> ENTREVISTA A LAURENCE DEBRAY

Por Alejandro Duchini

PARA LA GACETA  - BUENOS AIRES

Laurence Debray nos recibe en un bar ubicado a metros del hotel en el que se hospedaba. Pidió hacer la nota en un bar puntual porque el hotel, le dijo a una de sus asistentes, la entristece. De cuerpo menudo y ojos bien celestes, su imagen sonriente será una constante durante la charla de poco más de una hora. Apenas reflejará alguna tristeza cuando recuerde hechos puntuales de su infancia y de su relación con sus padres. Que, dice, la dejaron de lado para dedicarse a sus trabajos. Hasta le negaron abrazos que todavía parece reclamar en páginas de Hija de revolucionarios (Anagrama). “Escribir el libro cerró heridas. Entendí mejor sus fallos. Me funcionó como sanación, porque no fui al psicoanalista”, dice, mientras ríe. “Entendí mejor sus rasgos, sus cosas. Les pude disculpar por ser padres tan poco comunes”, agrega.

- ¿Hablaste con ellos del libro?

- No Es más complicado. Pensé que después de leerlo iban a poder hablar conmigo, pero no. La comunicación es un poco difícil con ellos. Creía que al leer el libro íbamos a charlar, que habría una reacción, pero nada. Hay algo como cerrado. No comunican. Ni siquiera creo que entiendan que yo necesito saber.

Fue lo primero que dijo Laurence cuando se encendió el grabador. Aunque lejos del llanto, se percibió a través de su mirada cierto rasgo de lamento; de sueño que no pudo ser más que eso. Apenas nos separaban dos tazas de café y un ejemplar de Hija de revolucionarios, en cuya portada se la ve adolescente y con un fusil al hombro.

- ¿Qué significa ese silencio paterno?

- En su silencio encuentro dolor. Esta historia es dolorosa para ellos. Hay como un pacto de silencio con esa vida clandestina. Un secreto. Como que piensan que no podría entender porque pertenezco a otra época. Aunque también debo destacar que tuve una vida privilegiada.

- En tu libro contás que siendo una nena, en medio de un acto político, tu papá te rechazó cuando fuiste a abrazarlo.

- Lo conté para poder verlo a la distancia, para encontrar razones. La razón es que él tenía una cita con la política, con la gran historia, Pero no tenía una cita conmigo y no podía estar en los dos planos. Hoy en día, si veo a mis hijos los abrazo. Pero el papel de padres para los míos era tal vez accesorio.

- Escribiste sobre vos pero también sobre dos personas reconocidas en el campo intelectual.

- Justamente, mi apellido en Francia lleva unos valores que quise investigar. Espero poder transmitirlo a mis hijos, que haya una cadena familiar. Porque mis padres no son gente de familia. Rompieron con sus familias por razones políticas y me gustaría recoger de esas cosas. De hecho, hablo mucho de mis abuelos. Incluso destaco a mi abuela paterna porque me dio mucho amor y afecto y cariño y una estructura familiar que no tenía. Fue una persona muy generosa, que me educó. Mi abuela era una mujer muy fuerte. Metida en política en tiempos en que las mujeres no estaban en política. Era elegante, con carácter fuerte. Como una brújula para mí. Un personaje famoso en París que incluso podía impresionar. Tenía coherencia, lo que yo no tenía con mis padres. Mi abuela me daba seguridad. Y mi abuelo lo mismo: una pareja o una familia normal. Mis padres estaban casados pero cada uno tenía su casa, con sus historias. Era todo muy incoherente.

- ¿Cómo describís el sentimiento de investigar a tus padres?

- No pensaba dedicar tanto tiempo y descubrir tantas cosas. Después vino la asimilación: ¿qué hago con esto? ¿Cómo ordeno estos personajes que parecen de ficción, pero son mis padres? ¿Qué hago con mi rencor? Luego, la decepción de no poder discutir del libro con mis padres. Después, el éxito del libro. Tengo la impresión, sin embargo, de haber resuelto algo: quiénes eran mis padres, de dónde venía yo, cuál era mi historia. Hubo muchos lectores que me llamaron para darme más información, que agregué a una edición de bolsillo. No me ayudaron mis padres, pero me ayudaron mis lectores. No quería que el libro fuera un ajuste de cuentas. Entonces necesitaba tiempo. Es como los pasteles: se necesita tiempo para que salgan bien. ¡Y me ahorré la terapia!

