Pareciera que desde hace muchos años a los argentinos nos ha dejado de importar la verdad. Aparentemente, lo único que nos preocupa es tener razón, imponer nuestros argumentos y, de ser posible, humillar al adversario.
Hay más disfrute en el dolor y en el fracaso ajeno que en el triunfo propio. En psicoanálisis esto se llama goce, que es lo opuesto al placer, aunque en el uso ordinario funcionen como sinónimos. Está más relacionado a la perversión que a la virtud.
Y perversión significa envilecimiento, corrupción. Por eso, cuando la verdad nos duele o nos contradice, la ocultamos, la callamos: “nos corrompemos”. Así venimos entrampados desde hace más de un siglo en esta Nación.
Es como ese hincha de fútbol que vive obsesionado con el equipo contrario. Ese que festeja con más fanatismo la caída del oponente que la victoria propia.
En la política argentina este fenómeno alcanza niveles patológicos. Estamos obcecados con los errores del rival y absolutamente incapacitados, siquiera de mencionar -mucho menos de analizar o corregir- los desaciertos de nuestro espacio.
¿Por qué? Es la pregunta capital que debemos responder, porque cuando no entendemos la causa no es posible encontrar la solución. O aguardamos que la solución surja por azar, que es lo que estamos más acostumbrados a hacer en sociedades como la nuestra, donde impera la improvisación. Que el destino lo arregle. O que nos salve el Telekino.
¿Dónde está el piloto?
Esencialmente, consideramos que estamos ante un profundo problema de gestión. Puede resultar paradójico afirmar que en un país donde todos nos creemos directores técnicos nuestro principal problema sea de dirección. Pero no es paradójico, sino que responde al viejo apotegma “dime de qué te alabas y te diré de qué careces”.
Cuando se retroceden cinco pasos y se toma distancia de la lucha intestina, el diagnóstico salta a la vista.
Suele decirse que las personas chismosas no tienen vida propia. Y forma parte de la misma lógica. Cuando somos incapaces de gestionar nuestra propia existencia y tenemos una vida vacía, aburrida, mediocre y saltamos de fracaso en fracaso, el escape natural es hacer foco en la vida del otro. Y cuantos más éxitos conquista ese otro, más hondo nos vamos encegueciendo con sus logros.
Un error que cometemos a menudo es confundir talento con capacidad de gestión. Los argentinos podemos a veces ser muy talentosos, pero somos básicamente pésimos gestores de nuestros talentos.
Hace casi medio siglo que tenemos a un tercio de la población por debajo de la línea de pobreza, mientras nuestros “prestigiosos” economistas dan conferencias por las principales universidades del mundo.
En el último mundial de fútbol había cinco selecciones con técnicos argentinos, pero no salimos campeones desde hace 32 años.
Un gran artista no necesariamente tiene que ser un buen director de la escuela de artes. Todo lo contrario. El mejor jugador de fútbol no necesariamente será un buen técnico, ni el mejor empleado, un buen jefe.
Confundimos permanentemente talento con gestión y así hemos tenido gobernadores que sólo fueron buenos cantantes o presidentes cuya única virtud fue su retórica.
Cuna de talentos
De pésimos administradores en Tucumán somos expertos. No es casual que la cuna de la Independencia sea también la cuna de la incapacidad de gestión.
Que la provincia más chica posea la peor red vial de la Argentina no es sólo asombroso; es un síntoma contundente de la discapacidad administrativa que nos afecta a los tucumanos. Incluso, hasta las rutas nacionales, bien gestionadas en otras jurisdicciones, aquí se corrompen. A menor territorio, mayor deterioro. De diván.
¿La Legislatura más costosa del país? O somos los más corruptos de la Argentina o somos los administradores más inútiles. En ambos casos tenemos un grave problema de gerenciamiento.
Un solo río importante comanda la cuenca hídrica provincial, el Salí. Apenas 90 kilómetros separan a los diques El Cadillal del Frontal. Lo secamos, lo contaminamos y lo inutilizamos.
La mayoría de las provincias argentinas deben gerenciar desde enormes y caudalosos ríos, como ocurre en Salta, Buenos Aires, Córdoba, o en las del Litoral y la Patagonia, hasta enormes desiertos para irrigar, como en Jujuy, Mendoza, San Juan y en la Patagonia.
