“Mira, la verdad es que acá a Medellín han venido equipos con grandes hinchadas: de Brasil, de Argentina, de Uruguay, pero no recordaba uno que haya traído tanta gente como Tucumán. A la ciudad y a la casa”. Las palabras pertenecen a Roberto Escobar, hermano del mundialmente famoso narcotraficante y líder del cartel de Medellín, Pablo Escobar, quien también fuera congresista por la ciudad en 1982.
“Osito”, como apodaban al hermano de Pablo, tiene miles de historias para contar en la Casa Museo, ubicada en una pequeña loma, al norte del barrio El Poblado. Allí donde cuentan que Pablo hacía todo tipo de negocios, donde pasó las horas previas a su muerte y donde actualmente vive Roberto. Todo eso tiene en la cabeza, pero ahora mismo está obnubilado con la incesante visita de hinchas de Atlético.
Todos los guías disponibles se encuentran ocupados por grupos de “Decanos”. Empieza uno, sigue otro y así durante todo el lunes y la mañana de ayer. Los fanáticos primero se fotografían con el guía que imita la apariencia y la tonada de Pablo Escobar pero luego se dan cuenta que está Roberto y ahí la cosa cambia.
“Aquí han venido futbolistas también. René (Huguita), “Pepe” (José) Basualdo, entre otros”, cuenta Roberto, destacado ciclista en su juventud. Lo cierto es que también estuvo preso, a fines de los ‘80, acusado de participar en la organización logística del cartel liderado por Pablo.
Mariano y Rodrigo Cerrutti, Raúl Villagra y Bruno Cabello conforman el quinto grupo de hinchas de Atlético de la mañana (y eso que son las 11 y abrieron a las 9.30) en visitar la casa. “No conocemos mucho, pero queremos ver de qué se trata”, explica Bruno en una de sus primeras visitas turísticas del viaje que hicieron para ver el partido de Atlético anoche.
“Bienvenidos, bienvenidos”, les dice Roberto que con 71 años se encuentra en pie y -a primera impresión- en perfecto estado. Sin embargo, tiene comprometida el 85% de la visión y escucha a través de un aparato. Estando preso recibió una carta bomba que le explotó en las manos. “¡Ojalá pudiera volver a correr! Me encantaría”, le confiesa a LG Deportiva, cuando se le consulta por la bici, su principal aliada antes de meterse al negocio de su hermano.
Él no es el que da el tour, pero al final del mismo espera a todos los que lo hicieron para responder inquietudes. “¿Qué son las ‘caletas’?”, pregunta Raúl, otro tucumano. Las ‘caletas’ son los escondites, que son muchos y variados en la casa.
“Allí se escondía Pablo. Todas las ‘caletas’ tenían tubos de oxígeno y comida de la NASA”, asegura Marvin, uno de los guías. Marvin sugiere depositar dinero del país del visitante en las caletas (no importa el monto por más bajo que sea) porque dice el dicho que “Pablo la multiplicará para tí”. Cómo si fuera una fuente de los deseos.
“Creemos que es bastante representativo de la ciudad”, asegura Bruno, el fanático “decano”. Sin embargo, no todos los medellinenses están emocionados con la referencia casi automática de sus visitantes con la figura de Pablo Escobar. Es cierto que el consumo de la historia en sus diferentes formatos (películas, sobre todo series y libros) ha saturado a más de uno.
A las imitaciones del acento de Pablo algunos las toman como una burla y aunque así no sea, muchos se han cansado. Casi que para ellos Pablo Escobar es un lugar común en el que incurren los turistas, por ejemplo, con El Chavo en México. “No es lo único que tenemos”, parecen decir. Edison, recepcionista del hotel, incluso niega de que se trate de un museo.
El que lo gambeteó
Claramente no es lo único que tiene Medellín o con lo que debería ser identificado. Fabricio Borsini, de 30 años, por ejemplo, está lejos de la casa de Pablo Escobar. Se trata de un tucumano, fanático de Atletico, que ha llegado a esta ciudad en condición de mochilero y que acaba de ganar lo suficiente vendiendo sus artesanías, para pagarse la noche en el hostel.
“Después del clásico contra San Martín (allá por julio) empecé el viaje. Nos fuimos con mi mamá y mi hermano hasta La Paz (Bolivia), quería que conozcan Uyuni. Después ya solo crucé la frontera a Perú, estuve un par de semanas y luego fui a Ecuador”, relata. Su vieja fue en colectivo y por sus propios medios. Día a día, una aventura.
Allí estuvo en Montañita y recuerda cuando estuvo para el partido del “Decano” contra El Nacional en 2017. Unos días en Quito y a seguir un largo viaje hasta Medellín. Y aquí está. A horas del partido, con la noche asegurada pero aún le falta la entrada que, finalmente, pudo comprar reuniendo los 35.000 pesos colombianos que costaba el ticket.
Mas lejos está de los $ 90.000 (aproximadamente U$S 35) que cuesta la entrada a la Casa Museo Pablo Escobar. Tampoco tiene mucho interés. Pero ayer en la tribuna del “Atanasio Girardot” convivió con los que sí lo pagaron. Así como los medellinenses lo hacen a diario con los que se sienten representados por Escobar y los que no.