El siglo XX se estaba despidiendo para siempre cuando dejó fundada la reunión del G20. Corría 1999 cuando los ministros de finanzas y los bancos se reunieron para analizar cuestiones propias de la economía mundial. En 2008, cuando el mundo era una coctelera, se sumaron los presidentes de los países más potentes. E incluso, de los no tanto. Desde entonces se convirtió en un encuentro clave para lo que vendría en el mundo. Ahí, en esas 48 horas en las que se sientan a mirarse a la cara y a por lo menos saludarse y tirarse con alguna que otra idea, están codo a codo el 85% del producto bruto global, dos tercios de la población mundial y el 75% del comercio internacional.
La Argentina ya está en modo G20. La Argentina ya estuvo en modo G20. Estuvo porque desde hace meses vienen trabajando en distintos lugares del país para organizar a unos 200 proveedores que intervendrán en la cumbre y en las reuniones preliminares donde intervienen representantes de los líderes (Sherpas, palabrita que repetiremos y se escucharán en los próximos 15 días). Está porque no sólo se viene trabajando en su acción sino porque también esta semana ya vivió el costo que tiene organizar este tipo de encuentros. Tiene un costo violento. La presencia de esa gran mayoría donde se concentra el poder de la economía y de la política mundial tiene su contracara y, por consiguiente, tendrá su contracumbre. Esta semana se suscitaron atentados identificados, protagonizados y autoproclamados por grupos anarquistas. Los habrá más, seguramente.
El Gobierno argentino quiere consolidar con este encuentro su política de apertura y de relaciones en el mundo, la cual le ha servido hoy para ser atendido quirúrgicamente cuando la economía se encuentra en terapia intensiva. Quiere mostrar un país con brazos abiertos al turismo y con capacidad para albergar y contener a los extranjeros. Si, además, eso se traduce en otros negocios, más felices aún.
Todo esta pesadísima carga está sobre las espaldas de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich. Ni siquiera Mauricio Macri, que tendrá que poner la cara (esa agotada y vapuleada por la realidad) y hablar en por lo menos 35 exposiciones, tendrá tanta responsabilidad.
Bullrich con sus 20.000 efectivos (declarados, seguramente son muchísimos más), con sus tres anillos de seguridad a la vuelta de Costa Salguero (sede del encuentro) y con sus 20 cápsulas de acompañamiento para el movimiento de cada comitiva, apuesta a todo o nada en este G20. Aeroparque estará cerrado desde la siesta del jueves 29 hasta la noche del primer día del último mes del año. Todos los movimientos deberán ser terrestres, inclusive los de las comitivas internacionales y las de sus acompañantes, todo un dolor de cabeza en la cuestión de protocolo previo para los organizadores.
Como toda cumbre, como en cualquier lugar del mundo, hay dos cuestiones inevitables:
1) La contracumbre.
2) Hechos de violencia.
La contracumbre de este encuentro argentino tendrá líderes que estuvieron sentados en el poder durante no uno, sino durante varios lustros. No se trata de improvisados, sino de hombres y mujeres expertos del manejo de países.
Algunos cargan su capiti diminutio por desaguisados que carcomen sus entrañas en el presente. Otros siguen domeñando el potro desde el principio y no faltarán los que fueron catapultados por la Justicia o los que se retiraron vitoreados. La contracumbre, por eso de que los que la protagonizan saben del poder y de la trascendencia del G20, se hará antes de su antítesis, y eso facilitará, en cierto modo, la cuestión argentina, ya que ha dejado de ser una cuestión partidaria. Para hablar en la contracumbre está anotados el poderoso Evo Morales y el sempiterno José Mujica; y entre las damas figuran Dilma Rousseff y Cristina Fernández.
En la vereda de enfrente, los visitantes vienen con magulladuras, si vienen. Es el caso de Gran Bretaña, que no se sabe si llega con Theresa May en condiciones de prometer algo. El famoso “Brexit”, que no es otra cosa que la conjunción de Gran Bretaña (BR) y su salida de la Unión Europea (exit) pone otras piezas sobre el tablero. El presidente francés también tendrá que zafar de los chalecos amarillos que le bloquean las carreteras para llegar más aliviado. Pero, lo cierto es que la obra principal tendrá dos actores estelares. Estados Unidos y China llegan al G20 tal vez en uno de los momentos de mayor tensión. Seguramente no disiparán los nubarrones, pero podríán empezar a calmar sus conflictos comerciales. No se trata de un problema ajeno que no le importa a nadie. Argentina y el resto del orbe la pasarán mejor en la medida de que estos gigantes aprendan a convivir.
