Si en Buenos Aires el ingreso al Cabildo es gratuito, ¿por qué se cobraría la entrada a la Casa Histórica? Es un buen razonamiento, al que la realidad le pone la tapa. Nadie comprende con claridad en qué consiste la política cultural de Cambiemos, pero algo está claro: no es un tema prioritario para el Gobierno y el desfinanciamiento/desmantelamiento de toda clase de programas lo demuestra. En el caso de la Casa Histórica se traduce en un abandono presupuestario que explicó en detalle su flamante directora, Cecilia Guerra. Arancelar la entrada es un imperativo para hacer caja y afrontar arreglos de infraestructura, urgencias que no les mueven el amperímetro a funcionarios que atienden a 1.300 kilómetros de distancia.
Pero hay un antecedente que no ayuda. Hasta 2016 había que pagar para entrar al museo y el manejo de los fondos estaba a cargo de la Asociación de Amigos de la Casa Histórica. El Ministerio de Cultura desplazó a ese grupo y fijó la gratuidad del acceso. Fueron meses turbulentos, cruzados por las denuncias de irregularidades, y concluyeron con la renuncia de Patricia Fernández Murga, quien revistó en carácter de “directora provisoria” durante 18 años. Eran tiempos en los que se alquilaba el tercer patio para toda clase de eventos, en los que allí se brindaba y -de vez en cuando- se bailaba hasta bien entrada la noche.
Lo cierto es que el cambio de signo ideológico, del kirchnerismo al macrismo, fue un cimbronazo para la Casa Histórica, que es a fin de cuentas un bastión cultural de la Nación en nuestro microcentro. Allí se hace y se deshace lo que Buenos Aires decide.
Si algo necesita la Casa Histórica es paz. No la tiene desde hace demasiado tiempo y para Guerra es todo un desafío conseguirla, puertas adentro y puertas afuera. En ese sentido le vendría bien la colaboración de los tucumanos, tan afectos a opinar al voleo. Veamos un ejemplo en ese sentido.
Allá por octubre de 2016, en el marco de la Bienal de Fotografía Documental, el artista cordobés Res montó una instalación frente a la puerta y a las ventanas del museo. Eran pilas de diarios, que serían retirados poco después. Un grupo de personas, indignadas por lo que consideraban una ofensa, tiró abajo la obra de arte. Fue un escándalo del que mucho se habló, pero lo llamativo corría por otra cuerda. “No hay que tocar ni un ladrillo de la Casa Histórica”, se constituyó en un clamor generalizado. La abrumadora mayoría de los opinadores ignoraba que el edificio de Congreso al 100 se construyó en el siglo XX, que de la original vivienda de Francisca Bazán de Laguna sólo queda la foto de Ángel Paganelli y que el Salón de la Jura es lo único que, milagrosamente, se mantiene en pie. Lo demás es una cuidadosa recreación.
También fue eje de polémica en las redes sociales la modificación del guión museográfico, al que la legión de opinators metió por la fuerza en la grieta. De repente Tucumán se llenó de historiadores y de museólogos, cada uno con su interpretación de la gesta de 1816 bajo el brazo. En ese río revuelto se escuchó de todo (¡hasta un River-Boca en torno a la figura de Artigas!, ¿quién iba a suponer tal nivel de conocimiento de la historia rioplatense?), menos la voz de los que saben. Y la verdad es que los tucumanos que realmente conocen la Casa Histórica son franca minoría.
Que Guerra haya accedido a la dirección del museo por concurso es un acierto (concurso al que no le faltó una impugnación en el camino, pero ese es otro cantar). Fue honesto y valiente de su parte haber visibilizado los problemas con los que debe lidiar, cuando por lo general los funcionarios toman otros caminos: o se pierden en laberintos burocráticos que no llevan a ninguna parte o hacen silencio para no malquistarse con los de arriba. En este caso, “las de arriba” son las autoridades del Ministerio de Cultura de la Nación.
Una vez fijados quiénes (chicos, jubilados, ciudadanos de escasos recursos, etcétera) y cuándo ingresarán gratis, el resto bien puede pagar la entrada a la Casa Histórica. Sí, con tarifas diferenciales, como sucede en buena parte del mundo y de la Argentina. Claro que una decisión de esa naturaleza -por sí o por no- se tomará lejos, allá donde Dios despacha desde antes de mayo de 1810, y por más que la Independencia se haya declarado a la vuelta de la esquina.