Lautaro Exequiel Alí ha trabajado con su abuela Juana desde los nueve años. Todos los días de la semana laboral reemplazaba a la mujer, de unos 70 años, en el carrito de chapa. Llegaba a alrededor de las 19 y vendía praliné, manzanas acarameladas y pochoclos blancos y rojos hasta las 22. El puesto estuvo ubicado desde hace tiempo en el ingreso de un edificio, a la par de un local comercial. Pero durante muchos años antes, había estado abajo del edificio del ex cine Parravicini.
El adolescente, hoy de 17 años, llegó el miércoles 23 pasado casi al mismo horario de siempre. Al aparecer en el pequeño kiosco, la abuela le comentó algo que hasta ahora recuerda fijo en su mente. Ese día, Juana percibió, según el relato, que algo andaba mal en la centenaria estructura de 24 de Septiembre al 500. Un poco más de dos horas después, la edificación cedió, cayeron los escombros y murieron tres personas.
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“Mi abuela presintió algo todo el día. Vio que trabajaban poniendo un cartel que decía ‘estacionamiento’ en el Parravicini, al costado. Ya veía ahí que se movía, se movía (el cartel). Pero nunca pensamos que sucedería algo así”, contó Alí.
El edificio se desmoronó alrededor de las 20.20 ese miércoles. El adolescente sintió gritos y vio a muchas personas correr desesperadas. Alí atinó a salir rápidamente. Estaba sentado, cuando percibió que “todo se venía abajo y los cables se comenzaron a desprender”.
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“Le vendí las últimas seis manzanas acarameladas al hombre ‘peladito’ de anteojos (por Miguel Morandini), que andaba con la madre (Cora Sosa), según dijeron. Vi su rostro en la TV después. ‘Vendeme las seis manzanas, las más grandes’, me dijo”, remarcó.
Entre la nube de polvo y en medio de la angustia, un tío de Lautaro Alí gritó para poder encontrar al chico. Lo llamó una y otra vez. El familiar trabajaba en otro carrito, por calle Buenos Aires, a unos 50 metros. Antes, un hombre lo había metido en un negocio de la esquina Buenos Aires. “Abrí la puerta del local y le dije que estaba bien”, rememoró.
"No me puedo sacar los gritos de la cabeza; cierro los ojos y escucho la explosión"
Alí estaba cubierto de tierra en medio del desastre. “Cuando salí corriendo, me lastimé la nariz por el polvo. Tuvieron que comprarme una pastilla también porque me dolía el pecho. Después, me fui a hacer curar el susto”, describió.
El adolescente y su abuela volvieron a trabajar ayer, pero en la esquina de 24 de Septiembre y 25 de Mayo, aunque esperan volver al lugar habitual.