Por Hernán Carbonel

PARA LA GACETA - SALTO

- Quería empezar por ciertos movimientos sociales que se han dado en el mundo, y particularmente en la Argentina, como es el Niunamenos, los derechos y el empoderamiento de la mujer, el aborto legal, seguro y gratuito, y las nuevas sexualidades. ¿Cómo te parece que todo esto puede reflejarse en la literatura? ¿Le podemos exigir a la literatura que asimile estos procesos sociales al tiempo que van sucediendo?

- Creo que uno escribe con todo lo que es, y eso inevitablemente aparece. Lo que uno es, está compuesto de muchas cosas. La propia identidad es como una cebolla, capa sobre capa. Yo podría decir: soy argentina, soy provinciana, soy mujer, soy descendiente de inmigrantes pobres, soy clase media, soy sexagenaria. Una cantidad de cosas que van mezclándose, y no sé si la palabra es exigir, pero uno, al escribir -si es verdadero el camino de la escritura que uno recorre-, mira hacia el fondo de sí. Y ese lugar, dentro de uno, no es un lugar individual. Porque aunque es la propia cosa, lo más propio de uno, ese lugar interno es un lugar donde refractan los otros, la sociedad donde uno vive y las experiencias que uno ha ido teniendo. Lo que sucede es que a veces las problemáticas sociales entran de manera muy misteriosa en lo que uno escribe. No por una decisión meramente consciente, sino de manera sesgada. Por eso a mí me interesa mucho el trabajo de las formas. Porque, ocupada en las formas, lo otro aparece de modo más sugerente. Hay una expresión, que no se si la voy a poder mencionar de manera textual, que me dijo en una conversación la actriz Cristina Banegas: al final se trata de hacer un vacío para que el inconsciente te tire un hueso. Y es un poco eso: cómo hace uno a la hora de escribir para vaciarse de ciertas certezas, de ciertos preconceptos –esa es una de las cosas más difíciles de la escritura–, cómo entrar en una zona en la que no se juzgue a los personajes, no explicarlos, sino mirarlos ser. Y eso que está en el inconsciente es un lugar propio y a la vez extremadamente social. Porque en ese lugar propio pregnan, rebotan, impactan los problemas de este mundo a los que el escritor está abierto en su subjetividad.

- Trabajás muchísimo las formas, la poética, el lenguaje y, a su vez, temáticas muy humanas. Por ejemplo, en Cacería y en No a mucha gente le gusta esta tranquilidad, dos libros de cuentos para adultos, es muy fuerte la presencia de lo femenino desde diferentes lugares.

- Cada cuento tiene un origen. Yo no voy a buscar los asuntos. Es que me siento impactada por cosas que suceden. Algunas de ellas me llevan a la escritura. Nunca he sentido que estaba vacía de asuntos, sí que a veces no he podido resolverlos formalmente en la escritura. En el caso de Todo movimiento es cacería, es un cuento de la crisis de los 40. Esa crisis tenía que ver, entre otras cosas personales, con la necesidad de no sentirme encasillada. Recuerdo que fui a visitar a una amiga, y en su casa estaba el televisor prendido. Estaba viendo un documental que tenía que ver sobre la sexualidad. Era la historia de una mujer que ejercía la prostitución y que tenía un cliente que le pagaba por verla comer. Me pareció alucinante, fue un disparador para el imaginario. Un fin de semana me fui a la casa donde ahora vivo, y sentí que, escribiendo esos cuentos, hacía un salto en el oficio, que podía escribir cuentos de alta complejidad psicológica. Y empecé a sentir, recién ahí, que el oficio me respondía.

- ¿Cómo te sentís ante el encasillamiento en ciertas líneas (cuentista, novelista, ensayista, autora de literatura infantil), si te puede jugar o no a favor a la hora de cooptar a los lectores?

- Te puede funcionar en contra si sos de una sola editorial, o de un solo género, o de una sola zona de lectores. Eso puede hacer que uno sea más fácilmente identificable. A la altura en que estoy, yo voy a un lugar y me ubican como una autora para chicos, en otro lugar como poeta, en otro como narradora, en otro como ensayista. Algo se ha roto en esas clasificaciones. Y yo lo he podido sostener. Que los libros circulen y se lean, no es el objetivo único, principal. El objetivo principal, para mí, es mover conmigo, en emoción y pensamiento, al lector. Hacer que ese que me lee tambalee en sus certezas como yo he tambaleado cuando lo escribí. O producir sin pensar qué le podría interesar al lector, sino sosteniendo el propio deseo. Porque uno puede escribir con la cabeza, pero lo más difícil es escribir con cabeza y corazón. Sentir que esa escritura late en el deseo. Y eso es difícil de sostener en el tiempo. Escribir cuando aparece, no ponerse en la línea de producción.

