Dentro de parámetros normales, lo más probable es que a los 49 años una persona abandone una actividad en lugar de incursionar en ella, sobre todo si se trata de una que demanda un considerable esfuerzo físico. Pero Paola Ceraolo no se siente parte del común de la gente y por eso, a poco de cumplir 50, se convirtió en jugadora de rugby.

Actualmente, es la más veterana de las “Guerreras”, el equipo femenino de Liceo Rugby Club. El suyo es un claro ejemplo de que los números a veces no sirven para medir la edad de las personas. Paola se siente una piba otra vez y eso se lo debe al rugby y a sus compañeras, asegura.

“En seis meses, pasé de no poder dar una vuelta a la cancha a correr a la par de mis compañeras, algunas de las cuales tienen 20 años. Yo les digo que me hacen sentir joven, me divierto mucho con ellas. Si eso no te rejuvenece, qué más podría hacerlo. Y no es que me hago la pendeja; me siento así. No me imagino quedándome en mi casa ni haciendo cosas de abuelas. Eso quedará para más adelante”, sostiene Paola, que para entrar al mundo de la ovalada primero tuvo que derribar la muralla del prejuicio.

Del odio al amor

Y es que Paola odiaba el rugby. No por lo bruto -siempre le gustaron los deportes de contacto, y de hecho practicó karate durante varios años-, sino lo veía igual que mucha gente: como un deporte de chetos. De narices paradas. Ni siquiera el hecho de que su hermano fuera jugador de Universitario en su momento (actualmente es dirigente de Old Lions) alcanzó para amigarla con el ambiente de la ovalada. Parecía chiste entonces que, habiendo tantas disciplinas para elegir, a Caetano se le antojara jugar al rugby. El menor de sus hijos le ganó por cansancio, y Paola decidió llevarlo a Liceo, un club joven ubicado en San Pablo que le habían sugerido porque quedaba cerca de El Manantial, donde ella vive. Para colmo, al poco tiempo Sebastián (su hijo del medio) decidió dejar su anhelo de ser cinturón negro de karate (le faltaba un año) para jugar al rugby.

“Les encantó. Comencé a ayudarlos con los pases y me gustó eso de hacer girar la pelota. Hasta que este año lo decidí: quería jugar yo también. Junto a otras madres de chicos de infantiles comenzamos a presionar para que se formara un equipo femenino. Al principio no estaban muy convencidos, pero después se sumaron varias chicas más y como ya éramos muchas, el club decidió abrir el rugby femenino”, relata Paola.

Actualmente, las “Guerreras” -apodo que adopta el equipo femenino de Liceo- ronda las 30 jugadoras. Un número nada despreciable para un plantel que comenzó a formarse hace ocho meses. “La tarea para el año que viene es reclutar jugadoras juveniles. Queremos completar una división juvenil, como hizo Alberdi Rugby, es el siguiente paso”, avizora.

Paola habla con un dosis extra de entusiasmo porque la tercera edición del Seven “Joaquín Quintana”, torneo organizado por Liceo, tendrá como novedad la incorporación del rugby femenino. De todas maneras, a Paola le gusta más el rugby de 15 que el seven. “Son cosas muy distintas. Yo soy grande y pesada, y en un Seven es difícil que juegue de arranque. En el de 15 sí, porque ahí hacemos más falta las pilares. Por eso me parece que el rugby de 15 es inclusivo, el seven no. Y cuando te dicen que no vas a jugar, es duro. Ya me pasó en la final de un torneo, que no entré. Igual, terminé preparando el tercer tiempo. Eso también es ser parte del equipo”, remarca.

Paola comenzó hace demasiado poco como para pensar en el retiro. “En algún momento me gustaría ser árbitro. De hecho comencé el curso, pero dejé porque coincidía con los días de entrenamiento. Igual, lo haré más adelante, porque mientras me dé el cuero, seguiré jugando”, avisa.