Del doctor José Eusebio Colombres, obispo prócer, el tucumano más o menos informado sabe que fue el fundador de nuestra industria azucarera; que fue congresal de la Independencia, y que murió anciano en esta ciudad, respetado por todos, en la casa de 24 de Setiembre 565, sede hoy del Museo Folklórico. Pero no es muy conocido, que los últimos años de su vida estuvieron amargados por los problemas que le representó la conducción de la diócesis de Salta, y que debió enfrentar con su característica energía. Sobre el tema, la monumental “Historia de la Iglesia en la Argentina”, del padre Cayetano Bruno, proporciona abundantes referencias. Muy sintetizadas, ellas son la base de esta nota.
En Salta
Colombres, nacido en 1778 –como el general San Martín- se exilió en Bolivia en 1841, tras la derrota final de la Liga del Norte contra Rosas. Durante la vigencia de esa coalición, había sido ministro general y gobernador interino de Tucumán. Pudo volver a su ciudad cuatro años más tarde, a fines de 1845, y se reintegró a su curato de la Catedral.
La época de tranquilidad que creía iniciada se trastornó, a fines de 1853, por la persecución oficial de que se lo hizo objeto, a causa de su relación de parentesco político con el depuesto gobernador Celedonio Gutiérrez. Entonces, se refugió en Salta, donde el Cabildo Eclesiástico lo designó Canónigo Magistral.
No sospechó que ingresaba en un ámbito complicado. Como las relaciones de la Confederación Argentina con la Santa Sede estaban interrumpidas, la diócesis de Salta carecía de obispo. De ella dependían Salta, Jujuy, Tucumán, Catamarca, Santiago del Estero y también Tarija, en Bolivia. Un serio problema era que el Gobierno de la Confederación intervenía sin empacho en los nombramientos jerárquicos de la Iglesia.
El obispo electo
Así, pasando por encima de las normas de la Santa Sede, un sorpresivo decreto del presidente Justo José de Urquiza, del 21 de agostó de 1855, “presentó” a Colombres al Cabildo Eclesiástico de Salta, en calidad de “obispo electo” de esa jurisdicción, nombramiento cuya aprobación definitiva se había pedido al papa Pío IX.
A regañadientes y luego de varias discusiones, el Cabildo acató la comunicación de Urquiza, y Colombres empezó a ejercer su jurisdicción de obispo electo el 29 de octubre de ese año. Según lo expuso el tucumano en carta a Roma, a monseñor Marino Marini, sus primeros trabajos “se dirigieron a regularizar las costumbres del sacerdote, para fundar sobre esta base la restauración de la disciplina eclesiástica”. Con ese propósito, convocó el clero secular a ejercicios espirituales.
Se le rebeló entonces uno de los miembros del Cabildo, el canónigo Agustín Bailón y otros dos sacerdotes. Desconocieron la convocatoria y, además, hicieron correr el rumor de que Colombres, en realidad, estaba excomulgado, por haber recibió su autoridad del Gobierno y no de la Iglesia como correspondía. Por su lado, el arzobispo de Charcas, Manuel Ángel del Prado, se negó a acatar las disposiciones de Colombres sobre un sacerdote, afirmando que era ilegal su ejercicio de la jurisdicción episcopal.
La renuncia
Colombres, apercibido de que había aceptado el obispado antes de que se cumplieran los pasos canónicos correspondientes, se apresuró a escribir a Pío IX y a Marini. Les aseguró que acataría sin titubear el fallo de Roma en ese asunto, y prometió al Papa “separarme de tal destino”, si la Santa Sede “juzgara que mi proceder no ha sido acertado, pues no es mi ánimo desviarme de los santos principios que en ella rigen sus destinos”.
La sede de Roma terminaría aceptando los descargos del prelado tucumano. Pero Colombres, entretanto, presentó, el 4 de setiembre de 1856, su renuncia a la función. El Cabildo Eclesiástico salteño la aceptó dos días más tarde, y el 16 nombró al presbítero Alejo Ignacio Marquiegui como Vicario Capitular y Gobernador Provisorio de la diócesis de Salta, cargo que aquel juró de inmediato.
