Hay pocas cosas que llamen la atención en la esquina de Córdoba y 25 de Mayo. Ya ni siquiera esa cola indigna que arranca al alba y termina al mediodía, las caras de frustración, las esperas, la burocracia, la necesidad haciendo campamento desde el día anterior para conseguir un número. No, eso ya no nos conmueve. Tal vez nos han salido callos, o nos esforzamos para no mirar. Pero la semana pasada, una escena paró el tránsito, detuvo el tiempo y sorprendió a los mirones.
Al lado del Correo, junto al quiosco que todavía vende sobres para mandar cartas de papel, estaciona un motocarro. Del vehículo bajan una reposera. Sobre la reposera, y cubierta de mantas hasta la nariz, está Marcela. Marcela no puede mover más que los ojos y se entrega a las manos de su esposo y de su suegra. Sus dos hijos más chicos tratan de ayudar como pueden.
En una maniobra conjunta, la pasan de la reposera a la silla de ruedas. Marcela se resigna, que es todo lo que puede hacer. En la silla de ruedas la hacen cruzar la calle, a paso apurado para esquivar un auto que no parece dispuesto a frenar. Marcela, la silla, la suegra y su esposo se pierden en la Anses, mientras los chicos quedan como custodios del motocarro y de la reposera. Hielo en la 25 de Mayo y Córdoba, donde pensábamos haberlo visto todo.
Cinco minutos
El trámite en Anses, durante una siesta de lunes, habrá llevado cinco minutos o un poco más. Después de eso, sale Marcela, siempre mansa en su silla de ruedas y se pone a charlar con alguien que cruza la vereda para saludarla. Le dice que se la ve mejor, al menos animada. Y es cierto, Marcela le pone onda a pesar de todo.
“Tuve un accidente de moto hace dos años y cuatro meses. Me fracturé dos vértebras cervicales (C3 y C5) y quedé paralizada. Yo cobraba la Asignación Universal por Hijo y el plan Ellas Hacen, pero como ya no puedo ir a la escuela me lo sacaron”, cuenta Marcela Menceguez, de 45 años. Como si fuese una escena armada, mientras Marcela decía “accidente de moto”, por detrás de ella, postrada en su silla de ruedas, pasaba una enduro en una sola rueda y a toda velocidad.
Trámites personales
Los puños cerrados, con todo el cuerpo inmóvil excepto la cabeza, una sonda vesical para la orina. Así pasea Marcela, arriba del motocarro, para hacer los trámites que nadie puede hacer por ella. “Me explicaron en Anses que como es un plan social, ella tiene que venir a hacer los trámites, no puede poner una apoderada. Para nosotros es un problema trasladarla, más con el frío, pero hace dos meses que está sin cobrar y los remedios para los huesos son caros”, explica Rosa Rivadeneira, suegra de Marcela.
Rosa es un personaje conocido, sobre todo para viejos alumnos de los colegios Tulio y Lorenzo Massa. Ella era la vendedora ambulante oficial hasta hace algunos años. Vendía achilatas. El oficio se lo heredó a su hijo René Santiesteban, marido de Marcela y papá de sus dos hijos más chicos, René y Bautista, de nueve y seis años, respectivamente.
“Para nosotros es fundamental esa entrada de plata, porque con lo mío andamos con lo justo. La silla de ruedas le pedimos prestada a una vecina y ahora estamos tramitando la pensión por discapacidad”, resumió René, antes de subirse al motocarro para llevar a su mujer de nuevo hasta el barrio Juan XXIII, donde vive la familia.
“Podemos hacer excepciones”
“Hay trámites personales, pero podemos hacer una excepción si la persona lo necesita. Hay muchas situaciones que nos plantean y, si son atendibles, nos podemos trasladar hasta el domicilio de la persona. Todas estas situaciones deben consultarse por secretaría”, explicó Daniel Ponce, titular de Anses, ante la consulta de LA GACETA. Pero según Rosa Rivadeneira, suegra de Marcela, nadie le comentó sobre esa opción. “Tengo que volver, con ella de nuevo, para presentar el formulario que llenamos”, contó la mujer. También dejó su número de teléfono, por si alguien puede colaborar con algo, principalmente remedios o una silla de ruedas: 154-142894.