Como preludio de lo que, por ahora, es un sueño en común, alrededor de la mesa de Marilí Bullion y Eduardo Ascárate, Corina Irrazábal, Vicente Guzzi y otros amigos compartieron la tarde, mates, risas, recuerdos (de los alegres y de los otros) consensos y disensos. Todos peinan canas ya. Julieta Ascárate Bullion (29) se sentó por su cuenta, pero cerca. Fue testigo, preguntó y ofreció colaborar cuando llegue el momento. Silvia Quírico no pudo llegar, pero sueña parecido. Estos amigos, como muchos miles -aseguran diferentes especialistas- tienen un punto de partida en común: quieren tener en sus manos las riendas de su vejez como tienen hoy las de su vida adulta. Sueñan con envejecer entre pares. Y, por sobre todo, no quieren que sus hijos (o algún otro pariente) “tengan que cuidarlos” cuando empiecen a necesitar ayuda. Piensan, en cambio, un modelo de vida conjunta .
“Pero no sólo compartir espacio, no es un country -dice, apasionada, Marilí-. También ideales, intereses, toma de decisiones... la idea es que el tiempo de la vejez sea placentero, pasarla bien”.
“Hay que cuidar cómo se construye -recalca Eduardo, no en vano arquitecto-. Las viviendas tienen que están diseñadas para las necesidades que puedan surgir. Suele pensarse a corto plazo... ¡Las puertas no permiten pasar una silla de ruedas!”.
Patricia West, tucumana que vive en Buenos Aires, conoce a algunos del grupo, pero sueña lo mismo. De vez en cuando camina con amigas por las calles del barrio de Flores, donde está su departamentito, y miran casonas viejas en venta: “esa podría funcionar: armamos una biblioteca, con la música... hasta tenemos espacio para una huertita”, se dicen, y siguen soñando. “No concibo la vida de una manera que no sea colectiva, y este sistema abre enormes posibilidades para desarrollar esa forma de ser y de estar, apostando a una práctica cooperativa con gran autonomía y autogestión. La libertad, pues. Se es más feliz cuando está en grupo, cuando es parte, cuando no está sola ni solo”, reflexiona.
Este modelo de vida tiene nombre en español, covivienda, pero se lo conoce, y cada vez se habla más de él, en inglés. La palabra es cohousing, y se trata de pensar vidas (y por lo tanto, viviendas) colaborativas y autogestionadas para adultos mayores.
Juntos y con privacidad
Para estos amigos la soledad no es una opción; que los “internen”, tampoco. Por eso el cohousing seduce: ofrece la posibilidad de decidir dónde, cómo y, por sobre todo, con quién vivir.
“Esto es tendencia hoy porque las personas ya no toman la vejez como algo a cuya llegada hay que resignarse -asegura Pía Papa, psicogerontóloga-. Desde antes de los 50 años hay gente planteándose la vejez como proyecto y preguntándose ‘¿cómo quiero vivirla?’”.
Así es como aparecen las respuestas: “quiero seguir estando cerca de personas que quiero, haciendo realidad diferentes sueños; compartir actividades cotidianas: cocinar, nadar, festejar cumpleaños, leer, compartir música, charla, caminatas, películas, silencios... -describe Silvia-. Siempre sabiendo que existe la posibilidad de retirarme a un espacio privado cuando lo considere necesario”.
La solidaridad entre pares también es una clave: “cerrar filas entre nosotros, ayudarnos... modificar, al menos en ese pequeño mundo, los modos individualistas de vida”, agrega Marilí. Corina asiente y añade: “yo estoy lejos de jubilarme, pero ya lo pienso. Amigos, actividades y placeres compartidos son proyecto, motor para vivir bien y sanos”.
De pronto, desde su lugar tangente, Julieta interviene: “yo lo he visto al abuelo; tenía 90 años, pero no se perdía una salida con amigos... Eran cada vez más jóvenes, porque los de su edad se fueron yendo, pero se divertía, tenía proyectos. Tener a sus pares cerca lo ayudó a vivir mucho y bien”.
