Con una mamadera más pequeña que la palma de su mano, Karina García alimenta a una comadreja de pocas semanas de vida en su casa de El Corte. El minúsculo animal tiene la cara blanca y negra, una cola larga pelada y la nariz rosada. Al verlo, resulta extraña esa “mala fama” que lleva a cuestas. Es una adorable criatura.

- ¿Podemos hablar sobre las comadrejas?

- Sí, encantada, todo sirve para desmitificar a las pobres. Es que hay muchos mitos.

Así comienza la charla con la bióloga y vecina de la comarca pedemontana cuyo primer encuentro con las comadrejas o zarigüeyas (como ella prefiere que las llamen) fue en 1999, cuando estaba trabajando en la Reserva de Horco Molle. Recuerda que una mujer llegó con una muerta y dos crías vivas. Ver eso la shockeó, la sacudió e hizo que se diera cuenta del problema que tenemos con esos animales.

“Las crías estaban vivas, pero embichadas. Las llevé a una veterinaria para ver qué podíamos hacer, porque en ese momento no había muchos especialistas. Pusimos un antiparasitario, pero se murieron. Unos años después, en 2015, en mi trabajo en la Fundación Miguel Lillo, llegaron unos señores para dejar una bolsa con nueve comadrejas que todavía no habían abierto los ojos, de una mamá que había sido atropellada. Alguien preguntó quién podía ayudar y yo me ofrecí. A los pocos días apareció otra camada de siete, que se la llevó otra chica para colaborar en la crianza”, detalla.

Explica que hace rato que pasa esto: zarigüeyas que aparecen muertas y pocas personas que se animan a acercarse. Actualmente Karina tiene siete en su casa: una más grandecita y seis de una hembra que mataron los perros de la vecina. Las alimenta de una manera especial, con la idea devolverlas a la naturaleza, porque -resalta- no son mascotas y hay que tenerlas el menor tiempo posible. Y por su preocupación por lo que les está pasando, decidió publicar en Facebook esta historia que fue compartida más de 1.300 veces. El texto dice así:

“Hola vecinos. Casi todos entendemos que vivimos en una zona ambiental muy especial y que en ella cohabitamos con una enorme diversidad de animalitos que forman parte vital de este ecosistema de la Yunga selva tucumana. Las comadrejas son unas de ellas. Es importante saber que estamos en plena temporada de cría y es común que nuestros perros, gatos e incluso nuestros vehículos maten a las madres que mueren con sus bebés en el marsupio, una bolsa que tienen en su abdomen (igual que los canguros). Encarecidamente les pido que si ven a los perros o gatos molestándolas, los corran y dejen que las comadrejas se vayan. No hacen nada (...)”.

En detalle

A partir de esas adopciones temporarias o de tránsito y de tanto leer y preguntar, la bióloga hizo sin querer una “especialización” en estos marsupiales. En la charla con LA GACETA hasta cita detalles históricos, como cuando los primeros colonizadores llevaron a España una zarigüeya para presentársela a los reyes y dar testimonio de que en esas “nuevas tierras” existían animales exóticos; o que son uno de los primeros mamíferos que habitan América (“hay como 100 especies en este continente”); que han sobrevivido a la última glaciación y que son omnívoras, dispersoras de semillas, comen distintas plantas y no sólo frutos e insectos. Un dato “de color”: “el referente más gracioso y más ilustrativo de las comadrejas son Crash y Eddie, las dos zarigüeyas gemelas, de “La era del hielo”.

“Hay muchos mitos sobre las zarigüeyas. Se las compara o se las confunde con ratas, por lo que la gente les tiene fobia y creo que eso tiene que ver con otras cuestiones. Si bien son animales que pueden encontrarse en un gallinero (comen huevos y pollitos) o que rompen bolsas son residuos, no hacen más daño que un gato o un perro a los que no los matan a golpes, como hacen con las comadrejas. Desde 2012 he notado una disminución de fauna silvestre en El Corte, donde vivo actualmente. Por suerte se siguen viendo las zarigüeyas, pero hay una mala combinación de animales domésticos y estos bichitos. Hoy los principales predadores, además del hombre, son los perros y gatos”, añade Karina.

Qué hacer

Diego Ortiz, encargado del área de Rehabilitación de Fauna de la Reserva de Horco Molle, resalta que los animales silvestres no tienen que estar en las casas de las personas, porque no son mascotas. Agrega que lo primero que hay que hacer si uno se encuentra con estos animales es tratar de tenerlos el menor tiempo posible en sus casas y comunicarse o llevarlos con la Reserva.

“La gente hace un acto de altruismo y se los lleva a su casa. Quizás por desconocimiento le dan sus primeras necesidades básicas: agua, comida y atención veterinaria. Pero lo que no saben es que tienen condiciones de alimentación, refugio y atención veterinaria especializada. Muchas veces dejan de comer y cuando los llevan a la reserva el bicho está en malas condiciones y termina muriendo”, comenta el biólogo especializado en recuperación.

Sobre la atención que reciben, Ortiz añade que reciben una dieta especializada, se le hacen chequeos sanitarios (“muchos tienen enfermedades comunes que con el cautiverio y estrés se disparan”) y estudios comportamentales. “En el caso de las comadrejas, se las alimenta con jeringas y una leche que preparamos. Las ubicamos en un lugar cerrado, tapados con toallas, simulando el marsupio de la madre. Si comen solos, se los ponen en jaulas pequeñas que vamos aumentando de tamaño a medida que crecen. Hasta el horario de alimentación es especial, para no cambiar su horario de actividad natural (ellos buscan alimento de noche)”, detalla.

Una vez que pasa esa etapa y han alcanzado un tamaño considerable, empieza la liberación: en las 200 hectáreas de la reserva o en el Parque Sierra San Javier los expertos hacen madrigueras con troncos y según los casos van dejándole comida hasta que solas se alejan y se alimentan por sus propios medios.