Por Amelia Royo
PARA LA GACETA - SALTA
- En los años 80, Zulma Palermo ya decía:“Poesía desnuda, no requiere más que de su propia desnudez para abarcar en absoluta síntesis la gran unidad de lo poético que es aquí unión del poeta con el mundo, con lo cósmico”. ¿Sentís que esa afirmación de la crítica se pudo haber sostenido en el tiempo?
- Aunque la valoración de mis propios poemas es tarea de los aventurados lectores supongo que la búsqueda de esa unidad persiste también en mis últimos trabajos. Tal vez porque sea vertebral para esa suerte de cosmogonía que de verso en verso y por puro mandato de la poesía fue revelándose a lo largo de los años. Una continua mutabilidad, una incesante metamorfosis, son efectivamente, la alquimia que la sostiene.
- “Contemplar la desgarradura del tiempo” ha dicho Rafael Felipe Oteriño en el prólogo a la Antología de 2016 editada por Visor y uno podría agregar: Desandar la caprichosa conformación del espacio…
- Hay muchas dimensiones para el espacio. Desde esa abismal oscuridad que ves cuando cierras los ojos, ese abismo que te precede y que sólo interrumpes con tu imagen hasta los varios espacios de los mundos paralelos. A ello sumale todos los espacios que la poesía percibe y te das cuenta que son infinitos los intersticios por donde entra y se fuga el mundo.
- ¿Cómo es esto de que cuando tu poesía habla del amor también éste parece estar sujeto a cuestiones que dependen de la Física?
- Alguna vez intenté hacer un acercamiento al tema del amor tratando de resistir la tentación de caer en el panegírico desmesurado sin llegar al caso del filósofo que se cegó para que no lo sedujeran los infinitos encantos de una mujer. Fueron dos incursiones cuyo resultado no me atrevo a ponderar, pero me sirvieron para abordar el asunto amoroso al que por discreción suelo reservarlo al ámbito personal.
- Me pregunto si un poeta se redescubre como consecuencia de lo que interpreta la crítica. Personalmente valoro las posiciones de Carlos Giménez cuando juzga etapas de condensación del lenguaje en Versión de la materia (1982) y en Campo de prueba (1985). Afirma que los libros posteriores son libros de “poblamiento”…de prados vividos y vistos por Castilla… (1991). A tu juicio. ¿cuál es el factor biográfico que demarca esas etapas?
- Hay tres o cuatro líneas en mi trabajo que se fueron construyendo desde mis primeros libros hasta hoy. Una de la poesía escrita andando por muchos caminos del mundo. Una suerte de canto a este planeta al que no cesamos de devastar y destruir, hasta que nos sepulte a todos bajo el agua, el hielo o el fuego. Una segunda con poemas íntimos que abarca los tres libros primeros y luego Nunca, El Amanecido, Baltasar y otros que están pronto a salir. Una tercera con los libros que hablan de cierta poesía de la física y del universo con poemas de Versión de la materia, Campo de prueba, Teorema natural, Línea de fuga y Poesón (al universo). Y una cuarta con poemas testimoniales o de denuncia, como suele catalogárselos. Esas etapas son casi paralelas y siempre se fueron elaborando en constante movimiento, de un país a otro, de una ciudad a otra. Pero la brasa original es la luz de Salta que no se me apaga nunca y sigue desde el fondo, alumbrándome el mundo, con el mismo asombro con que lo miraba por primera vez en mi infancia. Supongo que cierta resistencia mía a encuadrarme en estéticas prefijadas, sumada a mi desconfianza por las “arts poéticas” a las que en la gran mayoría de los casos los poetas terminan, lógicamente, traicionando, hizo que, felizmente, no fuera catalogado en tal o cual movimiento.
- ¿Diferenciás sustancialmente tus libros tempranos -El espejo de fuego (1968) y otros de 1971 y 1974- de la producción que arranca con Versión de la materia y, a su vez, éste de los que empiezan en Baniano (1995) y desembocan en Viento caribe (2016)? ¿Cuál sería la pertenencia generacional?
- Mis tres primeros libros… y mucho me temo que también los subsiguientes pertenecen a cierta iniciación en este oficio donde tienes que seguir aprendiendo hasta el último día. Sí hubo un quiebre después de Generación terrestre cuando partí al exilio en 1976. Estuve sin escribir dos o tres años hasta que una voz inédita en mí dio origen a la triada de los primeros tres libros sobre la física.
- Si Baniano marca el gozne con una nueva etapa, me atrevo a hipotetizar que en esa poesía ambientada en Asia se filtra (sin querer) la voz del poeta que dijo: “ese ya no es aunque parezca cierto, / es un Manuel Castilla que se ha muerto / y en esa casa está resucitando”. (1964) ¿Tenés conciencia de que en el proceso observación, apropiamiento sensible y poetización, esta etapa sensible que se nutre de la observación no es totalmente opuesta a la pluma de tu padre?
- Lamentablemente no veo ninguna relación con esos versos específicamente. Si, en cambio, veo toda la relación con mi padre a quien, entre muchas otras enseñanzas, le debo un aporte fundamental sin el cual mi poesía no existiría… me hizo a mí. Por otra parte, nunca tuve en cuenta a la hora de escribir ningún tipo de comparación con nadie, sabiendo que una autenticidad insobornable es condición sine qua non para que se legitime la poesía.
> Katmandú
Por Leopoldo Castilla
Se ha volado Katmandú. Sus pueblos
como cofres
demasiado abstractos para la tierra
y sus hombres,
piedras de otra intemperie.
Ya pasó todo el tiempo.
El sol y la luna
cuelgan sordomudos;
ya no vuelven las calles
y los cuervos aúllan en los árboles
por el mundo raído.
Un mendigo repta:
llega tarde a su desaparición.
Mañana,
desde el cielo cerrado,
tal vez lluevan
montañas.
PERFIL
Leopoldo Castilla nació en Salta, en 1947. Es autor de una treintena de libros de poesía, narrativa y ensayo. Fue traducido a una decena de idiomas. Obtuvo, entre otras distinciones, el Primer Premio de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires, el Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes, el Esteban Echeverría y el Konex al mérito en Poesía.