Lo interesante, lo atractivo, lo vistoso del clásico tucumano duró tan poco como el paso de una estrella fugaz. Pero con eso alcanza como para hablar del 1 a 1 final entre Atlético y San Martín, el que quedó mejor parado por ser visitante, porque no perdió y porque aguantó el cierre del partido con un hombre menos. En síntesis, aunque no lo hubiera querido así, el “Santo” hizo el mejor negocio que pudo haber hecho. Desde lo moral claro. Por fútbol, ambos dejaron varias cuentas pendientes.
Sobre todo Atlético. El anfitrión tenía la obligación de imponerse por el simple hecho de abrir esta serie de amistosos sin copa en el Monumental. Amén de un campo que pareció un chancho enjabonado. Amén de que durante los 90 minutos los jugadores de ambos bandos vivieron en el suelo más que parados culpa de la llovizna y del pasto alto. Amén de todo eso, Atlético perdió la victoria en su casa por lento; por no castigar cuando tuvo la oportunidad, y por cometer un error tan infantil como letal: jugar con fuego en su trinchera cuando ni el clima ni el suelo están aptos.
Gran aprendizaje para Jonathan Cabral, que quiso hacer una de Franz Beckenbauer y lo único que consiguió fue que Nicolás Giménez le comiera los talones y encarara hacia el arco ya protegido por Alejandro Sánchez (Cristian Lucchetti salió por precaución). Lo siguiente fue el famoso pase de la muerte para Claudio Bieler, un amague del goleador y su posterior remate imposible de detener: gol y 1-1 en la recta decisiva del complemento.
A esa altura del match, San Martín había comenzado a ser más ambicioso con el ingreso de Giménez. El gol de Nery Leyes, entrado el cuarto de hora del primer tiempo, ya era parte del olvido. Y eso que fue el cuarto en la carrera del volante central en 190 y tantas presentaciones. Definió Nery como si fuera una goleador de raza, justo en el mejor momento de Atlético, que lo tenía como dominador y verdugo. Era ancho por las bandas, picante por el centro, y moderno y atractivo por las pinceladas de Luis Rodríguez, cumpliendo una función de pasador y servidor de alegrías más que la del delantero letal que es. “Pulguita” fue tan asesino anoche con sus pases como en otras ocasiones con sus goles. De una caricia suya vino el grito de Leyes. Lo malo del juego de Atlético es que duró lo que un turno en un pelotero: 15-20 minutos.
El fútbol suele ser un deporte cruel. El fútbol no premia a quien haya llevado las riendas. Tampoco a quien haya cuidado mejor la pelota. El fútbol premia al que hace goles, al que rompe redes. Leandro Díaz, más dedicado a la lucha que al juego anoche, pudo haber anotado el 2-0 -también de cabeza-. El palo se lo negó.
Y como el palo le negó la doble ventaja a Díaz y a Atlético, la pifia de Cabral habilitó a Giménez y a San Martín a creer que aún no habiendo hecho demasiado por el espectáculo el resultado podía negociarse. Dicho y hecho. Empate con sabor a victoria para el “Santo”, y empate con sabor a derrota para Atlético. A esperar la revancha.