Semánticamente, la expresión “a todos y a cada uno” es un pleonasmo. Pero políticamente, no hay allí ninguna redundancia. Juan Manzur, por ejemplo, le ha dicho a cada uno de los actores del poder político con quien ha conversado que su decisión de competir por la reelección está tomada. Pero no se lo ha dicho a todos juntos. O lo que es igual: el gobernador subraya en privado lo que aún no ha ratificado públicamente.
Acaso esa sea la manera como madura las decisiones el gobernador. Tal vez las manifiesta en privado para saber qué piensa su interlocutor o para pensar en voz alta; o para todo eso junto. Como fuere, los acontecimientos políticos de esta semana parecen empujar al mandatario a decirles a todos, de una vez, lo que viene planteándole a cada uno.
Dos de esas razones son externas y otras tantas son internas. Una mitad de esos motivos son amables, y la otra no.
Locos y amarretes
Por estas horas, Manzur celebra la renegociación de la deuda pública provincial con la Nación, literalmente, como uno de los mayores logros de su gestión.
Ayer les dijo a los empleados de Vialidad, durante una visita matutina, que había quitado la Espada de Damocles sobre la cabeza de Tucumán. La parte pública del acuerdo, sintéticamente, consiste en que el pasivo en dólares (por la deuda con Aguas del Tucumán en el Ciadi) fue pesificada. Que Tucumán le devolvió a la Casa Rosada, como parte de pago de otra parte de la deuda, los bonos de compensación intransferibles que la Nación le entregó a la Provincia como parte de pago de la coparticipación mal retenida durante el kirchnerismo. Que el “rojo” pasó de 11.000 millones de pesos a 4.000 millones de pesos. Y que esa cifra se pagará en un plazo de 10 años, con los primeros tres de gracia, y con una tasa de interés anual del 6% anual.
Hace 20 días que el Gobierno local venía tejiendo ese acuerdo con la Nación. La parte privada del acuerdo es que la negociación final operó el miércoles, entre las 8.30 y las 19.30. Manzur amagó tres veces con levantarse de la mesa, carpetitas en mano, mientras Frigerio, el ministro del Interior, le decía jocosamente “Juan, sentate, vos no sos un loco”; y Manzur le respondía sonriente, “Rogelio, vos no sos un amarrete, aflojen algo”.
En contexto: el ajuste federal va a golpear a Tucumán en la quita de subsidios al transporte y de la “tarifa social”. Pero en materia macroeconómica, se acaba de despejar el horizonte de las finanzas públicas para el mediano plazo. Si a eso se suma que las cuentas provinciales, gracias a que la Nación ya no secuestra el 15% de la coparticipación (así ocurrió entre 2006 y 2015, sin que hubiera pacto fiscal vigente), no tienen déficit, el resultado es que Tucumán no volvió a ser el Jardín de la República, pero tiene el encanto de un distrito viable.
Mientras la Nación abría las puertas, un sector del peronismo las cerraba. El salteño Juan Manuel Urtubey, uno de los protagonistas de la foto de “Los cuatro” junto con el cordobés Juan Schiaretti, el rionegrino Miguel Pichetto y el tigrense Sergio Massa, avisó que es muy probable que no venga a Tucumán a participar del acto del Día de la Lealtad que Manzur, personalmente, estuvo “afilando” con el gastronómico Luis Barrionuevo en Capital Federal.
En rigor, en la foto de “Los cuatro” hay cuatro puntos políticamente cardinales: el norte, el centro y el sur del país, y Buenos Aires. Para que Urtubey sonría en esa polaroid, Manzur no debe aparecer en la estampita. Lo dicen las propias declaraciones del salteño: aclaró que el tucumano sí está en los planes de ese equipo. Léase: en ese retrato hay un matrimonio peronista, padrinos incluidos. Los demás son invitados “después de 12”.
El escenario nacional del peronismo, hoy, es caleidoscópico. Están los peronistas no kirchneristas, los sindicalistas “anti-K”, los justicialistas que quieren kirchnerismo sin los Kirchner, y los kirchneristas. Si se repasa la historia democrática reciente se advierte que, más que un “quién”, el peronismo nacional necesita un “qué” para salir de la diáspora. Así ocurrió en las últimas dos oportunidades en las que el movimiento entró en crisis tras perder los comicios presidenciales. Cuando eso ocurrió en 1983, el sindicalismo fue el “qué” que lideró la unidad del peronismo. Tras la derrota en 1999, la “liga de gobernadores” se ocupó de aglutinar a los “compañeros”. Ahora, el “qué” no se vislumbra con claridad.
Esos dos indicadores de que la justa por disputar es provincial antes que nacional, por cierto, no están divorciados. Manzur consiguió la refinanciación de la Nación porque no estaba en la foto de “Los cuatro” y, en cambio, sí aparece en la que se tomó con otros gobernadores y con Frigerio en La Rioja, un día después.
Lobos y destructores
En cuanto a los factores internos que inclinan la balanza manzurista para disputar la reelección se encuentra, en primer término, el hecho de que él aún tiene asuntos pendientes de poder antes de partir en la búsqueda de rumbos federales. Y eso ha quedado expuesto, justamente, cuando el peronismo tucumano “leyó” que las incursiones federales del gobernador estaban destinadas a integrar una fórmula presidencial que lo eyectará de la Casa de Gobierno.
