Alberto Sarlo es abogado, escritor y profesor de boxeo. Publicó varios libros de “ficciones filosóficas” escritas por él y por internos del pabellón 4 de la Unidad de Máxima Seguridad de Florencio Varela, en Buenos Aires. Esas publicaciones, a la vez, fueron el resultado de un proyecto destinado al sistema penitenciario. Junto con Carlos Mena, ex preso y su ayudante, ha enseñado filosofía, literatura y pugilismo a los reos en distintos lugares.

“La sociedad supone, presupone, no sabe y no quiere saber sobre el sistema carcelario. Además, hace un enorme esfuerzo para no enterarse de lo que pasa, porque cada vez que se rasca un poco la superficie, empieza a conocer (la realidad). Pero así como rascó, automáticamente la tapó. Según las estadísticas relativas, en Buenos Aires hay tres muertes por semana en las cárceles. Hay cientos de casos de tuberculosis y sarna, y cuando llega el invierno, se nos muere uno por gripe. No hay anestesia para la atención, por ejemplo, odontológica. Cuando hay una muerte, se lo traslada a un hospital para que en los complejos penitenciarios no se armen sumarios”, evidenció.

El profesional y Mena estuvieron en Tucumán para participar en jornadas organizadas por el Centro de Especialización y Capacitación Judicial y la Escuela del CAM. En esas actividades, también participó Kevin Lehman, sociólogo especializado en gestión de crisis, que trabaja con los poderes judiciales del país.

“A muchos no les va a gustar esto, pero somos una sociedad racista. Al tener un poder judicial armado y preparado solamente para detener delitos contra la propiedad por flagrancia, obvio que se llenarán las cárceles de pobres, que en flagrancia actúan en eso: el ‘escruchador, el arrebatador y el que roba y mata en esa situación. Punto”, respondió Sarlo, con referencia a las registros de muertos y la crisis carceleria que se presenta en Buenos Aires y otros puntos de Argentina.

“Son nuestros otros, los marginales, nuestros negros. Y son nuestros negros porque les construimos culturalmente que no pueden tener acceso a (Jorge Luis) Borges, a (Immanuel) Kant o a (Michel) Foucault o que no pueden tener acceso a un trabajo. ¿Por qué Borges no puede ser leído por un negro? Yo demuestro que sí puede. Voy y hago territorio”, añadió.

Mena no sabía leer, pero ahora da boxeo en las cáceles. “Estuve toda la vida en cana, y las estadísticas no me van a decir cuál es la realidad. Viví adentro de la celda, padecí hambre y vi cómo mis compañeros se morían de problemas hepáticos. Vi cómo el servicio penitenciario violaba a los chicos insanos y vendía el cóctel para los enfermos de HIV. La gente se moría. El hambre trae discordia; todos éramos ignorantes y salvajes, ya que veníamos de una vida de m… Ya veníamos siendo presos de la pobreza”, expresó. “Conozco a gente que se hizo ladrón en la prisión. Había sido remisero o trabajaba en otra cosa”, acotó.

Lehman apuntó, a su turno, a la sobrepoblación carcelaria como otro de las dificultades. “En 2013, la provincia de Buenos Aires tenía una población penitenciaria de 36.000 personas. El año pasado tuvo 45.000 detenidos. Hay directores de penales quieren hacer educación, cosa que en Tucumán también se intenta, pero no hay espacio para las aulas. Donde hay un metro, meten a un preso”, remarcó.

“Hay un problema central, que es el miedo. La reacción es ‘métanlo presos’, ‘sacamelo de aquí’. La clave es que ‘no sea un ciudadano como yo’, que ‘están todos drogados’. Pero eso no tiene ninguna vinculación con que haya 30% de pobres o que los chicos no terminen la escuela. Quienes están detenidos, el 50% no terminó la primaria. El Estado los tiene ahí”, finalizó.

En Tucumán, el sistema carcelario atraviesa también una crisis interna por sobrepoblación y también por causas judiciales por homicidios y droga. El último caso fue el de dos reos de Villa Urquiza, que denunciaron que habían sido torturados debido a que se habían negado a vender sustancias que, supuestamente, les entregaban los guardiacárceles.