Por Eduardo Levy Yeyati.-
La discusión relevante no es sobre si este proceso de sustitución ocurrirá, ni cuánto tiempo llevará, sino sobre sus consecuencias con respecto a la equidad, el bienestar y la cultura del futuro. ¿Debemos protegernos o debemos estimularlo para liberarnos del yugo del trabajo y reemplazarlo por… alguna otra cosa? ¿Hay vida después del trabajo?
La historia no se repite, somos nosotros los que buscamos patrones circulares para eludir la incertidumbre o calmar la ansiedad. La historia avanza, y la evolución no suele ser una mala noticia, sino el principio de un mundo mejor. El ocio, otrora patrimonio de filósofos, conquistadores y aristócratas antes de extraviarse en las esforzadas aguas de la ética protestante, podría ser un bien de todos en un futuro robotizado. El fin del trabajo puede ser extraordinariamente liberador, si se dan ciertas condiciones.
Dos obstáculos se interponen en esta utopía del ocio. El primero es la asimilación cultural del trabajo regular y remunerado con el sentido de la vida, o con el imperativo bíblico del “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, lo que ha llevado a desvalorizar el ocio y a considerar vagos o vividores a todos aquellos que lo militan. Si el trabajo nos da sentido, el ocio nos lo quita; numerosos trabajos que documentan los efectos negativos del desempleo, sobre la salud mental y el bienestar individual y familiar, así lo sugieren.
Esgrimido tanto por la izquierda estajanovista -del hombre de mármol y la moral de clase- como por la derecha meritocrática -del esfuerzo y la competencia, el emprendedor exitoso y el perdedor haragán-, este primer obstáculo cultural es, probablemente, una trinchera transitoria. Lo que hoy pensamos del trabajo, lo que nos parece natural y obvio -por ejemplo, la relación entre el trabajo y la remuneración, o la premisa de que “el trabajo dignifica”, sostenida por Karl Marx y por el papa Francisco-, es solo producto de una cultura y una concepción relativamente recientes. Lo que consideramos una verdad permanente no deja de ser un resultado local, un breve capítulo de nuestra historia cultural determinado por condiciones circunstanciales, que cambian rápidamente y que llevarán a las futuras generaciones a pensar lo laboral de manera distinta. (¿Acaso el trabajo en el hogar, o el del artista o deportista vocacional, es menos estimulante -dignifica menos- que el realizado en la construcción?)
El segundo obstáculo que enfrenta la utopía del ocio es mucho más definido: la ausencia de mecanismos de distribución que lo hagan sustentable. Para la mayoría de los mortales, trabajar contribuye a fundar la condición humana de una manera muy concreta: permite pagar nuestros alimentos, nuestro techo, nuestra medicina, nuestra educación. Un mundo con menos empleo remunerado, con menos horas trabajadas, es un mundo con menos ingreso laboral, menos equidad, menos consumo. Por otro lado, sin consumo masivo cae la demanda de bienes y servicios de la que se nutre el sistema capitalista. En suma, se torna una espiral descendente.
* Fragmento de Después del trabajo.