El mundo es otro
También en esto coinciden los especialistas. Virgilio Raiden, psicólogo y desarrollador inmobiliario tucumano, habla de cambio demográfico que trajo aparejada una revolución. “Antes las familias tenían muchos hijos y casas grandes, y la mujer en muchos casos no trabajaba fuera de ella. Con frecuencia convivían tres generaciones, y era ‘natural’ que hijos (o nietos) se hicieran cargo de los abuelos”, describe. “Hoy construimos departamentos de uno o dos dormitorios; en las parejas suelen trabajar los dos; no es común encontrar familias enormes”, añade. Ese cambio -asegura- hace que el cohousing esté a la vuelta de la esquina. “Es una tendencia mundial y se va a imponer, tarde o temprano, porque, al revés que la mayoría de los desarrollos, plantea una manera de vivir que no empuja desde la oferta, sino desde la demanda, desde los usuarios”.
“Claro que el mundo ha cambiado -dice por su parte Silvia Gascón, directora del Centro de Envejecimiento Activo y Longevidad de la Universidad ISalud, de Buenos Aires-. La longevidad creciente y los cambios en las familias han provocado y permitido que los mayores tengan experiencias de vida autónoma, con buena salud, trabajo... Han producido diferentes ‘vejeces’”. “Las personas mayores, cuando pueden, eligen vivir con otras personas de su misma generación. Investigaciones demuestran que ellas perciben mayores niveles de bienestar que los que viven en hogares con otros grupos generacionales”, añade.
“Cambiaron los paradigmas -asegura Papa-. Hay un empoderamiento de los adultos mayores, respaldado a base de duelos. Algunas estanterías empiezan a caerse, pero eso no es vivido como un drama. Permite expresar el deseo de cómo vivir la vejez, y construirla”.
Marilí y Eduardo, Corina, Silvia, Patricia y muchos más ya sueñan en autónomo y compartido. Y Julieta, que al principio no entendía por qué sus padres se planteaban un proyecto de este tipo, les comunicó a todos con una inmensa sonrisa: “yo puedo encargarme de hacerles las compras una vez por semana. Para todos juntos, ¡seguro que sale más barato!”.
Funcionalidad: evitar las barreras arquitectónicas
El pensar a largo plazo no suele pasar cuando se diseña viviendas, y cuando los habitantes serán adultos mayores esa cuestión es clave. Quienes a los 60 años trotan 45 minutos diarios, pueden llegar a necesitar una silla de ruedas algún día. “Siempre es fundamental que el diseño sea pensado en función de la diversidad; no somos todos iguales. Pero en el caso de adultos mayores (o que lo serán relativamente pronto), con más razón la accesibilidad es clave.
Les permitirá ser autónomos, y por consiguiente, sentirse bien”, destaca Josefina Ocampo Guchea, docente de Arquitectura Universal de la Facultad de Arquitectura de la UNT, y enumera los obstáculos más frecuentes: escalones, pasillos y puertas estándar (unos 65 cm) que no dejan pasar silla de ruedas, desniveles (también en el exterior de la vivienda, como jardines o piletas), altura de alacenas y de inodoros, las barreras que implican las bañaderas (obligan a levantar las piernas para poder entrar a ellas), entre otros. “La accesibilidad no tiene por qué ser sinónimo de arquitectura monótona; se puede lograr un hermoso ambiente sin desniveles ni rincones a los que cuesta llegar”, resalta. Por otro lado -señala-, son cruciales las “ayudas técnicas”. Destaca que el lugar donde se produce la mayor cantidad de accidentes es el baño, e incluye entre las “ayudas” las barras para poder sujetarse en la ducha, o ponerse de pie desde el inodoro, y timbres (a unos 40 cm del piso) para poder pedir auxilio en caso de caída.
La población cambió en 100 años
- 2,3 % a 10,2 % de la población pasaron a ser los mayores de 65 años
- 48,5 años a 75,2 años pasó a ser la expectativa de vida
- 5,3 hijos a 2,2 hijos pasó a ser la cantidad promedio de hijos por mujer
(Fuente: Encuesta Nacional sobre Calidad de Vida de Adultos Mayores - INDEC - 2012)