La geopolítica, la economía y lo social son condimentos de este mundo que estarán sazonando cada una de las comidas de la cumbre. Si no se contemplan, ninguno evitará la indigestión.
Disyuntiva
El modo G20 implica una mirada clara hacia adelante. Puede ser positiva o negativa, pero sin dudas las agendas sobre agricultura, anticorrupción, comercio e inversiones, desarrollo, economía digital, educación, empleo, mujeres líderes en negocios, salud, sustentabilidad climática y transiciones energéticas no se debatirán sin una visión de futuro.
En Tucumán esa mirada hoy parece detenida en el tiempo. Las discusiones en la vida política se inscriben en un maniqueísmo profundo alimentado por el peronismo: Alperovich o Manzur-Jaldo. Ni siquiera es versus Manzur, es la dupla la que se encadena para hacerle frente al ex mandatario. Y, en las discusiones se pone en debate si Alperovich es peronista o no. O, si lo fue o no. Debates vetustos en un Tucumán que sale al mundo a venderse como oportunidad. Pero es el propio gobernador el que siembra esta lucha fratricida, en silencio y con gestos simples o con palabras cuidadosamente pensadas para el lenguaje diplomático, pero que en verdad son pedradas en el barro tucumano.
En la memoria de muchos actores de la vida publica comarcana está presente aquella anécdota en la que un ex directivo de la Sociedad Aguas del Aconquija salía del despacho de José Alperovich y este, a los gritos, le espetaba: “a vos no te tiene que importar lo que diga LA GACETA ni otros medios, a vos te tiene que importar lo que yo digo”. La eterna incapacidad de de Alperovich de distinguir y respetar lo público y lo privado, lo institucional de lo personal salía (¿sale?) siempre a luz. Ahora, la política es diferente, cuando algo no se lee tal y como la mirada del poder lo interpreta, desde la secretaría de Información Pública se ocupan, sin desparpajos, de que se haga decir lo que desde allí se piensa o lo que piensa el gobernador Manzur. Pero como este duerme con el traje de canciller puesto, no hay gritos ni nada sale de su boca. No puede hacerlo el canciller que cada vez disfruta más de ese rol. Para eso están las redes, sus operadores silenciosos y otras artimañas de prensa o de poca prensa ya que no tienen ganas de chequear, preguntar o revisar. Sólo les interesa -como a aquel gobernador Alperovich- gritar y lanzar improperios sin auscultar la verdad. Han cambiado los personajes y los actores, pero las acciones siguen siendo las mismas, aunque en las formas lo disimulen.
Participar
La discusión de si Alperovich le debe o no al peronismo o viceversa sólo sirve para justificar las atractivas charlas de café. Cuando se cuestiona tamaña disyuntiva la respuesta de los expertos de la vida pública es “esto es una cuestión que tiene que ver con el poder, no está en juego ni la política ni la ética”. Por la adicción al poder se puede justificar todo, hasta que aquellos que se formaron, enriquecieron, aprendieron y volvieron a enriquecerse, trabajaron, juraron y volvieron a enriquecerse a la sombra de Alperovich puedan negarlo como si fuera un sátrapa y ellos, pobres inocentes que los obligaron a aprender, formarse, enriquecerse y volver a enriquecerse sin saber con quién estaban trabajando o para quien lo estaban haciendo. En el justificativo de que “así es el poder” se enlodan valores humanos que cada vez que se vota se ponen en juego, como la ética, la palabra, las responsabilidades y otras cuestiones que están desdibujándose y con ella la democracia y con ello los riesgos que esto significa.
Estas semana, no sólo el G20 se hizo presente: en las actividades de los tucumanos apareció el periodista Hugo Alconada Mon, que viene de terminar su libro La raíz. Allí plantea un panorama inexorable de corrupción y desesperanza que se diluye si, y sólo si, los ciudadanos ponen el cuerpo en su participación responsable en salvaguarda de valores como las instituciones, la palabra y la verdad. Felizmente, los tucumanos en esa jugamos con ventaja porque hay ejemplos vivos, presentes, como el de Alberto Lebbos que simplemente poniendo su entereza ha demostrado que no se puede ocultar una muerte, que un poder no puede armar una malla para envolver una verdad, y que una Justicia no puede vivir con las vendas desatadas.