“Apenas llegue a Tucumán vuelvo al consultorio y empiezo a ahorrar para ir a Qatar”, sostiene Patricio Manson. “Este es mi tercer Mundial, antes estuve en Sudáfrica y en Brasil. La fiesta que se vive no puede compararse con nada”, afirma.

Juegue como juegue la Selección, el hincha la va a apoyar igual. La gente viajó 36 horas en avión para estar acá. Así nos presentáramos con Los Murciélagos, llenaríamos la cancha”. Manson, que es ginecólogo, es uno de los cientos de tucumanos que le puso el pecho a la noche de San Petersbugo con la celeste y blanca sobre la piel.

En Rusia, el compromiso de los hinchas se instaló por encima del rendimiento del equipo. Quedó evidenciado con el banderazo organizado el lunes en el centro de la ciudad. La pasión es única y va mucho más allá de cualquier explicación.

“Somos locales”, sintetiza Jorge Gabarain, agente de viajes recién llegado a tierras rusas y portador de una bandera en la que se lee bien grande el nombre de Tucumán. “Lo de la gente es impresionante, porque más allá de lo que pasa en la cancha no pierde la fe”, enfatiza.

Similar es el sentimiento de los hermanos César y Jorge Pagani, y de su amigo Guillermo Delgado. LG Mundialista los entrevisó antes del debut, en Moscú, y el encuentro en San Petersburgo se produjo en una circunstancia muy distinta. Pero a la Selección jamás se la abandona.


Embajadores

Hay tres maneras de detectar a los tucumanos entre la abrumadora marea de hinchas argentinos que emergen de las estaciones de subte y recorren la gigantesca explanada buscando la puerta de acceso. Dos son más sencillas: divisando las banderas con el nombre de la provincia o por alguna camiseta de San Martín o Atlético.

La otra obliga a una tarea minuciosa: parar la oreja ante cada conversación buscando los rasgos de la tonada y el vocabulario. En el argot de la tucumanidad hay palabras inconfundibles.

Este último es el caso de los hermanos Mauricio y Julián Hael, de Julio Herrera y de Tarcisio Janín. Los tres primeros son de Concepción; Tarcisio, de Aguilares; y tienen en común que son egresados del Colegio Nuestra Señora de la Consolación.

Mauricio trabaja en Irlanda, y lo que había nacido como un viaje para visitarlo terminó en una excursión mundialista de los cuatro. “Puede fallar la táctica y la estrategia, puede equivocarse el técnico, pueden andar mal los jugadores, pero la pasión nunca cambia. Los argentinos en el Mundial… están todos locos”, afirman los amigos a coro.


Es un sentimiento

A Sebastián Kohn lo asombra todo lo que provocan Argentina y los argentinos en el exterior, y enfatiza que por eso en nuestro país no sabemos considerar en su justa medida lo que tenemos.

“Encontramos gente de todos lados que nos apoyan, que nos quieren, en especial por todo lo que significa Messi -explicó-. Una fiesta como la que armamos los argentinos en el Mundial no la hace nadie, nunca habían visto algo así. Es increíble, en Moscú querían sacarse fotos con nosotros. Este es un sentimiento que debemos aprender a valorar”.


A unos 100 metros de la entrada al estadio, una maravilla arquitectónica bautizada como “el plato volador”, los espacios verdes invitaron al descanso en las horas previas. También a caminar por la costanera, ya que en las adyacencias el río –surcado por un puente/autopista futurista- completa una postal de ensueño. Como no podía ser de otra manera, apareció una pelota y el picadito tomó forma en cuestión de segundos. En uno de los equipos la tucumanidad pisó fuerte gracias a Miguel Garay y a sus hijos, Ignacio, Agustín y Luciano. “¿Querés que te hable de la pasión argentina? Mirá lo que trajimos”, dice Miguel, y muestra que en cada celeste y blanca está dibujado el submarino ARA San Juan y llevan el número 44, el de las víctimas de la tragedia en alta mar. “Estamos acá por la camiseta y por la provincia –subraya-. Esto es patriotismo”.

“A la Selección le pedimos sangre, actitud, todo es que está por encima de una táctica que puede ser errada”, reclaman Fernando Albornoz, Santiago Peral, Carlos Magni y Salustiano Risso Patrón (aclara que no hay parentesco con el jugador de Atlético). “Pero es cierto que desde el primer partido jugaron presionados”, añaden. La mirada es crítica, pero siempre con un margen para la duda y algún cuidado a la hora de asignar responsabilidades.

Pero si de representantes tucumanos se trata, de esos con perfil de personaje, pocos tan representativos como Juan Carlos Campos. Es de Juan Bautista Alberdi, le dicen “El Potro” (y hay un caballo dibujado en la bandera) y a su hijo, que lo acompaña en San Petersburgo, no podía bautizarlo de otra manera: le puso Rodrigo. “Soy del barrio Santa Rosa –aclara “El Potro, identificado como empleado de comercio-. Venir acá es un sueño que me costó un gran esfuerzo. Pero fue un sacrificio lindo, estamos desde el primer partido y la idea siempre fue llegar a la final…”. ¿Qué sería de los Mundiales sin la capacidad de los hinchas para soñar? ¿Qué sería del fútbol?,

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