“Que la gente crea en River”. Seis palabras le bastaron hace una semana a Marcelo Gallardo para convencer a sus futbolistas, a los directivos y a los hinchas de que la clasificación a la final de la Copa Libertadores, lograda finalmente el martes con polémica en Brasil, era posible.

Habían pasado pocos minutos de la derrota 1-0 sufrida de local en el partido de ida de la semifinal frente a Gremio cuando el técnico enfrentó a la prensa y dio su mensaje esperanzador a quien quisiera escucharlo.

“Podemos ganar de visitante. Iremos a Brasil con esa ilusión y mentalidad”, aseguró cuando en el ambiente del “Monumental” reinaba el pesimismo con miras al desquite en el Arena do Gremio.

Las palabras de Gallardo provocaron un efecto inmediato. No podía esperarse otra cosa de un hombre que hoy es el líder absoluto de River: los aficionados lo adoran, sus jugadores lo siguen sin dudarlo y la directiva se esfuerza para retenerlo al final de cada contrato.

La agónica victoria por 2-1 le dio la razón. Y también ratificó que es un ganador nato y que está dispuesto a hacer todo lo posible -e incluso más- para conseguir sus objetivos. Aunque eso implique sobrepasar ciertos límites.

Consciente de su influencia, Gallardo desobedeció la suspensión que le había aplicado la Conmebol, que le impedía estar con el plantel durante el partido ante Gremio, e ingresó al vestuario en el entretiempo.

Lo hizo rompiendo el reglamento, arriesgándose a una nueva sanción y abriendo la posibilidad de que el club brasileño presente un reclamo a la Conmebol. “Fue una agresión de todas las normas”, dijo el presidente de Gremio Romildo Bolzan.

Gallardo no tuvo reparos en reconocer su infracción, aunque tampoco dudó en justificarla. “Creía que lo necesitaban los jugadores y yo también. Incumplí una regla, lo reconozco. No me arrepiento para nada”, admitió ante las críticas. Su misión había sido exitosa y la clasificación a la final de la Libertadores, muy complicada de lograr 45 minutos antes, viajaba de Porto Alegre a Buenos Aires.

La polémica también alcanzó al River de Gallardo y su cuerpo técnico en la edición 2017 de la Copa, cuando Lucas Martínez Quarta y Camilo Mayada fueron sancionados con siete meses de suspensión por doping. River defendió la inocencia de sus jugadores y denunció que se trató de un caso de contaminación en suplementos utilizados habitualmente.

Todo esto no empañó en absoluto la imagen de Gallardo entre los aficionados de River ni su reputación en el fútbol argentino y sudamericano.

Nadie duda de que su inteligencia táctica y su espíritu ganador han convertido a River otra vez en uno de los equipos más poderosos del continente. Con él a la cabeza, el “Millonario” ganó la Libertadores en 2015 y obtuvo otros siete títulos nacionales e internacionales. “Tiene la luz de un ganador melancólico y humilde. Mezcla rara de tipo familiar con coraje y lucha (...) Un loco por el fútbol que nunca tuvo que gritar para hacerse notar. Su inteligencia y viveza se perciben en cada cambio”, escribió sobre el DT Juan Pablo Sorín, que fue su compañero en River y la Selección.

“Muñeco” fue su primer apodo en River, donde debutó como jugador a los 17 años en 1993 y jugó 12 temporadas en tres ciclos diferentes. En ese lapso, ganó ocho títulos, dos de ellos internacionales: Copa Libertadores 1996 y Supercopa en 1997.

Sin embargo, hoy todos lo conocen como “Napoleón”, apodo en homenaje al gobernante francés del siglo XIX que recibió por su capacidad como estratega.

En River sueñan y creen. “El resultado final (ante Gremio) es producto de creer y creer”, aseguró Gallardo, el líder para el que no hay imposibles.