Estamos recordando el centenario de la denominada “Reforma del ‘18”. En junio de 1918, los estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba publicaron el “Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria”, un mensaje desde la juventud universitaria de Córdoba a los “hombres libres de Sudamérica”, que proclamaba: “Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”. A un siglo de la Reforma Universitaria, creemos importante considerar la situación de nuestra universidad, que enfrenta tres desafíos: calidad, deserción e inclusión social.
El Siglo XIX fue el de la escuela primaria, mientras que el siglo XX fue el de la secundaria, y este siglo XXI es el de la universidad. Es en este siglo del conocimiento, en el que las personas educadas y sus ideas aportan no sólo a su desarrollo profesional, sino también a la riqueza de las naciones. Por esta razón, podemos decir que la universidad nunca fue más importante, y el valor de una educación universitaria nunca fue tan elevado como en este tiempo que nos toca vivir.
Nos estamos quedando rezagados en América latina, ya que Brasil, Chile, Colombia y México vienen avanzando en su graduación universitaria a un ritmo muy superior al nuestro. Si tenemos en cuenta el tamaño de las poblaciones, matriculamos más estudiantes universitarios que esos países. Pero, si consideramos la población, Colombia, Chile, Brasil y México están graduando muchos más profesionales universitarios que nosotros. Nuestro retroceso se acentuó ya que, por ejemplo en 2003, por cada 100 graduados argentinos, Brasil graduaba 679, y Chile apenas 42. Pero en 2015, Brasil ya graduaba 920 estudiantes cada 100 de los nuestros, mientras que Chile ascendía a 71 graduados cada 100 de los nuestros. De este modo, Brasil incrementó su graduación universitaria en el período 2003-2015 más del doble que nosotros.
Esta gran diferencia en el avance en la graduación universitaria nos está diciendo que nuestro ritmo de acumulación de capital humano bien calificado es inferior al de nuestros vecinos. Incide negativamente que nuestra deserción universitaria sea muy alta.
Esta deserción es inferior en Chile, México, Brasil y México, donde más de la mitad de los ingresantes concluyen normalmente su carrera universitaria, mientras que entre nosotros apenas la terminan 3 de cada 10 estudiantes (30%).
Nuestra elevada deserción está vinculada a que, después de un año de estudiar en la universidad estatal, 51 de cada 100 alumnos (51%) no aprobaron más de una sola materia, mientras que en las privadas esta cifra corresponde a 31 de cada 100 alumnos (31%). Pero incluso, hay universidades en las que este indicador es aún mayor del 50% y supera el 70%.
No hay progreso económico y social sin fortalecimiento de la universidad. Por eso, es preocupante constatar que nuestra universidad enfrenta importantes carencias: tiene pocos graduados por la alta deserción estudiantil; tiene pocos graduados en las carreras científicas y tecnológicas esenciales en el mundo globalizado, y son pocos los pobres que completan los estudios, a pesar de la gratuidad. A un siglo de la Reforma del ‘18, nuestras universidades enfrentan grandes desafíos.
Por eso, hay cuatro objetivos mínimos a los cuales hay que apuntar en el futuro: a) disminuir la deserción estudiantil universitaria; b) promover una mayor calidad en los conocimientos de nuestros graduados; c) facilitar el acceso de jóvenes humildes, y d) estimular la graduación en las nuevas carreras científicas y tecnológicas.
Nuestro atraso educativo puede ser superado. Pero la solución vendrá de la mano de una sostenida voluntad política de construir una Nación no solo próspera, sino también socialmente inclusiva y con igualdad de oportunidades. Esa será la mejor celebración del Centenario de la Reforma. (Télam)