Por Gonzalo Beceda.-
Esta vez no vamos a caer en el análisis superficial que hartas veces leyeron sobre “los mejores y peores vestidos” o “los que respetaron el dresscode y los que no”. Cuando terminó la edición #71 de la Gala del MET, el lunes pasado, nos quedo una sensación entre manos, que queríamos compartir con ustedes.
Tiene que ver con una especie de orgullo que al principio me costó digerir en relación a los hombres que -por primera vez- se alinearon y dieron un paso más allá. Si la vestimenta es una forma de expresión, la Gala del MET es un micrófono abierto para hablar de quiénes somos y qué queremos.
Los hombres de los que hablo no son gays, ni dragqueens, ni transformistas. Hablo de los que transguedieron esa barrera y no buscaron destacar sus atributos más viriles, sino que se aventuraron hacia un lugar que de chicos siempre tuvimos prohibido acercarnos: la femineidad, la barrera del género, el “no dejar de ser macho” nunca, ni siquiera en una fiesta de disfraces.
Hombres del mundo: nos permitamos inspirarnos en aquellos que toman coraje, de la osadía ajena, de los que ayer se colgaron un pendiente y mañana son más empáticos con quienes sí o sí tienen que llevarlos puestos por opresión, por un mandato. Nos liberemos, porque también nuestros velos son consecuencia de una sociedad machista, señaladora y arbitraria. Bienvenidos a la era de las nuevas masculinidades. Celebramos la libertad de expresión, y todos los pasos hacia ella. La moda es un gran instrumento de cambio. No importa que las postales lleguen desde una alfombra roja (o rosa).