Miles de diarios han rodado esta mañana por debajo de las puertas de los tucumanos. 107 años, 38.811 ediciones de LA GACETA impresa y un pedido tan desesperado como inusual: una mujer, Inés Zavaleta, utilizó las Cartas de lectores para dar un grito de socorro en medio del desierto.
Inés no se ha quejado por las cloacas rotas de su barrio, ni por los baches, ni la corrupción ni por las pérdidas de agua potable de la SAT. Inés ha suplicado que alguien ayude a su familia.
La mañana del lunes 1° de abril, Juan Pedro Longo (55), su marido, se desplomó en el suelo. Hacía un tiempo que no se sentía del todo bien, pero el día a día, el trabajo, el colegio de la pequeña Valentina -su única hija, de 14 años- eran más importantes que la salud. Como todos los días, Juan ya había comprado en el mercado las verduras para salir a vender en su camioneta.
"Llegó lúcido al hospital Padilla, pero la presión había hecho estragos en su cerebro. Ese día estuvo bien. Pero al día siguiente le dio un segundo ACV que lo dejó hemiplégico, sin habla y sin ni siquiera poder tragar". Ahí, cuenta Inés, se le derrumbó todo. Juan Pedro era el único sostén de la familia y un día sin salir a trabajar significaba un día de solo egresos en los bolsillos familiares. Y así viene siendo desde el 1° de abril hasta hoy: solo gastos, que se solventan con la ayuda de familiares, vecinos, amigos y viejos clientes del verdulero del barrio.
Carta sin destinatario
Son las 15 de hoy, el día que Inés ha decidido enterrar su orgullo y publicar su desesperación en LA GACETA. La mujer escucha que aplauden y sale apurada por el largo pasillo de Constitución 244, una propiedad que comparte con otras tres viviendas. La suya es la que está al último, al fondo. Ni siquiera puede sacar en sillas de ruedas a su marido, porque el piso del pasillo está destrozado y las ruedas se atoran. Que alguien llame a la puerta luego de haberse publicado su carta, para ella es una esperanza.
Se le ilumina la mirada, ya vencida de tanta pelea, cuando escucha que la visita el equipo periodístico de LA GACETA. "No. Hasta el momento no ha venido nadie más que ustedes. Espero que todo esto sirva de algo".
Yo soy Zavaleta, sí, apellido de alcurnia, pero mi familia fue la rama pobre de los Zavaleta. Mi papá era la oveja negra y nuestra vida nunca fue próspera como la de nuestros parientes. Me acuerdo de la casa de mi abuela, en la Chacabuco al 800, toda gente hermosa, una casa que era un palacio... pero nosotros no. Yo lo único que quiero es que a mi hija no le falte nada.
Inés confiesa que ha sentido muchísima vergüenza de que su carta se publicara en el diario. "Nosotros somos gente de trabajo, no estamos acostumbrados a salir a pedir. Me da muchísima vergüenza tener que recurrir a esto, pero yo realmente no doy más. Me muero de la vergüenza, pero necesito ayuda", dice.
¿Qué necesita?
Durante los dos meses que su marido estuvo internado en el Padilla, no había mayores problemas. Estaban prácticamente viviendo ahí. Pero cuando volvió a la casa se dio con cero pesos, miles de gastos y nada de tiempo para hacer incluso los trámites más básicos. Todo su tiempo lo demanda Juan Pedro, postrado en una cama especial montada en el comedor de la casa, que ahora se ha convertido en su habitación.
"Estando en el hospital podía hace algunos trámites, porque me lo cuidaban los vecinos de la sala. Pero ahora no puedo. Necesito ir a Anses a tramitar la pensión por discapacidad, pero no lo puedo hacer. Ya tengo el certificado, me lo dieron en el hospital", dice la mujer.
Esa es una de las ayudas puntuales que pide: que alguien de esa dependencia vaya a visitarla y le permitan hacer el trámite en el domicilio.
También espera que alguien pueda ayudarla con algunas reparaciones en su casa: dentro de unas semanas Juan comenzará con su rehabilitación, para lo cual tendrá que trasladarlo por ese pasillo intransible en silla de ruedas, hasta llegar a un taxi que esté dispuesto a llevarlo.
Además, la casa no tiene gas natural más que en la cocina, por lo tanto, para bañarse ella, su hija y su marido, calientan agua en una olla de locro y la usan en la bañadera. La olla tiene el sarro pegado de tanto hervir agua. De locro, ni hablar.