- ¿Cómo sos como lectora? ¿Tenés una relación fetichista con el objeto libro?

- La escritora Tere se parece a la lectora Tere. Otra vez la diversidad. Leo todos los géneros. Clásicos, contemporáneos, obras que todavía no están publicadas. Me gusta la literatura argentina, leo mucha poesía. Soy una lectora que rastrea, que hurga, inquieta. Un poco de mi condición lectora dan cuenta los epígrafes.

- Justamente el título de No a mucha gente le gusta esta tranquilidad está sacado de una cita.

- Exactamente. Incluso hay cuentos que están publicados en colecciones infantiles que los he escrito a partir de epígrafes. La durmiente, Tren, El incendio, El Caballo de Chuang Tzu. Pueden ser Pavese, Patti Smith, Kierkegaard, Calvino. Cada vez me he atrevido más a tomar la palabra de los otros, y a hacer de la lectura y la escritura una sola cosa. En cuanto al objeto libro, no soy una coleccionista. Los marco, escribo al costado, discuto con el autor. El libro no es sagrado para mí, los uso, puedo mancillarlos.

- Dal Masetto solía contar que, de joven, un día sacó un libro de la biblioteca y se encontró con que las vivencias del personaje eran muy similares a lo que le tocaba vivir a él como migrante, inserto en una sociedad que le era completamente ajena. Y la conclusión fue que, si a alguien le estaba pasando, en algún lugar del mundo, lo mismo que le pasaba a él en un pueblo perdido de la Pampa húmeda, quería decir que no estaba solo.

- Sí. Maravilloso. Y a la vez, para quien escribe, una de sus condiciones es esa empatía para poder entrar en el otro. Uno se pregunta para qué existe la literatura, más allá de los soportes (aunque el soporte de privilegio sea el papel). Ahí donde hay una sociedad, hay una literatura. Oral, escrita, sea del género que sea, es así desde el comienzo de los tiempos. ¿Por qué la humanidad siguió preservando eso? Porque hay ahí un camino para el conocimiento de lo humano más profundo. La literatura nos permite entrar en la subjetividad de una solterona del siglo XIX como podría ser Emily Dickinson, o en una autora oriental de siglos atrás como podría ser la de El libro de la almohada, o de un mercader de humanos como puede ser Conrad. Nos hermana un libro. Porque, ¿qué es un libro? Es un territorio donde se hermanan quien escribe y quien lee, buscando comprender y buscando ser comprendido. Y el libro es un soporte bastante democrático en relación a otras artes. Al acceder nosotros a una copia entre tantas copias, tenemos una posición de mayor igualamiento., pero que implica un peligro: necesita de la industria para existir. Y eso vuelve al producto una mercancía. Ahí está la importancia de generar una sociedad de alta calidad lectora.

- Evitar lo que vos llamás lecturas “anestésicas”.

- Exactamente. Ahí la importancia de los docentes, los bibliotecarios, los mediadores. Generar una sociedad de alta calidad lectora debiera ser una cuestión de Estado. Una sociedad lectora no acepta ser colonizada, sino que elige qué leer, y en su modo de elegir va generando mayor calidad lectora. Porque a la literatura no la hace solamente el que escribe: está el que edita, el que recomienda, el que hace críticas, los maestros, los profesores. Y sobre todo, los lectores, que, eligiendo, van construyendo la literatura de un país: un conjunto de maneras en las cuales una sociedad se narra a sí misma. Y otra vez, entonces, que los escritores no sean ni sólo de la Capital, ni sólo de un sector social.

- En ese lugar mítico que es el foro chaqueño de Mempo Giardinelli al fomento de la lectura, dijiste que “sólo la escuela puede achicar la brecha entre niños que provienen de hogares no lectores y niños que provienen de hogares donde el libro está presente”. ¿Cuáles serían las formas de achicar esas brechas?

