(Por Sebastián Fest).- Lo más impactante del caso de Marco Trungelliti no pasó por su confirmación de que lo abordaron proponiéndole entregar partidos, ni por la imagen de una cantidad de dinero a lo largo de su carrera con la que la mayoría de la gente ni se atreve a soñar. No, la existencia de poderosísimas y peligrosas mafias de apostadores es algo de lo que el tenis sabe hace muchos años. También lo es la certeza de que hay jugadores -y allegados- que generan la mayor parte de sus ingresos sometiéndose a mafias (o asociándose con ellas, no todo es sometimiento, no todos son víctimas).

Se sabe, sí. Otra cosa es que muchos prefieran hacerse los distraídos.

Hubo, se insiste, algo bastante más escalofriante en los dichos del tenista de Santiago del Estero: la acusación de buchón, de traidor al sistema. El activo desprecio, lindante con la furia, de una cantidad nada desdeñable de compañeros del circuito. Una reacción como para preguntarse no ya qué está pasando en el tenis, sino qué está pasando con los tenistas.

Declan Hill, desconocido para el gran público, pero tremendamente autorizado para dar la respuesta, no tiene dudas: “es muy tarde para salvar al tenis como deporte”.

¿Quién es Hill? ¿Tiene sustento para afirmar algo tan fuerte? Lo tiene. Hill, académico y periodista, es un canadiense que se especializó en el estudio del crimen organizado. Limpiezas étnicas en Irak, mafias balcánicas y, también, el deporte y sus lados oscuros. Con sus publicaciones forzó a instituciones como el Parlamento Europeo, la Comisión Europea, el Congreso de los Estados Unidos o el Comité Olímpico Internacional (COI) a ocuparse del tema de las apuestas en el deporte.

Hill puso hace más de una década el foco en el fútbol con un libro llamado “The fix (el arreglo): fútbol y crimen organizado”. Hoy cree que el fútbol sigue siendo tentador para los que buscan manipular resultados, pero enfatiza que el tenis está mucho más dañado como deporte.

“Mis fuentes me dicen que en el tenis se manipulan entre cinco a ocho partidos por día. Me dicen, también, que la oferta de jugadores ofreciendo manipular sus encuentros es a veces tan grande que las propias mafias rechazan la oferta. No dan abasto. Saque la cuenta, estamos hablando de más de mil partidos por año”.

La reciente gira sudamericana de la ATP fue una buena oportunidad para hablar con jugadores, entrenadores, organizadores y dirigentes del tenis. Podía ser en Buenos Aires, Río de Janeiro o San Pablo, pero la sensación era siempre la misma: los protagonistas del tenis saben mucho más de lo que cuentan. Y si no cuentan más es porque creen que el sistema armado en torno a la Unidad de Integridad del Tenis (TIU) es demasiado frágil para enfrentarse a semejante poder.

Mark Harrison, vocero de la TIU, destacó el incremento de recursos del organismo, nacido en 2008, entre 2016 y 2019: “pasamos de seis a 17 empleados y de 2,4 a 5,95 millones de dólares de presupuesto”. Es un salto importante, sin dudas, pero apenas la mitad de lo que reparte en estos días el torneo de Indian Wells. Cosquillas para el presupuesto de un deporte que mueve centenares de millones de dólares al año. Insuficiente, sin dudas, para controlar todo lo que hay que controlar. Porque no se trata sólo de los jugadores, hay que poner sobre todo un ojo en entrenadores, preparadores, físicos, representantes, familiares, amigos... Ellos suelen saber todo lo que pasa, pero se mueven con la ventaja de estar lejos de las luces.

Hill reconoce que la TIU está funcionando mejor y que el presupuesto creció, pero cree que la medicina llega tarde, que el organismo del tenis está tomado por el virus de las apuestas: “la cultura de la manipulación ya es parte del tenis”.

Así y todo, las mafias de los apostadores apunta a todas partes: al handball, al voleibol, al cricket, a los Highland Games escoceses y a los e-sports. Sí: los deportes virtuales son, según Hill, incluso menos reales de lo que ya por inevitable naturaleza son. El ver para creer de Santo Tomás es impotencia pura en ese mundo.

“Es que los deportes electrónicos tienen un problema enorme. Están dirigidos por un poder autocrático que no les paga bien a los jugadores”, explica el investigador canadiense. “¿Qué hacen esos jugadores? Buscan dinero en otro lado, y a los hombres jóvenes les encanta apostar. Hay un componente psicológico que no debemos desdeñar: ellos se sienten dueños de los e-sports, es una creación de su generación y no tiene nada que ver con lo que hacían sus padres. Un corredor de apuestas me dijo que en Estados Unidos están recaudando ya más dinero en los e-sports que en la NFL, el fútbol americano”.

Dice Trungelliti que la cosa es “muy simple”: “si robar está mal, arreglar partidos también está mal. El que quiera pensar de una manera distinta, allá él. O robás o no robás, es bastante simple la cosa”.

El corazón quiere creerle: el asunto es simple. El cerebro y la experiencia, su propia experiencia, dicen en cambio otra cosa.