El acople nació para favorecer los personalismos dirigenciales e ir en contra de la vida partidaria. La ley orgánica de partidos políticos (5.454), aunque parezca contradictorio, tampoco fortalece a estas organizaciones clave de la democracia. En ese marco, entonces, nadie pertenece a nadie y, a la vez, todos pueden pertenecer a cualquiera. Paradójico, pero trágicamente real. Sucede hoy. Hay partidos que no han completado sus listas de candidatos -pese a que ya vencieron sus plazos electorales internos- y hay dirigentes que están “buscando” partidos a último momento para poder presentarse el 9 de junio. Más aún, hay dirigentes que sienten que la seducción no es la suficiente -y la que pretenden- como para jugarse y acompañar a tal o cual postulante seductor a través de un acople.
Esa ventanita del amor, o del negocio político, aún sigue abierta. El libro de pases no está cerrado. Es posible porque en los partidos no hay vida política, están cerrados al afiliados; ni hay quien los controle como debiera para exigirles, por ejemplo, el cumplimiento de sus propios calendarios electorales. Son deficiencias de la ley que, por cierto, redactan los mismos que la usufructúan y que no quieren mejorarla.
Si hubiera una adecuada legislación sobre la actividad partidaria, muchos conflictos se resolverían en reñidas, coloridas y necesarias internas. No habría un carnaval de pases oportunistas, desideologizados, y el acople hasta no haría falta. Pero, hay peras, y hay olmos.