- Puede un integrante de la familia iniciar a un niño en la lectura, claro que sí, claro que puede, si es que ese integrante de la familia tiene ya instalada en sí una cultura lectora. Y si es que tienen la posibilidad de comprar esos libros. Siempre que hay un lector, hubo otro antes que le tendió una mano. Pero no todo el mundo accede a eso. Sorprendería saber cuánta gente no se anima a entrar a una librería o a una biblioteca pública porque no está en su hábito. Hay que hacer un trabajo sobre eso para que la gente se apropie de los espacios culturales, que incluso quizás sean gratuitos. Para esos chicos, la escuela es la oportunidad. Uno no le puede exigir a un padre que convierta a su hijo en lector. En cambio sí le podemos exigir a la institución escuela, como columna vertebral del Estado, la construcción de un niño lector. ¿Qué necesitaríamos ahí? Simplemente que haya buenos libros, y que ese maestro o profesor sea un lector para sí, que se vincule intensamente con los libros y que comparta sus lecturas. Y una decisión de la institución, y de la comunidad, de darse un tiempo y un espacio para que los libros estén en ese espacio y que eso pueda sostenerse en el tiempo. Necesitamos que el Estado compre esos libros, también, como ha sucedido durante tanto tiempo. ¿Y cómo elegir libros de calidad? ¿Cómo saberlo, si no leo? Leer mucho, para elegir algunos.

- ¿Qué rol juegan acá las editoriales o el mercado editorial?

- Si no leo, probablemente pueda ser colonizado por las editoriales. Te lo digo yo que publico libros a través de editoriales. Un libro no es bueno porque yo diga que es bueno. Nunca hay que confiar tanto como para que no pase el libro por el cedazo personal, por la propia subjetividad. No ser colonizado culturalmente es una de las cosas más difíciles. Hay que darse un tiempo colectivo para recomendarse libros unos a otros, leer juntos en un espacio de autoformación lectora, para ser mejores puentes después.

- Juan Forn dice que “cuando leemos, nos vamos del mundo, pero ese irse del mundo enriquece nuestra experiencia del mundo”, y que “leer es lo que hacen los de la tribu del libro para ser menos extranjeros de sí mismos”. Podríamos decir entonces que la ficción nos muestra otros mundos, crea universos, alimenta la imaginación, proyecta hipótesis, mientras que la no ficción (el ensayo, la biografía, la filosofía, la crónica) otorga una visión crítica del mundo. ¿Te quedarías con uno por encima del otro, o preferís una literatura que las conjugue?

- En la narrativa, me interesan las dos cosas. El pensar y el sentir. Pero ese pensamiento no de un modo directo, como puede aparecer en el ensayo, sino puesto de determinada manera. Lo primero que siento cuando empiezo a escribir es que trabajo intentando mover mis certezas, mis estereotipos, mis clichés. Que, como todos, los tengo. Y eso se mueve en la medida en que uno lo ponga en discusión. En No a mucha gente le gusta esta tranquilidad hay un cuento que se llama “La redentorista”, y ahí entra en juego algo que a mí me ha pasado en consonancia con las mujeres de mi generación. Yo soy de una generación en la que, en muchos casos, las hijas eran primera generación de universitarias, las madres eran amas de casa, nosotras queríamos salir al mundo. Y hoy puedo ver que esas mujeres, en esas vidas que parecían anodinas, también hicieron lo suyo, movieron hilos, dominaron muchas cosas, rechazaron otras y nos insuflaron ciertos deseos y convicciones. Y no sé si nosotras hicimos tanto y si ellas hicieron tan poco. Ese es el lugar del tambaleo de las certezas.

- ¿Por qué está tan presente la familia en tu narrativa? Está en Stefano, en Lengua madre, en los cuentos para adultos, en El país de Juan, en La niña y la casa y más.

- Quizás porque ahí está el origen de todo. Sea una familia armada, desarmada, rota. A mí me gusta mirar cómo en lo micro se refleja lo macro. Mucho antes de que se dijera que lo privado es político y que lo íntimo es público. Hay una frase popular que dice que quien mira una casa ve un mundo. Un poco es eso. En el proceso de la escritura nunca me interesó lo heroico, me interesa la complejidad de las pequeñas batallas humanas. Las miserias, los logros. Mirando en lo chiquito se puede ver cómo impacta lo grande. A veces no nos damos cuenta por qué cosas estamos atravesados. En los años en que estuve la universidad, en una época de mucho impacto social y político - ingresé en 1971 y me recibí en 1975- se me armó una matriz de lectura, y a partir de allí ya no pude leer un libro sin poder verlo en el contexto de la literatura de un país.

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PERFIL

María Teresa Andruetto se crió en Oliva, en el corazón de la Córdoba cerealera. Formó parte de numerosos planes de lectura y de equipos de capacitación a docentes en lectura y escritura creativa. Es autora de numerosos novelas, ensayos, poemarios y libros infantiles. En 2012 obtuvo el premio Hans Christian Andersen, el “Nobel de la Literatura Infantil”, por el conjunto de su obra. Otras distinciones recibidas fueron el Premio Novela del Fondo Nacional de las Artes, la Lista de Honor de IBBY, el Konex de Platino y el V Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil.