El 17 de marzo de 1993 quedó grabado a fuego como uno de los días más tristes en la historia de los enfrentamientos entre San Martín y Talleres. Aquella soleada tarde de domingo, ambos equipos se enfrentaban en La Ciudadela y jugaban uno de los últimos cartuchos para zafar del descenso en el torneo de Primera División. San Martín ganó 1 a 0 gracias al tanto de Héctor Chazarreta, pero lo que tiñó esa jornada de negro, fue lo que ocurrió horas antes de ese partido.
Durante la mañana de esa jornada, los hinchas de Talleres comenzaron a llegar a nuestra provincia para alentar a su equipo. Las relaciones entre ambas parcialidades no eran las mejores, pero nadie pensaba que podía ocurrir lo que finalmente sucedió.
Un enfrentamiento entre ambas barras, a pocas cuadras del estadio, terminó con la vida de Hernán Roque Villarreal, cordobés de 17 años, quien recibió un disparo en la cabeza. En tanto, Juan Ramón Angulo, de 35 años, recibió una puñalada en el cuello y falleció horas más tarde en el Hospital Padilla.
A partir de ese momento no hubo vuelta atrás en la relación entre ambas hinchadas. Nunca más pudieron ni siquiera cruzarse y con la normativa que prohibe a los hinchas visitantes, nunca más volvieron a estar cara a cara en un estadio.
Por eso, luego del gran triunfo ante Racing y cuando los hinchas “santos” planeaban “copar” la “Docta” ese sueño se vino abajo en un abrir y cerrar de ojos: anoche San Martín fue más visitante que nunca en el “Mario Alberto Kempes”.
“No podemos entender tanto rencor que nos tienen. Desde hace varios días, a través de las redes sociales, los hinchas de Talleres se encargaron de calentar el partido. Eso impidió ir al estadio”, sostuvo Marcos Alburquerque, uno de los integrantes de la filial “Cirujas de Córdoba”.
El grupo repitió el plan cada vez que juega San Martín un duelo televisado. Se reunieron a comer un asado en Barrio Parque, para alentar al equipo de Gastón Coyette. “Siempre hacemos esto. Así compartimos el amor por San Martín”, explicó Darío Basualdo que concurrió a la cita con su hijo Tomás, que tiene apenas 1 año.
Pese a todo, en el Kempes hubo algún infiltrado. Uno que pudo estar en el estadio sin tener que estar “oculto” fue Pablo Álvarez, integrante de la filial pero que es policía y anoche formó parte del operativo de seguridad. “Fui el primero en anotarme para trabajar. Siempre que juega San Martín acá, hago lo mismo” comentó. Antes pasó por el hotel y se sacó fotos con los jugadores.
Los juegos contra Talleres siempre son de difícil acceso para los hinchas de San Martín. Pese a todo, el equipo nunca está solo. Los fanáticos encuentran la manera de apoyar al equipo aún en las malas, porque es ahí cuando más lo necesita.