Más que describir su belleza, hay que mencionar lo que uno siente al ver un lapacho rosado o amarillo en medio de tanto cemento. Cuando se los observa desde arriba, en un balcón o una terraza, esas manchas como pinceladas salpicadas por toda la ciudad generan un suspiro: la naturaleza tiene esperanzas, ¿por qué no nosotros?
No quedan dudas de que el lapacho es el árbol emblemático de San Miguel de Tucumán. Los números lo reflejan. Desde la Secretaría de Servicios Públicos aseguran que representan el 45% del arbolado urbano y que en los últimos tres años, cuando inició la nueva gestión municipal, plantaron unos 2.560 ejemplares de tres especies: lapacho rosado, lapacho amarillo y lapachillo. Aquellos a los que les guste caminar la ciudad incluso pueden encontrarse con algunos blancos. Y eso los debería hacer sentir privilegiados, ya que son de carácter recesivo, de modo que la oportunidad de toparse con uno de ellos es muy baja.
Estos árboles, que florecen entre fines de julio y octubre, no viven solos. Ana Levy, bióloga y responsable del Jardín Botánico de la Fundación Lillo, sostiene que los lapachos son privilegiados en muchos sentidos: no solamente nos regalan belleza por sus flores, sino que también constituyen un refugio de vida y alimento para muchas especies. Por ejemplo, Levy menciona que los rosados, con su gran porte, son capaces de alojar diversas aves, como benteveos o quetupíes y también horneros. Los primeros hacen sus nidos mucho más arriba que los de las “las casitas de barro”.
“Por la altura que tienen, las aves o pajaritos también los usan para sentarse, descansar, avistar a dónde van a volar. Se ven palomas, chingolos, taguató (ave rapaz), charrasquitas... Y el pájaro carpintero que picotea el tronco buscando insectos. Los celestinos y los tordos se alimentan de sus flores, las picotean y las comen”, detalló la bióloga, que resaltó que toda la información que se comparte en esta nota es parte de las investigaciones de las áreas de Zoología y Botánica de la Fundación Miguel Lillo.
Por otra parte, explicó que el lapacho tiene un polen más bien pegajoso, que se adhiere al cuerpo de los insectos. “Podemos decir entonces que el lapacho no es una planta alergénica, porque tiene un polen pegajoso y no volador. Cuando estornudamos lo hacemos muchas veces por el polen de las gramíneas (pasto)”, sostuvo la especialista.
Los lapachos son además “una maravilla” como espacio de vida para los claveles del aire, que también embellecen la ciudad con sus flores color rosado y amarillo. En esos largos troncos también florecen plantas epífitas, como bromelias, que se las puede observar claramente en los ejemplares de la avenida Aconquija, y helechos visibles en los árboles de las calles San Luis, Crisóstomo Álvarez y San Lorenzo.
Fuente de recursos
Las flores de los lapachos, además de ser alimento para las aves, también son una importante fuente de recursos para diferentes familias de abejas, según explicó Mariana Valoy, investigadora del instituto de Ecología de la Fundación Miguel Lillo (integra el grupo Ecología Evolutiva dirigido por Mariano Ordano). La bióloga explicó que especies de abejas de tamaño mediano y grande, y con larga lengua debido a su tamaño corporal, ingresan a la flor (de forma tubular) abriéndola. Así toman contacto con las estructuras reproductivas del ejemplar y acceden con sus lenguas a la recompensa (néctar) que se encuentra en las cámaras que están en la base de la flor.
“Este tipo de abejas detectan unas guías amarillas que son como caminos que la conducen al néctar; ‘aprendieron’ a asociar el color con la recompensa disponible. Cuando las guías cambian el color a rojo o naranja, significa que ya no hay néctar. Las flores van envejeciendo, y comienzan a ser visitadas por otras abejas más pequeñas, sin aguijón, que consumen el polen. Hay más de 30 especies de diferentes tamaño y de diferentes grupos funcionales que visitan los lapachos. Por eso su importancia. Es una enorme fuente de recursos”, añadió la investigadora. Por último, indicó que su fecundación es cruzada: lo que significa que necesitan y dependen de las abejas para su reproducción.
Esas hermosas flores que hoy adornan la ciudad se convertirán en frutos que colgarán de los árboles y se abrirán. Livianas, las semillas surcarán el aire empujadas por el viento. Así, en cualquier rincón de Tucumán será posible que crezca un nuevo lapachito.