En rigor, Tucumán no tiene gobernadores con proyección federal desde Ramón Ortega (1991-1995). Es decir, desde hace un cuarto de siglo.
Es baladí intentar establecer si Manzur pretendió dar un salto nacional, o si sólo busca un lugar en la “mesa chica” del peronismo poskirchnerista, o si -a partir de la fractura múltiple del peronismo- busca socios de peso para no quedar en soledad frente a una Casa Rosada de signo amarillo, aunque esos aliados sean la “pesada” de la CGT. Lo cierto es que, aquí, mucha dirigencia, de base y de despacho, asumió que 2019 podía implicar un escenario tucumano posmanzurista. Y el resultado de eso es una promesa de “guerra civil” electoral en el PJ tucumano. De un lado, Alperovich, que reivindica su “derecho” a intentar volver a la gobernación, sobre todo si Manzur “asciende”. Del otro, Osvaldo Jaldo, que como vicegobernador se considera el “natural” sucesor para la gobernación.
La reciente renovación de autoridades del Concejo de Alderetes dejó expuesta esa amenaza de fratricidio político: en la sala de sesiones una mitad se reivindicó jaldista; y la otra, alperovichista. A la pulseada la ganaron los primeros. Quedó expuesto entonces que, por expresa delegación de Manzur, Jaldo se ocupó de todo el armado territorial del oficialismo en la provincia para la reelección de la fórmula. Huelga decir que un escenario en el que Manzur busca una postulación nacional (hasta esta semana en la cabeza de muchos “compañeros”), Jaldo no pondrá ese aparato al servicio de Alperovich, sino que lo usará para enfrentarlo.
Ese choque entre peronistas, por supuesto, no arroja dos posibilidades (la de que gane uno u otro la solución), sino tres: la de que el peronismo tucumano pierda el poder. Y esa es toda una certeza estadística si se apela, otra vez, a la historia reciente. En 1995, el quiebre peronista hizo posible el triunfo de Bussi. En 2015, la fractura peronista en Yerba Buena permitió el triunfo del radical Mariano Campero en Yerba Buena.
Los asuntos pendientes de Manzur no son cuestiones menores. Y Alperovich es el gran asunto pendiente de Manzur.
Para los peronistas históricos, cuando un gobernante elige a su sucesor, en realidad, escoge a quién lo destruirá políticamente. Para los peronistas renovadores, en cambio, otro camino es posible. Lo probaron, alternándose en las gobernaciones, Schiaretti y Juan Manuel de la Sota, en Córdoba; y, antes, Carlos Reutemann y Jorge Obeid, en Santa Fe.
En Tucumán, Alperovich siguió la opción pragmática con Miranda: fue impiadoso para destratar al antecesor que lo hizo ministro de Economía (199-2001) y senador (2001-2003). Manzur, en cambio, no siguió otro camino: hizo de Alperovich su asesor con rango de ministro. Quizás por ello, en la lógica dicotómica del ex gobernador, si no operó la primera opción, entonces corresponde la segunda. Y por eso, y por ansiedad, empezó a destratar a Manzur, a defenestrar sus proyectos, y a proclamar que vuelve.
En el futuro cercano del manzurismo, queda cada vez menos margen para tomar una determinación al respecto. Es decir, apremian los plazos para anunciarles a todos -y no ya a cada uno- que decide ir por la reelección. Y, por ende, que enfrentará a Alperovich si él insiste en sus planes. Y que, en ese caso, la opción será destruir políticamente a quien lo escogió para la sucesión; o ser destruido.
Con independencia de lo que Manzur sienta respecto de Alperovich (sólo él puede saberlo), lo cierto es que evitar una resolución respecto del ex gobernador lo ha preservado. Manzur nunca terció en la interna entre el senador y Jaldo, y eso lo mantuvo libre de golpes de uno u otro sector. Y ese resultado es un signo buscado hasta el agotamiento por Manzur: estar al margen de la grieta. No siempre pudo sustraerse. Ahora, plantó bandera respecto de que no acompañará el Presupuesto 2019 de la Nación si hay recortes para Tucumán, lo cual no le cae bien al electorado tucumano de Cambiemos. Pero una parte importante de ese nicho simpatizó con él cuando fue el primer gobernador en pronunciarse contra el proyecto de aborto no punible. El resultado, intensamente buscado por Manzur, fue haber marchado junto con los vecinos de a pie contra esa iniciativa -primero- y haber participado con esos mismos tucumanos de la procesión del 24 de Septiembre -después-, recibiendo muchos saludos y ningún abucheo.
En contraste con esa otra razón para librar la próxima batalla electoral en Tucumán y no en la Nación, los cuestionamientos contra Manzur llegaron de parte de Alperovich. Lo cual, más allá de las lecturas personales, es políticamente lógico: en la política, “el hombre lobo del hombre” se alimenta del prestigio de aquel al que cuestiona. Y eso es lo que intima a Manzur para que sus definiciones privadas sean públicas. Porque en la física, la materia no se pierde, sólo se transforma. Pero en la política el poder no se pierde, sólo se transfiere.