Ante la inacción del Estado, hay vecinos que sienten la necesidad de hacer ciudadanía por mano propia para preservar la vida de sus seres queridos y de los demás. Un ejemplo de ello es un morador de Yerba Buena que hace una semana, en la avenida Solano Vera, a la altura de la calle Mendoza, de esa ciudad, donde está su casa, decidió pintar la senda peatonal. La acción que está concluida cuando pinte el otro carril de la avenida, sorprendió gratamente a automovilistas, pero ninguno se detuvo a ayudarlo.
El yerbabuenense manifestó que le sorprende la desidia de la gente. “Los conductores andan a toda velocidad. Y cuando no pueden hacerlo, se largan por la banquina. Ninguno quiere frenar. Ninguno quiere perder un minuto. Y ninguno mide los riesgos... Jamás me perdonaría que les pasara algo a mis afectos. No puedo depender de los administradores; de que se decidan a hacer... alguna vez. Tampoco voy esperar a que otros vecinos tomen consciencia: aquí la gente es indiferente”, señaló.
El vecino que invitó a quienes quieran contribuir a terminar la tarea iniciada, tiene otras ideas para mejorar aún más la seguridad en ese cruce peligroso, como por ejemplo, diseñar banderines de plástico, de color rojo que se colocarán a uno y a otro lado de la calle. Para cruzar, la gente podrá tomar un banderín, agitarlo y, tras pasar, dejarlo en la otra vereda.
Respecto de la acción del vecino, el subdirector de Tránsito de esa ciudad dijo que adquirieron una demarcadora vial para realizar sendas peatonales y otros trabajos de señalización. Anunció que en los próximos días pintarán franjas en la avenida Perón y continuarán por sectores donde hay colegios y centros comerciales. En la esquina de Solano Vera y Mendoza, el funcionario afirmó que se colocarán reductores de velocidad, una vez concluida la obra del canal Solano Vera-San Luis. Agregó que no pueden semaforizar todas las avenidas en forma arbitraria.
Tanto la acción del vecino como la intención de instalar lomos de burro, están reflejando una incultura vial alarmante, no solo en Yerba Buena, sino también en San Miguel de Tucumán. La constante transgresión a las normas más elementales así lo muestra. Los reductores de velocidad no serían necesarios si los conductores cumplieran con la normativa. En la capital, por ejemplo, la calle Bernabé Aráoz entre Rondeau y Crisóstomo Álvarez es muy difícil de cruzar por la alta velocidad que levantan los automovilistas, pese a los escasos lomos de burro que alguna vez se colocaron y que no se hallan en condiciones.
El transeúnte tampoco es respetado. Si un vehículo tiene que doblar en una esquina, lo hace prácticamente a la velocidad que viene sin importarle si una persona está por cruzar la calle; a menudo esta debe padecer un bocinazo o un insulto del conductor. En otras ciudades, como cuyo tránsito es caótico, esto no sucede. El chofer frena y espera que el peatón cruce.
Este pésimo hábito no se debe, por cierto, a una “cuestión cultural” -como a los funcionarios les gusta llamar-, sino a un control poco eficaz y a sanciones económicas onerosas por parte de la autoridad y también -lo que es más serio- al fracaso del Estado en la educación del conductor. Si una buena parte de los conductores son ignorantes viales a juzgar por las violaciones a la ley que comenten habitualmente, significa que hay gruesas fallas en la instrucción. El alumno suele ser el reflejo de sus maestros, “de tal palo, tal astilla”, dice el refranero.