Las puertas de la concentración se cerraron por completo. Un vuelo chárter llevará a Buenos Aires los últimos vestigios de la expedición argentina por Rusia: un contingente conformado por miembros del cuerpo técnico, dirigentes y personal de logística. En esas 70 butacas los que faltan son los jugadores, porque prácticamente todos se marcharon antes del búnker de Bronnitsy, cada uno por su lado. Esa atomización del plantel es la muestra palpable de lo decepcionante que resultó lo hecho por la Selección.

En tren de encontrarle el pelo al huevo cualquier ejemplo sirve, todo con tal de dejar en evidencia la ruptura entre Jorge Sampaoli y los jugadores en pleno Mundial. Ayer cayó como anillo al dedo un posteo en Instagram de Sergio Agüero. “Es momento de agradecer. A mi hijo, a mi familia y a mis amigos que me acompañaron día a día. A los que con mucho esfuerzo vinieron a Rusia para alentarnos. A todos los que desde Argentina y tantos países nos apoyaron con sentimiento y pasión. Y sobre todo a mis compañeros que son los mejores del mundo por dejar el alma en cada partido. También a los doctores, fisios, utileros y cocineros que forman parte de un gran equipo. A seguir luchando siempre y juntos. Te amo Argentina”, escribió Agüero. Que no haya nombrado a ningún integrante del cuerpo técnico se leyó como un desplante a Sampaoli. A esta altura, ¿es importante?

Será que la necesidad por seguir fogoneando escándalos es más importante que cualquier análisis en profundidad. Ese que intentó Sampaoli, por caso, durante el domingo y el lunes que permaneció encerrado en Bronnitsy. Allí recibió la visita de familiares y reafirmó su voluntad de mantenerse al frente de la Selección, un deseo lejano a medida que pasan las horas y crecen las presiones mediáticas y dirigenciales para que la AFA se lo saque de encima.

Hay quienes dan por seguro que la decisión de interrumpir el ciclo de Sampaoli ya está tomada y, apenas a 72 horas de la eliminación mundialista, echan a correr la usina de nombres, como si el DT ya hubiera cobrado la multimillonaria indemnización que le corresponde o dado un portazo con el rabo entre las piernas. Nada de eso ocurrió. Sampaoli espera llegar a Buenos Aires para reunirse con Claudio Tapia y conocer de primera mano qué será de su futuro. Todos los entrenadores puestos en la rueda de la fortuna tienen contratos vigentes (Diego Simeone, Mauricio Pochettino, Ricardo Gareca, Marcelo Gallardo). No hay urgencias de ninguna naturaleza, teniendo en cuenta que el próximo compromiso de la Selección es en septiembre -un amistoso contra Guatemala-. Mantener la cabeza fría en estas horas calientes sería un gesto inteligente de la conducción de la AFA, tan maleable y cambiante, al punto de pretender echar a un DT que contrataron por el hecho de considerarlo uno de los mejores del mundo.

Escombros

Lo que se espera de Sampaoli es una autocrítica, ya sea que elija irse o quedarse. Una explicación acerca de las decisiones que tomó dentro y fuera de la cancha, un punto de vista sobre la convivencia con el plantel desde que llegaron a Barcelona hasta el vestuario posderrota a manos de los franceses. Sería una manera honesta de sentar posición y de intentar construir lo que sea que tenga planeado.

La soberbia es mala consejera y los silencios, en ese contexto, se malinterpretan al extremo.

¿La AFA pretende hacer borrón y cuenta nueva en toda la estructura de las selecciones? Eso implicaría despedir a los grupos que trabajan con las distintas categorías, encabezados por Sebastián Beccacece, Pablo Aimar y Diego Placente. Semejante desprolijidad con una gestión que acaba de comenzar en el ámbito de los chicos sería un error, tan evidente como fue firmarle un cheque en blanco a Sampaoli hasta Qatar 2022, con la cláusula millonaria de salida de la que tanto se habla.

El “caso argentino” es seguido con estupor por el universo futbolero. La despedida de Lionel Messi es un impacto del que el Mundial todavía intenta recuperarse. Quedan dos semanas para el desenlace de la Copa y el 10 de la Selección vive en gigantografías, propagandas y memorabilia, pero ya no transita en carne y hueso por tierras rusas. Es una estrella presente desde la virtualidad, desde la imagen tan admirada, pero ausente en la cancha, lo que menos deseaban la FIFA y los organizadores. De vacaciones en familia, Messi afronta un ejercicio que conoce de memoria: el de recuperarse de un fracaso con la camiseta de la Selección.

El operativo contención se desplegó desde la dirigencia de Barcelona en el instante que terminaba el calvario contra los franceses. Sin Messi y sin Cristiano Ronaldo, ídolos supremos del planeta fútbol, la Copa es por estas horas una batalla en ciernes entre Neymar y Kylian Mbappé.

La prensa internacional se pregunta cómo pudo jugar tan mal la Selección. La respuesta que se multiplica en los medios que cubren el Mundial es similar: no jugó a nada, fue un rejunte de voluntades dispersas, inconexas y carentes de inspiración. En esa sopa Messi se cocinó sin remedio. El fiasco argentino se critica incluso por encima del alemán, del portugués o del español, justamente por el activo que significó contar con el mejor en su plenitud, a los 31 años.

Fue un lunes triste, dominado por la pesadumbre. No tan doloroso como el sábado, cuando Francia desnudó la realidad argentina en el Kazan Arena, ni tan desolador como el domingo, mientras los futbolistas iban marchandóse en silencio, con la forma de un goteo interminable que horadaba el tejido de la Selección hasta rasgarlo por completo.

Posiblemente fue la despedida definitiva de muchos jugadores. El punto final para una historia que empezó en ilusión y culminó en fracaso.