Para unos puede representar algo de mucho valor, para otros, una cosa de viejos que no vale la pena conservar porque hay que modernizarse. El patrimonio cultural de una comunidad suele ser intangible en muchos lugares del país y del mundo. Sin embargo, en Tucumán, nos hemos convertido desde hace bastante tiempo en soldados de la piqueta: inmuebles antiguos con algún valor arquitectónico suelen ser blanco frecuentes de los simpatizantes de la demolición. El criterio pareciera ser: es más fácil voltear que restaurar. Una de las alhajas más preciadas de los tucumanos es el convento y la iglesia de San Francisco.
En nuestra edición de ayer dedicamos un espacio al histórico templo que corre el riesgo de desplomarse en algún momento si no se toman los recaudos necesarios. Las siete columnas del patio central del convento están fisuradas. “Si una sola cede, puede caer todo el primer piso, con la gravedad de que si sucumbe sobre la calle 25 de Mayo podría ser trágico, como ocurrió en el ex teatro Parravicini. Y si se derrumba hacia adentro, a lo sumo matará cuatro frailes”, dice con sorna un fraile. Explicó que en la segunda etapa de la refacción, se detectaron grietas en las columnas de ladrillos del claustro nuevo, en la galería este, que es el sector de dos plantas que da sobre calle 25 de Mayo. Se colocaron testigos, pero el deterioro y la profundidad de las fisuras fueron avanzando. Los arquitectos de la Dirección Nacional de Arquitectura redactaron un informe y una propuesta de estudios profundos para que se tomen medidas de prevención, pero aún no se han expedido las autoridades nacionales. “Las grietas son tan profundas en algunos casos que llegan hasta el hierro interno, porque estas columnas se hicieron antes de que se comenzara a usar el cemento”, dijo el religioso.
El subsecretario municipal de Planificación Urbana de la intendencia capitalina manifestó que nadie le solicitó a la Municipalidad el inicio de la tercera etapa ni el dinero para el diagnóstico, mientras que el representante local de la Comisión Nacional de Monumentos Nacionales afirmó que los fondos para el mantenimiento de los monumentos nacionales, como San Francisco, deben surgir de la Nación.
El predio del convento funcionó en 1812 como cuartel general del Ejército del Norte comandando por el general Manuel Belgrano y en ese suelo recibieron sepultura los héroes caídos en la Batalla de Tucumán el 24 de setiembre de ese año. Durante el combate sirvió además como hospital de sangre para atención de los soldados heridos. La construcción de la actual iglesia de San Francisco se inició en 1873, y se inauguró el 26 de setiembre de 1891. Declarado monumento histórico nacional en 1963, el templo fue diseñado y construido por el arquitecto franciscano italiano, fray Luis Giorgi. Es uno de los más antiguos de la provincia y quizás único en el país por su valor histórico, cultural y artístico. Algunas de las figuras que componen los frescos pintados por el artista italiano Aristene Pappi en 1925 están prácticamente borradas.
Es incomprensible que el templo de San Francisco siga en la cuerda floja y que todo esté supeditado a los fondos nacionales. La clase dirigente local parece haberse desentendido del asunto, enarbolando el conocido argumento de las jurisdicciones e incumbencias, como también de la feligresía que podría haber iniciado una colecta para la reparación del convento y convocar a empresarios interesados colaborar económicamente para la recuperación definitiva de este templo que debería ser un orgullo de los tucumanos. Esta dejadez refleja el desamor por los testigos del pasado que forman parte de nuestra historia e identidad.