La Fiesta Nacional de la Feria de Simoca es la celebración de las economías rurales del interior tucumano. Gustavo Toledo, un catamarqueño que recorre festivales de todo el país, sostiene que en ningún otro lugar se puede disfrutar de un ambiente tan cargado de tradiciones. Andar en sulky por el pueblo; ver cómo los artesanos se esmeran por definir lo mejor posible sus piezas de madera, cuero o asta; saborear tamales, locro o asados constituye una experiencia única para los que llegan desde las grandes ciudades.
“Es la primera vez que vengo hasta aquí y estoy muy contento de haberlo hecho. Disfruté de comidas ricas a precios accesibles y ahora mi esposa y mi sobrina se entretienen paseando en sulky”, relató Toledo el sábado pasado. En aquella jornada y a pesar de su intensidad, el frío no le había quitado concurrencia a la segunda jornada de un total de seis previstas, de la XXXVIII edición de la Fiesta de la Feria. Participaron alrededor de 15.000 personas que llegaron desde distintos puntos de la provincia y del país.
El predio ferial estrena 2.930 m² de adoquinado y una galería de cemento y losa de 560 m². El intendente, Marcelo Herrera, se propone transformar la galería de planta alta en un centro comercial y artesanal.
Para quienes aún no hayan participado de esta fiesta, dejamos tres sugerencias para que se organicen y puedan aprovechar el viaje de la mejor manera:
1 - Faena de lechones
Hay que tener en cuenta un detalle: si uno va a la feria debe estar preparado para ver cosas que normalmente en la ciudad no se observan. Por ejemplo, la faena de lechones. Norma Fernández, de la localidad de Güemes, vende estos animalitos. Permanecen en un corral hasta que llegan los clientes y los eligen. “Este fue mi trabajo de siempre. Criar y vender cerdos y también cabritos. Y lo hago con mis tres hijos. De esto vivimos. En el campo, a la vida hay que saber ganársela”, afirma Norma. Un lechón faenado se puede conseguir a $ 100 el kilo, mientras que el vivo está a $ 70.
Otra experiencia es viajar en sulky. Claudia Caputo, de Santa Fe, disfrutó de esa vivencia por primera vez el sábado pasado. “Estoy emocionada, esto sólo lo veía por la tele”, contó. Un paseo cuesta $ 100.
2 - Gastronomía tradicional
Otra cuestión imperdible en esta feria son las comidas criollas. Pero atención: acá no sólo se pueden comer algunos de los platos más conocidos, como el locro, los tamales y el asado. A esa oferta hay que sumarle algunas preparaciones antiguas que prácticamente desaparecido.
A pocos metros del acceso al predio ferial, doña Rosa Álvarez, oriunda de Balderrama, se instala con un pequeño trapiche de caña de azúcar. Con él extrae el jugo, lo vende como bebida y, además, fabrica alfeñiques, miel y tabletas. Dice que se capacitó con el INTA a través de un programa para emprendedores. Rosa relata que el trapiche fue traído desde Brasil y que sus productos le permitieron viajar a Italia y a Buenos Aires.
Entre las preferencias de los visitantes se anotan los quesos criollos de vaca y de cabra y el arrope de tuna. Se los puede conseguir en el puesto de Roberto “Tito” Soria. Tito es de La Madrid y forma parte de un emprendimiento familiar.
Al igual que su madre, Berta Quintana, es docente, pero dedica su tiempo libre a la elaboración de esos productos. El kilo de queso está a $ 140 y el arrope se puede conseguir en valores que varían entre los $ 40 y los $ 70, según la cantidad.
Entre los platos con más historia se encuentra el pastel del novia, una preparación en la que se mezclan los sabores dulces con los salados y que hoy es muy difícil de conseguir, a pesar de que en el pasado era habitual en las mesas del norte argentino.
Ana Rodríguez, de Buena Vista, los prepara en tres variedades: relleno de pollo, de cerdo o de carne de vaca. “El más pedido es el que viene con carne de cerdo. Uno lo prepara con azúcar quemada, pasas de uva y clavo de olor. Da mucho trabajo”, confiesa Ana. Un pastel entero cuesta $ 120, mientras que la porción se vende a $ 30.
3 - Cueros y maderas
Las artesanías hechas con cuero y con madera constituyen otro imperdible de esta fiesta. Mario Figueroa es un salteño que hace décadas se afincó en Simoca e hizo de la artesanía en madera su oficio.
“Quiero mucho este lugar y por eso todo lo que hago lleva su sello. Utilizo el algarrobo. A la madera la curo con margarina para que se hidrate y dure para toda la vida”, asegura.
José Tobías Fernández, de Chicligasta, es un talabartero especializado en monturas y en aperos criollos. Exhibe en su puesto látigos, riendas, bozales, sillas de montar, cabezadas, riendas y caronas, entre otros elementos. “Aprendí viendo trabajar a mis viejos. Es un oficio que demanda paciencia, dedicación”, revela.