Por Sebastián Fest
Especial para LG DEPORTIVA
Hay frases que son brillantes cuando se pronuncian y pesan como una lápida tiempo después. “No es lo mismo ver fútbol de verdad que ver fútbol de PlayStation”, le dijo Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol, a este cronista días antes de la alucinante definición de la Copa Libertadores 2018.
La audaz comparación llegó veloz a los oídos de Aleksander Ceferin, el esloveno que preside la UEFA. Ceferin no daba crédito al desafío, y lo hizo saber en privado. Podría haber dicho que en la PlayStation europea no aparecen barras bravas, podría haber dicho que en ese fútbol, supuestamente pixelado y sin alma, tampoco hay escupitajos e insultos a las máximas autoridades del deporte en los pasillos de uno de los grandes estadios del mundo. Podría haber dicho que, si ese es el “fútbol de verdad”, mejor se quedan con la Play. Pero no dijo nada, Ceferin mantuvo la elegancia de pasar por alto una frase que, seguramente, Domínguez evitaría hoy pronunciar.
¡Lo que podría decir en estos días el hombre al frente de la UEFA! Pero no dirá nada, no lo necesita, todo es bastante evidente.
Evidente, por ejemplo, para Claudio Borghi, aquel jugador que era de PlayStation antes de que la Play existiera, aquel talento descomunal que lleva ya 25 años en Chile y ve con gran claridad lo que está sucediendo en el fútbol. El de acá y el de allá.
La primera conclusión que sacó la semana pasada Borghi fue dura. Venía de ver un partido de la Copa Libertadores (elegantemente evitó decir cuál) apenas horas después del increíble triunfo del Tottenham de Mauricio Pochettino sobre el Ajax. “Fue duro, fue como ver solteros contra casados”, graficó el hombre que, como eje de aquel inolvidable Argentinos Juniors, tuvo en 1985 a Juventus, de Michel Platini y Michael Laudrup, al borde de la derrota. Aquello no era solteros/casados contra los de la Play. Pero eran otros tiempos. “Y eso que la Libertadores mejoró mucho”.
La segunda conclusión de Borghi es que hay, en la inesperada “english final” de la Champions el 1 de junio en Madrid, una explicación virtuosa. Y propone: “Hacé un experimento. Tapá con cinta adhesiva en el televisor, cuando estás mirando un partido, el cartelito con el resultado. Y volvé a mirar el juego. No vas a saber quién está ganando y quién está perdiendo, porque los dos juegan igual, los dos van al ataque”. Y yendo al ataque hasta el final fue que Liverpool y Tottenham se llevaron lo que ya era de otros.
La tercera conclusión de Borghi en la luminosa mañana en el barrio de Providencia, en Santiago de Chile, apunta al increíble cuarto gol de Liverpool a Barcelona, ese córner ante una defensa ausente que propulsó a los de Jürgen Klopp a la final. Borghi sabe que ese gol sería prácticamente imposible en el medio local (“vas a tirar el córner y tenés tres encima”), pero sabe, también, que por ahí está la hendija por la que, muy de tanto en tanto, el “fútbol de verdad” sorprende al de la Play. “Yo creo que eso tiene que ver con una idiosincrasia de cada país. Ellos no tienen maldades, no sé si llamarlo picardía...”.
El sueño de Domínguez, con el que coincide Ceferin, es que los futbolistas verdaderos y los cultores de la Play se midan, a nivel de selecciones, tras cada Copa América y cada Eurocopa. Lo mismo a nivel de clubes, donde quieren recuperar aquella Intercontinental más allá del futuro que le depare la Copa Mundial que sopapea a los sudamericanos cada fin de año casi sin excepción. ¿Es una buena idea? Borghi deja una última reflexión: no se le puede pedir entrenar como alemanes a jugadores que en su infancia y adolescencia se alimentaron mal. Eso es, también, el “fútbol de verdad”.