- ¿Lloraste?

- Lloré. Hay momentos en el libro… Vi muchas imágenes de mi padre, del juicio, del anuncio de la muerte del Che. Es algo doloroso, porque además está alejado de la imagen que tengo de mi padre hoy en día. Descubrí que no teníamos intimidad, que había como un fallo genético entre nosotros. Cuando te das cuenta de eso, se vuelve complicado.

- ¿Qué les preguntarías a tus padres si te dan la oportunidad?

- A mi padre le preguntaría cómo sobrevive psicológicamente a cuatro años de cárcel con tantas angustias, tortura, sin hablar con nadie. También le preguntaría por qué con un futuro prestigioso a los 20 años, y con una familia, sin embargo se va tan lejos de ellos para meterse en la lucha armada de Venezuela, donde hay democracia. Y a mi madre… ¿por qué te casas con un hombre que amas pero que está condenado a la cárcel y puedes ver sólo un par de minutos cada mes? ¿Por qué te quedaste en Francia y nunca regresaste a tu país, Venezuela? Me dan un poco de miedo sus respuestas.

- En Hija de revolucionarios mencionás a tres argentinos: Mercedes Sosa, Eva Perón y Julio Cortázar. ¿Qué te quedó de cada uno de ellos?

- De Mercedes Sosa su voz, su música hermosa, con la que me hacían dormir. La escuchaba con mi madre en Francia. Le gustaba mucho. Tenía una voz espectacular y un carisma que pasaba a través de esa voz. Guardo algunos cassettes de ella. A Evita la menciono porque hubo un conocido que la recibió. Decían que se había comprado medio París de ropa Christian Dior, que no cabía en sus valijas. Era bien recibida porque llegaba con carne y leche, porque después de la Segunda Guerra había hambre. Y a Cortázar lo recuerdo muy serio. Tengo unas lindas fotos de niña sobre sus piernas. Las tomó su mujer, que era fotógrafa. Hablaba poco pero al hablar era preciso. Muy caballero. Tenía una relación cercana con mi madre. La respetaba por su pasado, por lo que vivió. No era arrogante; en su vida cotidiana era muy simple.

-¿Volverás a escribir?

-Si. Imagino un próximo libro más íntimo. Algo sobre Venezuela pero desde lo íntimo. Sobre el duelo de mi país. Fui hace dos meses y ya no queda nada. Están los que se quieren ir y los que no se pueden ir. Crecí pensando que era un país algo estable, algo donde al abrir el grifo salía agua o que en las farmacias habría medicinas. Todo eso se derrumbó. Espero regresar a Venezuela, aunque es un poco complicado. No me quieren mucho. Mi madre, directamente, no puede ir. Mi pasaporte venezolano está vencido y no me dan la visa periodística con mi pasaporte francés. Hace poco visité a (Juan) Guaidó. Mi familia la pasa mal. Es difícil tener esperanza porque siempre hay un no. Además, la recuperación de un país tarda mucho.

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PERFIL

Nacida en París en 1976, Laurence Debray creció en Francia y luego se mudó a España. Su primer libro es Juan Carlos de España, sobre el rey Juan Carlos. Hija de revolucionarios es su segundo título. Es hija del filósofo Régis Debray y la antropóloga Elizabeth Burgos. Sus padres provenían de familias acomodadas y tradicionales –la de él parisina, la de ella venezolana–, y ambos abrazaron la causa castrista. En 1967 Régis Debray se unió a la guerrilla del Che Guevara en Bolivia como agente de enlace y fue detenido. Cuando seis meses después cayó el líder, Debray sufrió acusaciones de haberlo traicionado y fue condenado a 30 años de cárcel, de los que cumplió solo cuatro gracias a los buenos oficios de su familia y de la diplomacia francesa, y a la presión que hicieron los sindicatos bolivianos. Con la llegada al poder de Mitterrand, vinieron los cargos públicos: él como asesor del presidente, ella como directora de la Maison de l’Amérique latine.