La palabra “papelón” ha perdido valor en los últimos años. La exageración a la hora de calificar es la gran culpable. Quizás por eso, todo lo que se vivió ayer en las inmediaciones del estadio de River y que derivó en la postergación del partido para hoy, a las 17, en el mismo escenario, merezca otro u otros adjetivos. O por lo menos nos obliga a buscarlos, aunque fracasemos en el intento.

Vergonzoso. Pasadas las 15 de ayer, el colectivo de Boca trasladaba al plantel hacia el Monumental, se topó con una curva en la esquina de las calles avenida del Libertador y Monroe, plagada de hinchas de River que destrozaron las ventanas a pedradas.

¿Insólito o sospechoso? La distancia que separaba al convoy “xeneize” de colectivo y escoltas policiales, de los cientos de hinchas “millonarios” era prácticamente inexistente. Con tanto tiempo para planificar el operativo de seguridad y una parte tan importante del mismo como el traslado de los equipos, cuesta creer como se diagramó una ruta tan poco conveniente y que acercaba tanto a jugadores e hinchas rivales.

Patético, triste. Los hinchas de River, emulando lo que tanto criticaron de sus pares de Boca en aquel frustrado partido de octavos de final por la misma competencia en 2015, tiraron con todo lo que tenían a mano (y seguramente con lo que se encargaron de buscar para hacerlo) a un colectivo en movimiento que llevaba personas dentro. Punto. No hace falta añadir que eran jugadores de un equipo grande, chico, que los proyectiles pasaron cerca o que era o no gas pimienta como aquella vez. La sola intención ejecutada de hacerlo vale para reprocharlo con todo el peso de la moral.

Adentro, los jugadores de Boca sufrieron las consecuencias con la lluvia de cristales, en especial Pablo Pérez que terminó con úlceras en su ojo izquierdo y un parche que podría dejarlo afuera del juego.

Cansador. La Conmebol, que lamentablemente nos tiene acostumbrados en esta edición a decisiones imposibles de entender, decidió solo postergar el inicio del partido una hora. Luego una hora y cuarto más y luego, media hora más. Para -por último- decidir suspenderlo para hoy.

Lógico. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires clausuró anoche el estadio de River por “exceso de público y obstrucción de vías de salida”. Es raro que no haya sido por los otros incidentes (aunque no hayan sido exactamente dentro del estadio) pero no podía irse inmune tras semejante jornada. “Pedí a los inspectores la mayor celeridad para poder brindar la posibilidad de que el espectáculo se juegue”, dijo Ricardo Pedace, director de la Agencia Gubernamental de Control de la Ciudad, en una entrevista televisiva.

Conveniente. Y de la peor manera. Rodolfo D’Onofrio coincidió con Daniel Angelici, presidentes de River y Boca, en que los hechos sucedidos fueron apenas por “15 o 20 inadaptados”. Claro, buscar culpas internas en el caso de River o repartirlas al operativo de seguridad planeado por las fuerzas de seguridad de Mauricio Macri, no parecía ser una opción real.

Sorpresivo. Sobre el final del día, luego de que entre los presidentes los clubes y la Conmebol (Alejandro Domínguez) habían acordado jugar el partido, Angelici se reunió con abogados del club para intentar pedir los puntos, amparado en el reglamento. Los jugadores, estarían en la misma sintonía. Dicen que tomaron pastillas para dormir y no están en condiciones de jugar. Los “Xeneizes” recuerdan lo que sucedió con el famoso gas pimienta en 2015 y pretenden que esta historia termine en los escritorios de la Conmebol como aquella vez.

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