Comparamos todas las gestiones hídricas nacionales, donde deben campear con tremendas inundaciones hasta profundas sequías y la conclusión es una sola: los tucumanos somos unos inoperantes. No tenemos un solo río utilizable y nos inundamos cada verano.
Somos la cuarta plaza deportiva más importante de la Argentina, con competencias internacionales en fútbol, rugby o básquet y no tenemos ni un solo estadio que esté a la altura. Provincias que están deportivamente a “años luz de distancia”, como Salta, Catamarca o San Juan, cuentan con modernos coliseos de categoría internacional.
La siesta santiagueña
Santiago del Estero hizo uno de los mejores autódromos del país, donde corren desde Turismo Carretera hasta Moto GP.
Con sólo dos equipos de fútbol, que a duras penas pelean en la segunda categoría, Santiago ya construye un estadio que será sede de la próxima Copa América. Con un presupuesto de $40.000 millones, la mitad que el de Tucumán, los santiagueños hasta hicieron un tren urbano que une la capital con la ciudad de La Banda. Y la costanera que desarrollaron en Las Termas tiene el doble de longitud de la que prometen hacer aquí en el río Salí desde hace 30 años.
De nuevo, el territorio más pequeño es además el más sucio de la Argentina. ¿Es un problema cultural? Claro que sí, como en muchas otras provincias del continente, sólo que aquí se nota más.
Cuando el gobernador Juan Manzur aterriza de vez en cuando en la provincia inaugura un baño en un Caps o una lámpara led en una escuela.
José Alperovich gestionó un poco más, pero sólo en los rubros en los que él tenía alguna vinculación empresaria.
Explotó el crecimiento del sector inmobiliario, a tal punto que hoy explotan las cloacas por todas partes. Explotó el sector automotor, a tal punto que hoy explotan las motos en cada esquina. También explotó la exportación de fruta fresca y puso aviones con arándanos en Miami. En coincidencia con que él alguna vez se tentó con la producción de arándanos.
Una pésima gestión si evaluamos que los problemas que heredó Manzur son los mismos que antes había heredado Alperovich: falta de agua y cloacas, rutas deterioradas, accesos a la capital lamentables, falta de infraestructura artística, deportiva, turística, inseguridad, marginación y pobreza. Y son los mismos problemas estructurales que seguramente heredará el sucesor de Manzur.
Ahora Alperovich critica a Manzur y Manzur critica a Alperovich y ambos critican a Macri. Ninguna autocrítica, ergo, ninguna chance de cambio. Como no tengo vida propia -capacidad de gestionar- ataco al adversario.
No cambiemos ni el tránsito
En el medio, los dirigentes locales de Cambiemos están más preocupados en atacarse entre ellos que de los problemas de la gente. No se escuchan demasiadas ideas o proyectos originales, innovadores ni mucho menos revolucionarios para sacar a Tucumán del estancamiento perpetuo.
Administran una de las ciudades más importantes de la Argentina y no han podido mejorar ni siquiera el tránsito, que está cada vez peor. ¡Y prometen acabar con la pobreza!
El transporte público es un desastre, cada vez entran más autos al centro, la contaminación no deja de aumentar y la ciudad es cada vez más ruidosa, agresiva y hasta expulsiva con los peatones y los ciclistas.
Dijeron que a fin de año comenzaba la implementación de ciclovías, que estaban terminando de estudiar los trazados. Ya llegamos a fin de año. Hace diez intendencias que las siguen estudiando, igual que el tren urbano, igual que el metrobús, que más parques, que la costanera, y un largo etcétera de promesas incumplidas que agobia repetir.
Hay dos formas de arruinar un huerto: sembrar malezas o simplemente dejar que crezcan solas.
Lo mismo ocurre con los gerenciamientos. Cualquiera sabe que si una administración es mala, los problemas se agravan. Lo que no todos son conscientes es que cuando una administración está ausente, los problemas también empeoran. Como la maleza, no hace falta sembrarla para que crezca y arruine la huerta; alcanza con no hacer nada.