Cecilia Caminos - Agencia DPA
BUENOS AIRES.- La preocupación por llegar a fin de mes con los constantes aumentos de precios afecta a gran parte de los argentinos, pero aún no les quita el sueño.
“Hay que ajustarse un poquito, pero los argentinos tenemos permanentemente crisis, cada cuatro o cinco años hay sacudones pero tenemos una capacidad especial para adaptarnos y sortear crisis”, señala a DPA Hugo, empleado de un influyente sindicato en Buenos Aires.
“Una parte de la población está atenta al dólar, pero otros sólo pueden pensar en si llegan a fin de mes o no”, agrega otro argentino, que prefirió no dar su nombre.
María, trabajadora informal de limpieza, coincide. “Uno vive el día a día. Trabajamos para sobrevivir cada día, no podemos pensar más allá”, confiesa. Sin embargo, asegura no estar nerviosa por la crisis financiera que devaluó en más de 30% al peso desde principios de año: “Sabemos sobrellevar las cosas”. Christian, vendedor de diarios en un puesto ubicado en la denominada “City porteña”, el corazón financiero de Buenos Aires, mide la temperatura de la crisis que tiene en vilo al Gobierno del centroderechista Mauricio Macri y que lo llevó a pedir un rescate financiero al Fondo Monetario Internacional (FMI).
“Acá veo todas las opiniones, la de los empresarios y la de los trabajadores y noto cada vez más disconformidad. Si antes era un 50% a favor y un 50% en contra, ahora es un 70% en contra y sólo un 30% a favor, incluso los que trabajan en la Bolsa de Comercio se están empezando a quejar”, sostiene el diariero. “La estamos peleando”, asegura en tanto Aníbal, a cargo de la parrilla de un conocido restaurante del centro de la capital. “Yo pasé la crisis de 2001 y esto no tiene nada que ver. Está jodido (complicado) pero no que se desbarranque”, confía.
Los argentinos vivieron en carne propia varias crisis en las últimas décadas, desde el “rodrigazo” de 1975, cuando el entonces ministro de Economía Celestino Rodrigo dispuso un ajuste y una devaluación que disparó los precios; la hiperinflación del Gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989) hasta el “corralito” y el estallido social de 2001, que terminó en una nueva depreciación de la moneda nacional.
Con idas y vueltas, la Argentina aprendió a convivir con la inflación a tal punto que las épocas de estabilidad sin alza de precios suelen llamar la atención, o hacen presagiar alguna tormenta.
Proceso inflacionario
Desde 2007, la economía del país sudamericano registra un proceso inflacionario que no fue reconocido por el Gobierno de la peronista Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015), período en el que incluso se llegó a manipular los índices oficiales. Su sucesor, Macri, llegó a la Casa Rosada decidido a combatir la inflación, pero hasta el momento no lo logró.
Factores externos como el alza de las tasas de interés en Estados Unidos y el fortalecimiento del dólar a nivel global desataron una depreciación de las monedas de países emergentes y en desarrollo. El impacto fue aún mayor en Argentina, donde estos factores se combinaron con problemas domésticos y presionaron al peso a la baja.
El Gobierno había fijado una meta de 15% de inflación para todo 2018, pero sólo en los primeros cuatro meses el índice de precios al consumidor (IPC) acumuló un aumento del 9,6%. Y la devaluación de un 20% que registró el peso argentino desde el 25 de abril hasta ahora se trasladará más temprano que tarde a los precios de la economía local.
“Trabajo en un supermercado de venta al por mayor y mi trabajo está relacionado con cartelería, precios, marketing. Generalmente los días son tranquilos, los más fuertes son sábado y lunes por los cambios de promociones de venta, pero en las últimas semanas por la devaluación, la inflación y el dólar la rutina cambió por completo por los excesivos cambios de precios de productos, en particular de las multinacionales. Todos los días cambian los precios: suben, suben, suben”, relata a dpa un empleado que prefirió no dar su nombre.
“Hoy tuve que cortar los cartelitos de precios de 3.500 productos y después tuvimos que colocarlos en las góndolas. Los comerciantes vienen a comprar y todavía no terminamos de poner los precios nuevos. Algunos traen incluso una cámara para filmar los precios y no quedarse muy atrasados con los valores en que ellos venden los productos”, sostiene.
El clima está raro, se nota en el ambiente. Las rutinas no cambian demasiado, pero el humor se percibe distinto. “Hay mucho estrés, la gente está más agresiva”, lamenta Martina, vendedora de un kiosko de golosinas, tabaco y alimentos. “Todos se quejan de los precios, pero igual compran”.