La elección de Marquiegui tampoco era legal, como lo advirtieron Colombres en nota a Marini, y también el Obispo de Buenos Aires, Mariano Antonio de Escalada, en nota al internuncio Massoni. Además, la decisión del Cabildo tenía la falla legal de no haber sido citado Colombres, que tenía voto como Canónigo Magistral, y de ser inhábiles para votar los canónigos Agustín Bailón y Lorenzo Aznarez.
Nueva designación
El 27 setiembre de 1856, monseñor Escalada, obedeciendo instrucciones de la Santa Sede, pasó por encima de las disposiciones del Cabildo de Salta y designó a Colombres Vicario Capitular de la diócesis, o sea gobernador del obispado “en sede vacante”, el 27 de setiembre de 1856. El doctor José Eizaguirre arribó a Salta para ejecutar esa disposición. Pero Marquiegui no se resignó. Presentó notas objetando el nombramiento, y hasta hizo intervenir al gobernador de Salta, José María Orihuela, quien propuso –sin éxito- llegar a una transacción.
El Gobierno de la Confederación intervino entonces en apoyo de Colombres. Un decreto del vicepresidente Salvador María del Carril declaró que el Cabildo no había debido aceptar la renuncia del prelado tucumano. Pero los adversarios de este no cedieron. Escribieron al Papa, haciendo varios cargos a Colombres y afirmando que “por su vejez, sordera y ceguera” no estaba en condiciones de gobernar la diócesis.
El toro por las astas
De todos modos, el 19 de noviembre de 1856, el doctor Colombres tomó al toro por las astas. Dirigió un auto al Cabildo Eclesiástico, afirmando que “reasumía la autoridad eclesiástica” sobre la diócesis de Salta, como su legítimo gobernador. Su postura fue confirmada por el Gobierno de la Confederación; el obispo Escalada lo reconoció, y lo mismo hizo el Arzobispo de Charcas.
Durante la administración de Colombres, que se extendió a poco más de un año, lo apoyó eficazmente el clérigo José García Isasa, a quien Colombres nombró Vicario Foráneo y Juez Eclesiástico. Soportaba la oposición del gobernador de Salta, Dionisio Puch, cuya familia estaba vinculada a los rebeldes canónigos del Cabildo. No dejaron de arrojar leña al fuego las actitudes enérgicas y poco prudentes de García Isasa, a través del cual gobernaba Colombres.
El tucumano tuvo que enfrentar la guerra sorda de los canónigos, aunque poco a poco ella iría perdiendo intensidad. Debió encarar también un conflicto con las monjas carmelitas de San Bernardo, ya que, por un problema de cuentas, sancionó con suspensión a la priora, la Madre Josefa Catalina de Santo Domingo, y al capellán Isidoro Fernández, declarando en entredicho el monasterio.
A pesar de los años
A pesar de su avanzada edad, subraya Bruno, el doctor Colombres realizó una extensa visita pastoral dentro de su diócesis y dictó numerosas y acertadas disposiciones sobre el clero y la feligresía, que se conservan en el Archivo Episcopal de Salta. Ellas prueban, dice, “el tesón que puso en el gobierno de la diócesis, a despecho de sus años”.
Entretanto, se tramitaba en Roma, con gran lentitud, su designación de obispo titular de Salta. Entre otros, la apoyaba con fuerza el doctor Eyzaguirre.
Este escribió a Pío IX diciéndole que “el doctor Colombres es virtuoso, digno y lleno de caridad; sus costumbres son ejemplares; y si fuese de desear en él una ciencia mayor que la que posee, no carece sin embargo, de toda la suficiencia para ser un buen Obispo”. Eyzaguirre afirmaba que “además, tiene la ventaja de ser hombre rico por su casa, y que dedica toda su fortuna a la Iglesia y a los pobres, respetado por sus antecedentes muy honrosos, y protegido por los que ejercen actualmente el gobierno general de la República”. Terminaba diciendo: “Yo creo, Santísimo Padre, que el señor Colombres podrá arreglar algo el clero de la diócesis de Salta”.
Bulas tardías
El 28 de enero de 1859, Colombres, enfermo, subdelegó su autoridad en el doctor Miguel Ignacio Alurralde y viajó a Tucumán. Allí falleció, el 11 de febrero. No pudo enterarse de que dos meses atrás, el 23 de diciembre de 1858, Pío IX había firmado las bulas que lo designaban obispo de Salta en propiedad, y que llegaron a Tucumán después de su muerte.