“Hay demasiados hombres, demasiada gente haciendo demasiados problemas. Y no hay demasiado amor alrededor. ¿No puedes ver esta es una tierra de confusión?”
(Tierra de confusión, Génesis)
La Argentina es hoy una tierra de confusión, en el que las decisiones políticas desatan turbulencias cambiarias y económicas. O como advierte el analista político Sergio Berensztein, la sucesión de tormentas económicas se origina en una dirigencia que se ha acostumbrado a pensar en el corto plazo. El consultor vino a Tucumán para disertar sobre “Los interrogantes sobre el escenario político”, una conferencia organizada por la Fundación Federalismo y Libertad y por la Fundación Naumann. En la oportunidad, habló con LA GACETA.
-¿Por qué a la Argentina le cuesta mirar tanto el largo plazo?
-El argumento cultural es de corto plazo, de siete décadas de vivir con elevada inflación. Por eso, los horizontes temporales nuestros son así, por la inestabilidad macro que nos caracteriza como país. La generación del 80 pensó un país a largo plazo, pero no tenía el problema inflacionario. Desde entonces tenemos una vida cortoplacista con consecuencias en la política, en las empresas y en la sociedad misma. Otra cuestión, más bien política, tiene que ver con que tenemos partidos que están debilitados y, por eso, todo es más incierto. Esa inseguridad lleva a que los partidos sean reacios a desarrollar acciones que, luego, sean percibidas como un costo político demasiado elevado. Sus dirigentes no saben qué es lo que pasará mañana. La lógica del corto plazo impera en todos lados porque la cultura del largo plazo implica que hay que pagar aquellos costos políticos y también acordar. La Argentina acumula un proceso de divisionismo permanente que resulta difícil pactar con el otro. Generalmente se lo observa como un contubernio. Le sucedió al Pacto de Olivos, que tiene una connotación negativa en esa dinámica que estamos describiendo. Entonces se tiende a acumula todo y se intenta gobernar en soledad hasta que se manifiestan los problemas o una crisis.
-¿Qué sucede en ese momento?
-Y surge la idea de acordar, lo que es visto, como decía, como un signo de debilidad. La cuestión es que hay que sentarse, “sacrificarse” para lograr un objetivo colectivo. Por eso es todo muy complejo. Por eso llegar a un acuerdo o firmar un pacto suele ser una mezcla de factores históricos, de cultura política y hasta estructurales.
-¿Por qué los pactos que se firman nos cumplen?
-Conceptualmente, es parte de lo que venía argumentando; hay una cultura no cooperativista, como que se firman para después no respetarlos. ¿Qué sucede en la Argentina? Hay una percepción de que no hay costos elevados si no respetas los acuerdos. Y así se alimentan sospechas de que el otro lo romperá antes de que se cumplan las metas establecidas. Por eso terminás rompiéndolo primero. Volvemos a lo mismo, con la acumulación de cuestiones por aquello de no darle valor al largo plazo, pensando más en los incentivos perversos de pensar en no cooperar por un objetivo común o tener la presunción de que el pacto que se quiere firmar está mal armado y, además, no tenés consecuencias por incumplirlos. Tomando como referencia el Tratado de Maastricht, si alguno de los firmantes no lo respetaba, no había inversiones ni financiamiento. Las consecuencias de no cumplirlo son muy altas. En la Argentina, no pasa lo mismo.
-¿Lo peor ya pasó?
-Lo peor de la hemorragia que padeció la Argentina en las últimas semanas, con la crisis cambiaria, ya pasó. Fue como un preinfarto. Ahora, si no bajás de peso, no dormís o no reducir los niveles de estrés, volverá a pasar. Todo eso implica sacrificio. Donde el Gobierno aplique medidas (jubilaciones, empleo público, subsidios o sectores productivos), afectará intereses. Y alguien tendrá que pagar por esto. Digo que ese episodio del dólar ha pasado y, según sostienen desde el Gobierno, ha sido controlado. Martín Redrado ha señalado que duran 10 días; ya pasaron cinco desde las correcciones. Pero dentro de un mes tenés otro vencimiento de las Letras del Banco Central (BCRA). Los momentos de tensión seguirán abiertos en la medida que no se corrija la macroeconomía.
-¿El año electoral que se avecina en 2019 puede ser un condicionante para los acuerdos, por ejemplo, entre Nación y los gobernadores o con los representantes en el Congreso?
-El Gobierno cometió el error de adelantar el debate electoral. Y eso le significó costos. Ahora tiene que postergar aquel debate. Será un condicionante en la medida de que se alimenten las especulaciones. Por ejemplo, un gobernador, que ha sido convocado al diálogo con el presidente Mauricio Macri, puede pensar que la inauguración de obras públicas pueden significar acciones proselitistas de Cambiemos en su distrito si se ejecutan o inauguran en 2019. Y eso puede condicionar los apoyos. El razonamiento de algunos mandatarios provinciales, luego de ver a Macri, ha sido “te apoyo, pero si no me presentas candidatos en mi provincia”. No hay lógica. Lo electoral metió la cola antes de tiempo. Y el primero que se ha expuesto en ese escenario preelectoral ha sido el propio Gobierno nacional.
-En su exposición, ha dicho de que uno de los que mejor mide actualmente es Roberto Lavagna, un ex ministro de Economía que hoy no incursiona en política...
-Ojo. Hay varias cuestiones que lo posicionan. Primero, y curiosamente, es el que mejor mide. Segundo: tiene los atributos ideales que reclama la sociedad para enfrentar el momento que vive la economía de la Argentina. Ahora bien, si el problema del país fuera de educación, de seguridad o de obra pública, Lavagna no tendría mucho para definir. Y, aún más, el Gobierno se mueve de forma gradual y keynesiana, como lo haría Lavagna y no como se presumía que lo hiciese Macri. Insisto, sólo se trata de una medición, que es percibida en Buenos Aires y en Córdoba, dos de los distritos electorales con mayor peso en el país, pero eso no quiere decir que a Lavagna le interese la candidatura. Es más, cuando lo ví hasta me dijo que no quiere saber nada con eso. Pero es lo que surje de los sondeos. Y a los peronistas les viene bárbara la idea, en un momento en el que no hay liderazgos dentro de ese partido. Como no existe un líder, se razona que Lavagna puede servir para gobernar por un período de cuatro años y, mientras tanto, se lucha por la sucesión. La gente se acuerda de él, incluso, lo más llamativo, es que tiene llegada entre los jóvenes.