión que viene a cuento como “ayuda memoria”. Hace una semana fue el edificio de El Buen Pastor, en Mendoza y Salta, el que amaneció vallado. Poco antes, el ex Banco Francés, en San Martín y Maipú. (A propósito, ¿qué destino le espera al edificio de San Martín y Maipú que es propiedad de la Caja Popular de Ahorros y sobre la cual ya hay un proyecto de recuperación (por concurso)? ¿Qué destinos les esperan a las devastadas construcciones del ferrocarril de la calle Marco Avellaneda que hoy son aguantaderos, y que en una ciudad como Rosario ya habrían sido recuperados para la ciudad ?
A pocos metros, sobre Marco Avellaneda al 200, el Centro Cultural Juan B. Terán - que está en proceso de recuperación- es prueba de que esa recuperación es posible. Pie de página para la escultura de Marie Orensanz que se acaba de emplazar en el lugar, en el marco de la Bienal Sur. Sería bueno que el vecino que se pregunta qué es esa monumental instalación en hierro en la que se lee: “Tenemos el poder de elegir”, tenga a la vista referencias sobre la obra y sobre la artista franco-argentina.
Yo imagino para esa área -otro “no lugar” de la ciudad- un cinturón edilicio y verde que arranca en el edificio del Ferrocarril Belgrano, en San Martín y Marco Avellaneda, en el que se instale un museo/centro cultural interactivo en el que nuestros niños sepan lo que es el tren (¿acaso nos preguntamos por qué ejerce el tren de juguete tanta magia sobre nuestros nietos, si no han experimentado el maravilloso vértigo de ese mundo sobre ruedas?). Y que puedan recorrer ese paisaje urbano que es pura historia de la ciudad de la primera mitad del siglo XX; y pasear las vías en horarios predeterminados. Y que aprovechen el puente peatonal con el fondo impagable de los cerros para jugar, tal vez con sus patinetas los más osados. Y que la recientemente recuperada placita de la calle Suipacha no quede como un botón a la intemperie, en medio de una “nada” salpicada por acciones que, si no se proyectan y ejecutan en conjunto, no son más que intenciones. Me repiten, por lo bajo, lo que escucho desde hace décadas: “es difícil congeniar los intereses de la Nación (la red ferroviaria) y la Provincia”. No hay mejores respuestas que ésa para seguir fomentando el escepticismo hacia las instituciones que, en teoría, son la puesta en acto de la democracia.