Una parte del texano Edward Prado sigue en la sala de audiencias que presidía como juez federal estadounidense. Naturalmente, más de tres décadas de servicio judicial no se borran en un trimestre. Por eso este descendiente de mexicanos nacido en San Antonio se presenta como un principiante de la diplomacia. Y sin perder tiempo, el embajador de Estados Unidos notifica que eligió Tucumán para comenzar a entender la Argentina existente más allá del puerto. Con un español fluido y una lógica impecable, comenta que empieza por aquí porque aquí empezó el país. Se refiere a la Casa Histórica y a ese hecho cuyo valor parece más evidente para los de afuera: la Declaración de la Independencia de 1816.
Sonriente y accesible, Prado recorta las distancias interesándose por las biografías de sus interlocutores. Puede que aún se sienta un recién llegado en la embajada -asumió en mayo, luego de que el Senado confirmara la designación del presidente Donald Trump-, pero luce dispuesto a ponerse al día. Y este martes, antes de participar en el encuentro internacional “Delito de odio, discriminación e intimidación en la era de las redes sociales”, admite que era feliz como juez y que renunció a ello sólo porque se le presentó la posibilidad de cumplir un sueño que no se animaba a soñar: representar a su patria en Argentina. Prado se expresa con ilusión sobre la tarea que aceptó y con afecto sobre la tierra que lo acoge, y no disimula su admiración por la gastronomía vernácula. Bromea acerca del peronismo y recomienda estudiar otra lengua con el argumento de que él no habría llegado al Palacio Bosch si no hubiese cultivado el español que hablaban sus antepasados (se informa por separado). El embajador, que reconoce que viene de una familia pobre, asegura que no puede estar en un lugar mejor. “Este es el momento de Argentina”, define.
-¿Qué le llamó la atención de Tucumán?
-Llevo un poco más de tres meses como embajador y es la primera vez que salgo de Buenos Aires. Esto es especial para mí, lo mismo que la posibilidad de recordar aquí a José de San Martín. El gobernador (Juan Manzur) me invitó y enseguida acepté. Estar aquí me da la posibilidad de conocer a argentinos que no son porteños. Me ha encantado.
-¿Cómo podría definir los tres meses que lleva en Argentina?
-Es una carrera nueva para mí. Durante más de 30 años fui juez federal y hay diferencias con la diplomacia. Como juez, uno manda en su sala y exige la verdad: pide testimonios precisos y respuestas exactas a las preguntas que hace. La carrera diplomática es distinta porque uno puede hacer la pregunta y recibir una contestación de 15 minutos de extensión, y salir de la reunión sin saber si le contestaron o no.
-Hay menos certezas...
-Sí, sí. Así es que estoy aprendiendo esto también. En mi época de magistrado llegaba a la sala y me quedaba ahí todo el día. Por ser juez, las reglas éticas no me permitían andar en la política o con empresarios porque podía llegar un caso (que involucrara a esos actores). Entonces, mi señora (María) y yo llevábamos una vida que consistía en estar en casa, leer, ver algo de televisión y salir poco. Y ahora en este trabajo tengo juntas todo el día y eventos por la noche. La vida ha cambiado mucho porque ahora ando más sociable. Y es una gran responsabilidad. Ser juez era importante, pero representar al país de uno en otro país no es fácil porque hay dos puntos de vista diferentes. Yo veo el argentino y lo entiendo, y también el estadounidense y lo entiendo: los dos tienen razón y, entonces, mi función es tratar de llegar a un arreglo. Tengo la responsabilidad de representar a los Estados Unidos, pero, al mismo tiempo, de tratar de explicar a los funcionarios de Washington la perspectiva argentina para que la entiendan mejor o para que comprendan por qué Argentina toma tal o cual posición.
-¿Por qué eligió este destino?
-Había venido antes a dar presentaciones sobre el sistema legal y esa fue la razón por la que quise regresar con este cargo. No quería ir a ningún otro lugar. Argentina es un país con muchas riquezas, y grandes recursos en términos humanos y naturales. Desafortunadamente ha tenido problemas políticos que no ayudaron (a su desarrollo), pero este es el momento de Argentina, y de aquí en más debe superarse y ser el país que merece ser, con influencia mundial. Hay grandes oportunidades esperando y para mí estar aquí, compartiendo esta época, es emocionante.
-Usted elogió al presidente Mauricio Macri. ¿Cree que se lo valora más afuera del país?
-El Presidente está haciendo lo que debe hacer para que la economía funcione. Estados Unidos y otras naciones están de acuerdo en que ha tomado el camino correcto. Pero la gente que tiene que pagar las cuentas de electricidad y de agua, y que gana un sueldo perjudicado por la inflación y la devaluación, le cuesta más aceptar los cambios porque se siente directamente afectada por ellos. La gente tiene que saber que es un momento duro, pero necesario para avanzar. Es fácil decirlo desde afuera: lo difícil es vivirlo.
-Este país se debe una gran reforma del Poder Judicial. Según su experiencia, ¿cuáles son las bases que no pueden faltar?
-El público debe tener confianza en el sistema. Si la ciudadanía carece de fe en el juez, aparecen los problemas porque las decisiones no serán respetadas. Desde afuera me parece que hay que aumentar la confianza social en la institución y que el juez tiene que actuar con mayor transparencia para que el público entienda mejor las decisiones que toma. Ningún sistema es perfecto; todos tienen sus problemas, pero creo que lo que nos ayuda a nosotros es que disponemos de audiencias orales donde la ciudadanía y la prensa pueden presenciar lo que sucede, y que muchas veces la resolución es tomada por un juez y jurados: el público es parte de la Justicia y, al serlo, se está educando para comprenderla y para confiar en ella. Quien se desempeñó como jurado va a tener más respeto por el sistema porque fue parte de él. Y, por supuesto, la independencia del juez es de gran importancia. También puedo decir que ayudan las reglas éticas, la modernización y la tecnología. Podemos acelerar los tiempos y resolver más rápido los juicios porque todo es electrónico: casi no trabajamos con papel.
-Hay quienes comparan la megacausa de corrupción de los cuadernos de las coimas con el “Watergate” (1972). Usted viene del país del “Watergate”: ¿qué implicó ese caso para Estados Unidos?
-En Argentina por ahora hay acusaciones y no sabemos qué va a pasar. Pero el “Watergate” enseñó que no puede haber corrupción en el Gobierno y que debemos seguir investigando para reducir los riesgos. La corrupción se lleva el dinero de la sociedad, que necesita muchas cosas. Si los fondos no llegan, es el pueblo el que sale lastimado. La situación que se ve aquí ofrece al Poder Judicial la gran oportunidad de enseñar al público que puede tener fe en el sistema. Espero que los resultados contribuyan a aumentar la confianza en la Justicia y que esta pueda demostrar que existe igualdad ante la ley.