Por Gabriel Sánchez Sorondo.-

El emblemático apellido de cierto revolucionario francés del siglo XVIII llegó a la industria gráfica dando nombre a una herramienta que, además de cortar cuellos, cercena bloques de papel. Es clave en la producción de libros: empareja, provee orden y simetría, hace de cada ejemplar un producto en serie, es decir, “serio”, y así completa la uniformidad de su abundancia. La guillotina expone esa misma voluntad normalizadora, pero aplicada a un país imaginario de ciudadanos escritores (“República de Amnesia”) donde el Estado propicia y regula la máxima paridad posible en los textos editados. Sin ser una dictadura, Amnesia favorece la continuidad del statu quo frustrante en el que viven autores, editores y críticos, tan ansiosos como impotentes de originalidad. Casi no hay en la población, en cambio, quien lea; sólo unos pocos disolventes conjurados lo hacen, en secreto. Tampoco existe allí la poesía: acaso la mayor dolencia nacional de Amnesia no sea exactamente el olvido que invoca su nombre, sino la ausencia alegórica de sus almas. Son hombres y mujeres sin metáfora, atados a lo evidente, al unívoco sentido del lenguaje, aun cuando urden mentiras, infantiles trampas y cándidos subterfugios.

Serra Bradford expone aquí la contracara de dos de sus títulos anteriores (La biblioteca ideal, El secreto entre los rusos) cuyos personajes centrales eran, a diferencia de estos, lectores ávidos, bibliófilos compulsivos.

En Amnesia, lo medular es lo menos literario de la literatura (nombres, títulos, reconocimientos) Sin embargo, la radiografía emocional de los amnésicos acaba siendo –aunque genialmente irónica– piadosa; señala más debilidad que ruindad en los atribulados escribientes. Estos, recelosos cual empleados administrativos, deambulan, luchan, famélicos por un ascenso (un hit de ventas, un premio) resarcitorio del cruel anonimato.

Análogo al nuestro, donde los hablantes son multitud pero faltan oyentes, Amnesia es un país que –con autores a granel y sin lectores– entroniza su autismo, su incomunicación, su soledad multitudinaria.

© LA GACETA

La Guillotina*

Por Matías Serra Bradford

El éxito de cierta idea de escritor se debía al profesionalismo de su imbecilidad -mal humor impostado, fastidio permanente, desgano público- y la popularidad y el prestigio se medían por la cantidad de información que circulaba acerca de él. Como suele pasar, cuando se cuentan tantas anécdotas de escritores distintos parece que hablaran de uno solo y el mismo. Para serlo, un escritor republicano simulaba que lo era, pretendía serlo, hacía todos los ademanes posibles por serlo. Cierto fraseo, cierto  registro escrito se puede imitar; se puede vivir una vida entera de escritor bajo ese régimen. (…) en Amnesia prevaleció la idea de que los demás no merecían que uno se esforzara: si los otros eran lo que eran, si nunca lo leerían (de allí también la homogeneidad de estilo). Consecuentemente, una de las categorías de idiota más festejadas era la de los que colocaban sus libros en los estantes de sus bibliotecas, de frente, mirando hacia el visitante; esos tocaban con las manos el cielo de la imbecilidad. (…) Con el fin de mandarse la parte, si uno se encontraba con un colega le decía que iba camino al banco, a depositar lo que llevaba en el bolso -su obra completa, en presuntos manuscritos- a la caja fuerte de un subsuelo, y no era el único en decir cosas semejantes. Estaba colmado de bóvedas en las sucursales del Banco de la República que lo único que guardaban eran papeles atados, o dispositivos de memoria.

*Fragmento

Novela: La Guillotina

Matías Serra Bradford

(Mardulce - Buenos Aires)

Perfil

Matías Serra Bradford nació en Buenos Aires en 1969.  Es el autor de las novelas Manos verdes, La biblioteca ideal y El secreto entre los rusos. Publicó La isla tuerta. 49 poetas británicos (1946-2006) y tradujo libros de Michael Hamburger, Aldous Huxley e Iain Sinclair, entre otros.